martes, 26 de noviembre de 2019

PRUDENCIA DE TERESITA (MAESTRA DE NOVICIAS)


En los comienzos de su cargo de Maestra de novicias, cuando le contábamos nuestros combates interiores, nuestra querida Hermanita procuraba sosegarnos, o por medio del razonamiento, o demostrándonos con claridad que tal o cual de nuestras compañeras no había obrado mal. 
Esto llevaba a largas discusiones que no alcanzaban el fin deseado y que no eran de provecho alguno para nuestras almas. Se dio bien pronto cuenta de ello y cambió de táctica. En lugar de intentar quitarnos nuestros combates destruyendo su causa, nos los hacia mirar de frente... 
Así, por ejemplo, si yo iba a decirle: «¡He aquí que estamos a sábado y mi compañera de oficina, encargada de llenar esta semana el arcón de leña, no ha pensado aún hacerlo, mientras que yo pongo en ello tanto cuidado cuando me toca a mi», ella trataba de familiarizarme con aquella misma cosa que me sumía en la indignación. 
Sin  que intentase borrar el oscuro cuadro que yo trazaba ante sus ojos ni esclarecerlo, me obligaba a contemplarlo de más cerca y parecía ponerse de acuerdo conmigo:
- «¡ Bien! Admitámoslo: convengo en que vuestra compañera ha cometido las faltas que 1e atribuís...».
Obraba así para no irritarme y luego, sobre esta base, se ponía al trabajo. Poco a poco llegaba a hacerme amable mi suerte; hasta llegaba a hacerme desear que las Hermanas me ahorrasen miramientos y agasajos, que mis compañeras cumpliesen imperfectamente sus obligaciones, que fuese reprendida en su lugar, acusada de haber hecho mal aquello de 1o que ni siquiera estaba encargada. En fin, me situaba en los sentimientos más perfectos. Luego, cuando esta victoria estaba ganada, me citaba ejemplos ignorados de virtud de la novicia acusada por mí. Muy pronto al resentimiento sucedía la admiración, y yo pensaba que las otras eran mejores que yo. 

Pero aún más: si ella sabía que el famoso arcón de leña había sido llenado ya para entonces por aquella Hermana después de la inspección que yo había hecho en él, se guardaba de decírmelo, aun cuando esta revelación habría aniquilado de un golpe mi combate. Siguiendo, pues, el plan que acabo de trazar, cuando había logrado ponerme en disposiciones de perfección, entonces me decía sencillamente: «Sé que el arcón está lleno». Algunas veces nos dejaba para lo último la sorpresa de semejante descubrimiento y aprovechaba esta circunstancia para demostramos que muy frecuentemente nos creamos combate a nosotras mismas por razones que no existen y que son puras imaginaciones.

 

Sor Teresa del Niño Jesús me hablaba a mi, su hermana y novicia, porque tenía permiso para hacerlo, por estar encargada de mi dirección; pero me di cuenta muchas veces de que se privaba de desahogarse acerca de lo que le concernía personalmente. No nos confiaba sus penas, pues tenía por principio que una Superiora debe olvidarse completamente de sí misma, y cuando se le confía un sufrimiento íntimo o un malestar de salud, no debe quejarse de esos mismos males. 
De este modo, nos hacía el bien sin intentar hacérselo a si misma, sin sacar consuelo alguno de corazón. Me confidenció que al tomar sobre si la carga del noviciado lo primero que había pedido a Dios era el no ser nunca amada «humanamente», lo cual le fue concedido.
La amábamos mucho, pero ninguna de nosotras sé veía tentada de fomentar hacia ella ese afecto loco e inconsiderado que es muchas veces patrimonio de la juventud. Acudíamos a ella por la necesidad de hallar la verdad.

Algunas Hermanas ancianas, observando su celestial prudencia, fueron también a consultarla en secreto. Su ascendiente provenía, sobre todo, de su virtud, de su deseo de llevar las almas a Dios y de los medios que empleaba para lograrlo: la abnegación total y la oración. Frecuentemente, durante nuestras conversaciones, elevaba su corazón a Dios, y muchas veces sorprendía yo este movimiento interior.


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

 

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