¡Que no pueda yo, Jesús, revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu condescendencia...!
Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores, con tal de que ella se abandonase con entera confianza a tu misericordia infinita.
¿Pero por qué estos deseos, Jesús, de comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú, y nadie más que tú, el que me los enseñó a mí? ¿Y no puedes, entonces, revelárselos también a otros...?
Sí, lo sé muy bien, y te conjuro a que lo hagas. Te suplico que hagas descender tu mirada divina sobre un gran número de almas pequeñas... ¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu AMOR...!
La insignificante sor Teresa del Niño Jesús de la Sta. Faz,
rel. carm. ind.
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
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