El año pasado, Dios me concedió el consuelo de observar los ayunos de cuaresma en todo su rigor. Nunca me había sentido tan fuerte, y estas fuerzas se mantuvieron hasta Pascua.
Sin embargo, el día de Viernes Santo (1) Jesús quiso darme la esperanza de ir pronto a verle en el cielo... ¡Qué dulce es el recuerdo que tengo de ello...! Después de haberme quedado hasta media noche ante el monumento, volví a nuestra celda. Pero apenas había apoyado la cabeza en la almohada, cuando sentí como un flujo que subía, que me subía borboteando hasta los labios.
Yo no sabía lo que era, pero pensé que a lo mejor me iba a morir, y mi alma se sintió inundada de gozo... Sin embargo, como nuestra lámpara estaba apagada, me dije a mí misma que tendría que esperar hasta la mañana para cerciorarme de mi felicidad, pues me parecía que lo que había vomitado era sangre.
La mañana no se hizo esperar mucho, y lo primero que pensé al despertarme fue que iba a descubrir algo muy hermoso. Acercándome a la ventana, pude comprobar que no me había equivocado..., ¡y mi alma se llenó de una enorme alegría! Estaba íntimamente convencida de que Jesús, en el aniversario de su muerte, quería hacerme oír una primera llamada. Era como un tenue y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo...
Asistí con gran fervor a Prima y al capítulo de los perdones (2). Estaba impaciente porque me llegara el turno, para, al pedirle perdón, Madre querida, poder confiarle mi esperanza y mi felicidad. Pero añadí que no sufría lo más mínimo (lo cual era muy cierto), y le pedí, Madre, que no me diese nada especial. Y, en efecto, tuve la alegría de pasar el Viernes Santo como deseaba. Nunca me parecieron tan deliciosas las austeridades del Carmelo. La esperanza de ir al cielo me volvía loca de alegría.
Cuando llegó la noche de aquel venturoso día, nos fuimos a descansar. Pero, como la noche anterior, Jesús me dio la misma señal de que mi entrada en la vida eterna no estaba lejos...
NOTAS:
(1) Primera hemoptisis en la noche del 2 al 3 de abril de 1896; segunda, en la noche del viernes 3.
(2) El Viernes Santo, la priora hacía en la sala capitular una plática sobre la caridad, y las hermanas se pedían perdón dándose un abrazo.
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
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