No son riquezas ni gloria (ni siquiera la gloria del cielo) lo que pide el corazón del niñito... él entiende muy bien que la gloria pertenece a sus hermanos, los ángeles y los santos... La suya será un reflejo de la que irradia de la frente de su madre.
Lo que él pide es el amor... No sabe más que una cosa: amarte, Jesús... Las obras deslumbrantes le están vedadas: no puede predicar el Evangelio, ni derramar su sangre... Pero ¿qué importa?, sus hermanos trabajan en su lugar, y él, como un niño pequeño, se queda muy cerquita del trono del Rey y de la Reina y ama por sus hermanos que luchan...
¿Pero cómo podrá demostrar él su amor, si es que el amor se demuestra con obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, aromará con sus perfumes el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del amor...
Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... No tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor...
¿Y de qué te servirán, Jesús, mis flores y mis cantos...? Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán.
¡Jesús mío, te amo! Amo a la Iglesia, mi Madre. Recuerdo que «el más pequeño movimiento de puro amor es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas» (2).
Sin embargo, Jesús, siento en mi interior que, si después de haber ansiado con toda el alma llegar a las más elevadas regiones del amor, no llegase un día a alcanzarlas, habré saboreado una mayor dulzura en medio de mi martirio, en medio de mi locura, que la que gozaría en el seno de los gozos de la patria; a no ser que, por un milagro, me dejes conservar allí el recuerdo de las esperanzas que he tenido en la tierra.
Así pues, déjame gozar durante mi destierro las delicias del amor. Déjame saborear las dulces amarguras de mi martirio...
Jesús, Jesús, si tan delicioso es el deseo de amarte, ¿qué será poseer al Amor, gozar del Amor...?
NOTAS:
(1) Descripción sumamente florida de la comunión de los santos.
(2) SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual, canc 29, 2.
(3) Una constante en Teresa. Ella desconfía de las ilusiones, pero a la vez es consciente de las luces que ha recibido, y establece un vínculo muy estrecho entre verdad y humildad, hasta en su propio lecho de muerte: Sí, me parece que nunca he buscado más que la verdad. Sí, he comprendido la humildad del corazón.
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
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