Madre mía querida, me ha manifestado el deseo de que termine de cantar con usted las misericordias del Señor.(1)
Este dulce canto había empezado a cantarlo con su hija querida, Inés de Jesús, que fue la madre a quien Dios encomendó la misión de guiarme en los años de mi niñez. Con ella, pues, tenía que cantar las gracias otorgadas a la florecita de la Santísima Virgen en la primavera de su vida.
Pero ahora que los tímidos rayos de la aurora han dado paso a los ardientes rayos del mediodía, es con usted con quien debo cantar la felicidad de esa florecilla.
Sí, Madre querida, con usted. Y para responder a su deseo, intentaré expresar los sentimientos de mi alma, mi gratitud a Dios y también a usted que lo representa visiblemente a mis ojos. ¿No me entregué toda a El precisamente entre sus manos maternales?
MADRE MARÍA GONZAGA |
Madre querida, hay otro día en que mi alma se unió aún más, si es posible, a la suya. Fue el día en que Jesús volvió a poner sobre sus hombros la carga del priorato (2). Aquel día, Madre querida, usted sembró entre lágrimas, pero en el cielo rebosará de alegría al ver sus manos cargadas de preciosas gavillas.
Perdóneme, Madre, mi sencillez infantil. Yo sé que me va a permitir hablarle sin andar rebuscando lo que a una joven religiosa le está permitido decirle a su priora. Tal vez no siempre me mantenga dentro de los límites prescritos a los súbditos; pero, Madre, me atrevo a decir que la culpa será suya, pues yo la trato como una hija (3), ya que usted no me trata como priora sino como madre...
Sé muy bien, Madre querida, que a través de usted me habla Dios.
Muchas hermanas piensan que usted me ha mimado, que desde mi entrada en el arca santa no he recibido de usted más que halagos y caricias. Sin embargo, no es así.
En el cuaderno que contiene mis recuerdos de la infancia, podrá ver lo que pienso sobre la educación recia y maternal que usted me dio. Desde lo más hondo de mi corazón le agradezco que no me haya tratado con miramientos. Jesús sabía muy bien que su florecita necesitaba el agua vivificante de la humillación, que era demasiado débil para echar raíces sin esa ayuda, y quiso prestársela, Madre, por medio de usted.
Ya pueden todas las criaturas inclinarse hacia ella, admirarla, colmarla de alabanzas. No sé por qué, pero nada de eso lograría añadir ni una gota de falsa alegría a la verdadera alegría que saborea en su corazón al ver lo que es en realidad a los ojos de Dios: una pobre nada, y sólo eso.
Digo que no sé por qué, ¿pero no será porque hasta tanto que su pequeño cáliz no estuvo lo suficientemente lleno del rocío de la humillación, se vio privada del agua de las alabanzas? Ahora ya no existe ese peligro; al contrario, a la florecita le parece tan delicioso el rocío que la llena, que no lo cambiaría por el agua insípida de los halagos.
No quiero hablar, Madre querida, de las muestras de amor y de confianza que usted me ha dado (4). Pero no piense que el corazón de su hija sea insensible a ellas. Lo que pasa es que sé muy bien que ahora no tengo nada que temer; al contrario, puedo gozarme de ellas, atribuyendo a Dios todo lo bueno que él ha querido poner en mí. Si a él le gusta hacerme parecer mejor de lo que soy, no es cosa mía, es muy libre de hacer lo que quiera...
¡Por qué caminos tan diferentes, Madre, lleva el Señor a las almas! En la vida de los santos, vemos que hay muchos que no han querido dejar nada de sí mismos después de su muerte: ni el menor recuerdo, ni el menor escrito; hay otros, en cambio, como nuestra Madre santa Teresa, que han enriquecido a la Iglesia con sus sublimes revelaciones, sin temor alguno a revelar los secretos del Rey, a fin de que sea más conocido y más amado de las almas.
¿Cuál de estos dos tipos de santo agrada más a Dios? Me parece, Madre, que ambos le agradan por igual, pues todos ellos han seguido las mociones del Espíritu Santo, y el Señor dijo: Decid al justo que todo está bien. Sí, cuando sólo se busca la voluntad de Jesús, todo está bien. Por eso, yo, pobre florecita, obedezco a Jesús tratando de complacer a mi Madre querida.
NOTAS:
(1) El manuscrito C está dedicado a la Madre María de Gonzaga, priora de Teresita.
(2) La difícil elección de la madre María de Gonzaga para el priorato, el 21/3/1896. A pesar de que la madre Inés no fue reelegida, Teresa mostró una lealtad a toda prueba hacia la nueva (y antigua) priora.
(3) Teresa define en pocas palabras su relación con la madre María de Gonzaga, a la que conoce desde la edad de nueve años, y que creyó en su vocación. La priora la trató como a una hija, aunque durante sus primeros años en el Carmelo se mostró con ella muy severa.
(4) Al encargar a Teresa de la formación de las novicias (sin el título de maestra) y al pedirle que escribiera sus pensamientos.
(5) Uno de los grandes pilares en el pensamiento y en la vida de Teresa
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
(4) Al encargar a Teresa de la formación de las novicias (sin el título de maestra) y al pedirle que escribiera sus pensamientos.
(5) Uno de los grandes pilares en el pensamiento y en la vida de Teresa
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
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