Ella me contestó:
- «Sólo en Dios se halla el reposo, y la verdadera alegría que no cansa nunca es la que nace del desprecio de sí mismo. Por eso, a propósito de vuestra debilidad de ayer... (yo había derramado algunas lágrimas, pues me costaba ir a visitar a las enfermas después de Maitines, por estar muy cansada, y una Hermana lo había visto), si la Hermana que os ha sorprendido os juzga sin virtud y vos misma convenís en ello de todo corazón, he ahí la verdadera alegría.
- ¡Oh! Tenéis razón. Comprendo muy bien lo que debería hacer, lo veo claramente, y, sin embargo, no puedo obrar. ¡No, yo no llegaré nunca a ser buena!
- Sí, sí, llegaréis: Dios os hará llegar.
- Sí, pero las criaturas no se darán nunca cuenta de ello, y si caigo siempre, se me juzgará siempre imperfecta, mientras que en vos ellas reconocen la virtud.
- ¡Es porque nunca lo he deseado! Lo que hace falta es que se os juzgue siempre imperfecta: ahí está vuestra ganancia. La dicha consiste en creerse a sí misma imperfecta y en hallar perfectos a los demás. Con que se os juzgue sin virtud no se os quita nada ni os vuelve más pobre; las otras son las que pierden alegría interior, pues nada hay más dulce que pensar bien de nuestro prójimo. Tanto peor para los que os juzgan desfavorablemente, y tanto mejor para vos, si os humilláis por amor de Dios.
- Yo le confesaba: «Me encuentro en una disposición de espíritu en la que me parece que ya no pienso.
- No importa, me contestó: Dios conoce vuestras intenciones. Y empleando adrede para hacerme sonreír un jerga especial bien conocida de nosotras dos, añadió: «Tanto seréis dichosa, cuanto seáis humilde».
- ¡Oh, cuando pienso, le decía yo, en todo lo que tengo que adquirir!
- ¡Decid mejor: perder!... Jesús llenará vuestra alma de esplendores a medida que vos la desembaracéis de imperfecciones.
«No llegaréis a practicar la virtud, me decía ella con frecuencia: queréis escalar una montaña, y Dios quiere haceros descender al fondo de un valle fértil donde aprenderéis el desprecio de vos misma».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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