Es una santa Carmelita, Doctora de la Iglesia y Patrona de las misiones. En este blog podréis encontrar sus obras completas: su autobiografía, escritos, cartas, poesías etc...
viernes, 29 de noviembre de 2019
COMO LA SANTÍSIMA VIRGEN
Era indiferente a lo que se pensaba de ella, hasta cuando las demás se desedificaban de alguna apariencia.
Por eso, al principio de su enfermedad, viéndose obligada a ir a tomar medicinas algunos minutos antes de la comida, una Hermana anciana se sorprendió de ello, y se quejó, pareciéndole que faltaba a la observancia regular.
Sor Teresa del Niño Jesús no habría necesitado más que decir una palabra para excusarse y devolver la calma a aquella Hermana. Sin embargo, se guardó bien de hacerlo, tomando como ejemplo la conducta de la Santísima Virgen, que prefería dejarse difamar antes que excusarse ante san José. Ella me hablaba muchas veces de esta conducta, tan sencilla y tan heroica.
A imitación de María, su gran táctica era el silencio. Gustaba de «guardar todas las cosas en su corazón», tanto sus alegrías como sus penas. Esta reserva constituyó su fuerza y el punto de arranque de su perfección, algo así como su sello exterior, pues era notable sobre toda ponderación.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
EL SANTO QUE JUGABA LA COLUMPIO (HUMILDAD)
Yo soñaba siempre con dar buen ejemplo a mi alrededor, quería que las novicias me tomasen por modelo; por eso, cuando tenía la desgracia de caer, lo creía todo perdido:
«Eso, me decía ella, es buscarse a si misma, un celo falso y una ilusión.
Se cuenta que un Obispo, deseando conocer a un Santo que gozaba de alta reputación, fue a buscarle, acompañado de los grandes de su séquito. El Santo, viendo venir de lejos al Prelado con su corte, tuvo un movimiento de vanidad; por lo que, arrepentido de este movimiento y queriendo reaccionar, viendo a unos niños que jugaban en un columpio sobre el tronco de un árbol, hizo bajar prontamente a uno y ocupó su lugar. El Obispo le tomó por loco y se volvió sin más examen.»
Así, con frecuencia, el alma no se halla con suficiente fuerza para soportar la alabanza; entonces debe sacrificar, a veces, por su propia santificación aun lo que en apariencia es un bien. Habéis de alegraros de caer, porque, si cayendo no hay ofensa de Dios, ha de hacerse expresamente a fin de humillarse».
«Eso, me decía ella, es buscarse a si misma, un celo falso y una ilusión.
Se cuenta que un Obispo, deseando conocer a un Santo que gozaba de alta reputación, fue a buscarle, acompañado de los grandes de su séquito. El Santo, viendo venir de lejos al Prelado con su corte, tuvo un movimiento de vanidad; por lo que, arrepentido de este movimiento y queriendo reaccionar, viendo a unos niños que jugaban en un columpio sobre el tronco de un árbol, hizo bajar prontamente a uno y ocupó su lugar. El Obispo le tomó por loco y se volvió sin más examen.»
Así, con frecuencia, el alma no se halla con suficiente fuerza para soportar la alabanza; entonces debe sacrificar, a veces, por su propia santificación aun lo que en apariencia es un bien. Habéis de alegraros de caer, porque, si cayendo no hay ofensa de Dios, ha de hacerse expresamente a fin de humillarse».
Fuente: Consejos y recuerdos
(Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
LA VERDADERA ALEGRÍA (HUMILDAD)
Yo notaba que cualquiera cosa de la que uno se alegra, un pensamiento festivo, aun piadoso, acaba por cansar el corazón cuando nos apegamos a ella, y que la persistencia de una alegría se convierte en tristeza.
Ella me contestó:
- «Sólo en Dios se halla el reposo, y la verdadera alegría que no cansa nunca es la que nace del desprecio de sí mismo. Por eso, a propósito de vuestra debilidad de ayer... (yo había derramado algunas lágrimas, pues me costaba ir a visitar a las enfermas después de Maitines, por estar muy cansada, y una Hermana lo había visto), si la Hermana que os ha sorprendido os juzga sin virtud y vos misma convenís en ello de todo corazón, he ahí la verdadera alegría.
«No llegaréis a practicar la virtud, me decía ella con frecuencia: queréis escalar una montaña, y Dios quiere haceros descender al fondo de un valle fértil donde aprenderéis el desprecio de vos misma».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
Ella me contestó:
- «Sólo en Dios se halla el reposo, y la verdadera alegría que no cansa nunca es la que nace del desprecio de sí mismo. Por eso, a propósito de vuestra debilidad de ayer... (yo había derramado algunas lágrimas, pues me costaba ir a visitar a las enfermas después de Maitines, por estar muy cansada, y una Hermana lo había visto), si la Hermana que os ha sorprendido os juzga sin virtud y vos misma convenís en ello de todo corazón, he ahí la verdadera alegría.
- ¡Oh! Tenéis razón. Comprendo muy bien lo que debería hacer, lo veo claramente, y, sin embargo, no puedo obrar. ¡No, yo no llegaré nunca a ser buena!
- Sí, sí, llegaréis: Dios os hará llegar.
- Sí, pero las criaturas no se darán nunca cuenta de ello, y si caigo siempre, se me juzgará siempre imperfecta, mientras que en vos ellas reconocen la virtud.
- ¡Es porque nunca lo he deseado! Lo que hace falta es que se os juzgue siempre imperfecta: ahí está vuestra ganancia. La dicha consiste en creerse a sí misma imperfecta y en hallar perfectos a los demás. Con que se os juzgue sin virtud no se os quita nada ni os vuelve más pobre; las otras son las que pierden alegría interior, pues nada hay más dulce que pensar bien de nuestro prójimo. Tanto peor para los que os juzgan desfavorablemente, y tanto mejor para vos, si os humilláis por amor de Dios.
- Yo le confesaba: «Me encuentro en una disposición de espíritu en la que me parece que ya no pienso.
- No importa, me contestó: Dios conoce vuestras intenciones. Y empleando adrede para hacerme sonreír un jerga especial bien conocida de nosotras dos, añadió: «Tanto seréis dichosa, cuanto seáis humilde».
- ¡Oh, cuando pienso, le decía yo, en todo lo que tengo que adquirir!
- ¡Decid mejor: perder!... Jesús llenará vuestra alma de esplendores a medida que vos la desembaracéis de imperfecciones.
«No llegaréis a practicar la virtud, me decía ella con frecuencia: queréis escalar una montaña, y Dios quiere haceros descender al fondo de un valle fértil donde aprenderéis el desprecio de vos misma».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
UN PEQUEÑO SISTEMA (HUMILDAD)
Un día que yo estaba desanimada, y atribuía este estado de depresión a mi fatiga, ella me dijo:
«Cuando no practicáis la virtud, no habéis de creer nunca que es debido a una causa natural, como la enfermedad, el tiempo, o el mal humor. Debéis buscar un gran motivo de humillación y colocaros entre las almas pequeñas, puesto que no podéis practicar la virtud sino de una manera tan débil.
Lo que ahora necesitáis no es practicar las virtudes heroicas, sino adquirir la humildad. Para ello será necesario que vuestras victorias vayan siempre mezcladas con algunas derrotas, de suerte que no podáis complaceros en ellas.
Por el contrario, su recuerdo os humillará, mostrándoos que no sois un alma grande. Hay algunas que mientras están en este mundo no tienen nunca la alegría de verse apreciadas de las criaturas lo cual les impide creer que tienen la virtud que ellas admiran en otras.
«Últimamente, me dijo, sentí un movimiento natural contra una Hermana; creo que ella no se dio cuenta, pues el combate era interior. Sin embargo, he fomentado en mí el pensamiento de que aquella religiosa me había hallado sin virtud, y me he sentido muy dichosa pensándolo así».
Otra vez, en una ocasión semejante, me decía: «Me colma de alegría el haber sido imperfecta, Dios me ha concedido hoy grandes gracias, es un buen día...».
Yo le pregunté entonces cómo podía probar esos sentimientos.
«Mi pequeño sistema, me contestó, consiste en estar siempre alegre, en sonreír siempre, lo mismo cuando caigo que cuando consigo una victoria».
Esta alma, tan fuerte, dudaba tanto de si misma que se creía capaz de los más grandes pecados. Había escrito al pie de una estampa de Jesús crucificado éstas palabras, que traducían las disposiciones habituales de su alma: «Señor, vos sabéis que os amo..., pero tened piedad de mi, pues no soy más que un pecador»
Me recordaba una pequeña anécdota en la que había tocado como con el dedo la frivolidad humana, a la que nadie puede sustraerse.
La noche de Navidad de 1887, noche en que esperaba entrar en el Carmelo, fue para ella de extraordinaria aflicción: viéndose todavía en el mundo, a pesar de todas sus diligencias, su alma agonizaba.
«¡Pues bien!, me dijo ella más tarde; ¿queréis creer que a pesar de este océano de amargura en el que me veía abismada, estaba contenta de estrenar mi bonito sombrero azul, adornado con una paloma blanca? ¡Qué extrañas son estas sinuosidades de la naturaleza!».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
TENÉIS UNA PERRITA...(HUMILDAD)
En una ocasión en que Sor Teresa del Niño Jesús me había hecho ver todos mis defectos, me sentía triste y un poco desamparada.
«Yo que tanto deseo poseer la virtud, me decía a mí misma, heme aquí muy lejos de ella: desearía ardientemente: ser dulce, paciente, humilde, caritativa; ¡ah, nunca llegaré a serlo! . . . ».
Sin embargo, por la tarde, en la oración, leí que al expresar santa Gertrudis este mismo deseo, Nuestro Señor le había contestado:
«En todas las cosas y por encima de todo ten buena voluntad: esta sola disposición dará a tu alma el brillo y el mérito especial de todas las virtudes. Quien tiene buena voluntad, deseo sincero de procurar mi gloria, de darme gracias, de compartir mis sufrimientos, de amarme y de servirme tanto cuanto todas las criaturas juntas, ése recibirá indudablemente recompensas dignas de mi liberalidad, y su deseo le aprovechará a veces más de lo que aprovechan a los otros sus buenas obras».
Muy contenta con este buen pensamiento, enteramente a mi favor, se lo comuniqué a nuestra queridita Maestra, la cual pujó la postura y añadió: «¿Habéis leído lo que se cuenta en la vida del Padre Surin?
Estaba haciendo un exorcismo, y los demonios le dijeron: «Salimos adelante con todo; lo único que no logramos hacer es resistir a esa perra de la buena voluntad»
PADRE SURIN, EXORCISTA JESUITA |
Pues bien: si no tenéis la virtud, tenéis en cambio una «perrita» que os salvará de todos los peligros; ¡consolaos, ella os llevará al Paraíso!
- ¡Ah! ¿Qué alma no desea poseer la virtud? Este es el camino común, ¡ Pero qué pocas son las que aceptan caer, ser débiles, las que se gozan de verse por tierra y de que los demás las sorprendan caídas!
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
¡SEÑOR, SUFRIR Y SER DESPRECIADO! QUERER QUE OS MANDEN Y OS REPRENDAN (HUMILDAD)
Entre todas las virtudes, la humildad, sobre todo, alcanzó en santa Teresa del Niño Jesús los últimos limites. Siguió el «Camino de la infancia espiritual» precisamente para ser más humilde y más pequeña, o mejor, este Camino, seguido fielmente, la hizo humilde y sencilla como un niñito.
«¡Señor, sufrir y ser despreciado!»
Querer que se os mande y se os reprenda.
«Estoy dispuesta a aceptar las observaciones cuando son justas, le decía yo; puesto que obro mal, me avengo a ello. Pero no puedo soportar las reprensiones cuando no he faltado.
- A mí, replicó ella, me sucede todo lo contrario: prefiero ser acusada injustamente, pues así no tengo nada que reprocharme, y se lo ofrezco a Dios con alegría; después me humillo al pensar que sería muy capaz de hacer aquello de que se me acusa».
«Me parece, confesaba ella con sencillez, que la humildad es la verdad. No sé si soy humilde, pero sé que veo la verdad en todas las cosas».
Era costumbre suya clasificarse entre los débiles, de donde vino el apelativo de «almas pequeñas».
Sor Teresa del Niño Jesús miraba con alegría el hecho de que, no obstante sus nueve años de vida religiosa, había permanecido siempre en el noviciado, sin formar parte del Capitulo conventual, y había sido considerada como una «pequeña»
Cuando sufrió la tribulación, tan humillante, de la enfermedad de nuestro venerado padre, demostró que sus deseos de desprecio no eran letra muerta. ¡Cuántas veces, desde su adolescencia, no había ella repetido con entusiasmo aquel dicho de S. Juan de la Cruz: «Señor, sufrir y ser despreciado por vos!». Este era el tema de nuestras aspiraciones cuando en las ventanas del «Belvedere» platicábamos juntas sobre la vida eterna.
«Sería necesario, sobre todo, me decía ella, ser humilde de corazón, y vos no lo sois mientras no queráis que todo el mundo os mande. Estáis de buen humor mientras las cosas os salen bien; pero tan pronto como no van a vuestro gusto, vuestro rostro se ensombrece. No está en esto la virtud.
La virtud está en «someterse humildemente bajo la mano de todos», en gozaros de todo aquello que supone una reprensión para vos.
Al principio de vuestros esfuerzos, la contrariedad aparecerá al exterior y las criaturas os juzgarán muy imperfecta; pero ahí está el mejor negocio, pues practicaréis la humildad, que consiste, no en pensar o en decir que estáis llena de defectos, sino en gozaros de que los otros lo piensen y aun lo digan.
«Debiéramos estar muy contentas de que el prójimo nos vitupere alguna vez, pues si nadie se ocupase de hacerlo, ¿qué sería de nosotras? Va en ello nuestra ganancia...».
En una fiesta de Comunidad en la que se había representado una «piadosa recreación» compuesta por ella, fue censurada por su larga duración, y se la mandó interrumpir. Yo la sorprendí, entre bastidores, enjugándose algunas lágrimas; luego, habiéndose recobrado, permaneció tranquila y dulce bajo la humillación.
Sor Teresa del Niño Jesús aceptaba con una alegría celestial cualquier reproche:, no sólo de las Superioras, sino también de las inferiores. Así, se dejaba decir por parte de las novicias cosas desagradables, sin reprenderías nunca de momento.
«Estoy dispuesta a aceptar las observaciones cuando son justas, le decía yo; puesto que obro mal, me avengo a ello. Pero no puedo soportar las reprensiones cuando no he faltado.
- A mí, replicó ella, me sucede todo lo contrario: prefiero ser acusada injustamente, pues así no tengo nada que reprocharme, y se lo ofrezco a Dios con alegría; después me humillo al pensar que sería muy capaz de hacer aquello de que se me acusa».
«Me parece, confesaba ella con sencillez, que la humildad es la verdad. No sé si soy humilde, pero sé que veo la verdad en todas las cosas».
Era costumbre suya clasificarse entre los débiles, de donde vino el apelativo de «almas pequeñas».
En las instrucciones particulares que daba a cada una de sus novicias siempre se insistía en la humildad. El fondo de su doctrina era enseñarnos a no afligimos al ver que éramos la debilidad misma, sino antes bien a gloriarnos en nuestras imperfecciones...
«¡Es tan dulce sentirse débil y pequeña!», decía ella.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
martes, 26 de noviembre de 2019
PRUDENCIA DE TERESITA (MAESTRA DE NOVICIAS)
En los comienzos de su cargo de Maestra de novicias, cuando le contábamos nuestros combates interiores, nuestra querida Hermanita procuraba sosegarnos, o por medio del razonamiento, o demostrándonos con claridad que tal o cual de nuestras compañeras no había obrado mal.
Esto llevaba a largas discusiones que no alcanzaban el fin deseado y que no eran de provecho alguno para nuestras almas. Se dio bien pronto cuenta de ello y cambió de táctica. En lugar de intentar quitarnos nuestros combates destruyendo su causa, nos los hacia mirar de frente...
Así, por ejemplo, si yo iba a decirle: «¡He aquí que estamos a sábado y mi compañera de oficina, encargada de llenar esta semana el arcón de leña, no ha pensado aún hacerlo, mientras que yo pongo en ello tanto cuidado cuando me toca a mi», ella trataba de familiarizarme con aquella misma cosa que me sumía en la indignación.
Algunas Hermanas ancianas, observando su celestial prudencia, fueron también a consultarla en secreto. Su ascendiente provenía, sobre todo, de su virtud, de su deseo de llevar las almas a Dios y de los medios que empleaba para lograrlo: la abnegación total y la oración. Frecuentemente, durante nuestras conversaciones, elevaba su corazón a Dios, y muchas veces sorprendía yo este movimiento interior.
Así, por ejemplo, si yo iba a decirle: «¡He aquí que estamos a sábado y mi compañera de oficina, encargada de llenar esta semana el arcón de leña, no ha pensado aún hacerlo, mientras que yo pongo en ello tanto cuidado cuando me toca a mi», ella trataba de familiarizarme con aquella misma cosa que me sumía en la indignación.
Sin que intentase borrar el oscuro cuadro que yo trazaba ante sus ojos ni esclarecerlo, me obligaba a contemplarlo de más cerca y parecía ponerse de acuerdo conmigo:
- «¡ Bien! Admitámoslo: convengo en que vuestra compañera ha cometido las faltas que 1e atribuís...».
Obraba así para no irritarme y luego, sobre esta base, se ponía al trabajo. Poco a poco llegaba a hacerme amable mi suerte; hasta llegaba a hacerme desear que las Hermanas me ahorrasen miramientos y agasajos, que mis compañeras cumpliesen imperfectamente sus obligaciones, que fuese reprendida en su lugar, acusada de haber hecho mal aquello de 1o que ni siquiera estaba encargada. En fin, me situaba en los sentimientos más perfectos. Luego, cuando esta victoria estaba ganada, me citaba ejemplos ignorados de virtud de la novicia acusada por mí. Muy pronto al resentimiento sucedía la admiración, y yo pensaba que las otras eran mejores que yo.
- «¡ Bien! Admitámoslo: convengo en que vuestra compañera ha cometido las faltas que 1e atribuís...».
Obraba así para no irritarme y luego, sobre esta base, se ponía al trabajo. Poco a poco llegaba a hacerme amable mi suerte; hasta llegaba a hacerme desear que las Hermanas me ahorrasen miramientos y agasajos, que mis compañeras cumpliesen imperfectamente sus obligaciones, que fuese reprendida en su lugar, acusada de haber hecho mal aquello de 1o que ni siquiera estaba encargada. En fin, me situaba en los sentimientos más perfectos. Luego, cuando esta victoria estaba ganada, me citaba ejemplos ignorados de virtud de la novicia acusada por mí. Muy pronto al resentimiento sucedía la admiración, y yo pensaba que las otras eran mejores que yo.
Pero aún más: si ella sabía que el famoso arcón de leña había sido llenado ya para entonces por aquella Hermana después de la inspección que yo había hecho en él, se guardaba de decírmelo, aun cuando esta revelación habría aniquilado de un golpe mi combate. Siguiendo, pues, el plan que acabo de trazar, cuando había logrado ponerme en disposiciones de perfección, entonces me decía sencillamente: «Sé que el arcón está lleno». Algunas veces nos dejaba para lo último la sorpresa de semejante descubrimiento y aprovechaba esta circunstancia para demostramos que muy frecuentemente nos creamos combate a nosotras mismas por razones que no existen y que son puras imaginaciones.
Sor Teresa del Niño Jesús me hablaba a mi, su hermana y novicia, porque tenía permiso para hacerlo, por estar encargada de mi dirección; pero me di cuenta muchas veces de que se privaba de desahogarse acerca de lo que le concernía personalmente. No nos confiaba sus penas, pues tenía por principio que una Superiora debe olvidarse completamente de sí misma, y cuando se le confía un sufrimiento íntimo o un malestar de salud, no debe quejarse de esos mismos males.
De este modo, nos hacía el bien sin intentar hacérselo a si misma, sin sacar consuelo alguno de corazón. Me confidenció que al tomar sobre si la carga del noviciado lo primero que había pedido a Dios era el no ser nunca amada «humanamente», lo cual le fue concedido.
La amábamos mucho, pero ninguna de nosotras sé veía tentada de fomentar hacia ella ese afecto loco e inconsiderado que es muchas veces patrimonio de la juventud. Acudíamos a ella por la necesidad de hallar la verdad.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
MAESTRA DE NOVICIAS
1 El 20 de febrero de 1893, la Reverenda Madre Inés de Jesús, elegida Priora del Carmelo de Lisieux, nombró Maestra de novicias a la Madre María de Gonzaga, a quien ella sustituía en el gobierno de la Comunidad.
Poco después pidió a Sor Teresa del Niño Jesús -de sólo veinte años de edad, pero cuya inteligencia y virtudes conocía mejor que nadie- que se ocupase discretamente de sus compañeras, recibiendo sus confidencias y formándolas en la vida religiosa.
No había entonces en el noviciado con la Santa más que dos Hermanas (conversas): Sor Marta de Jesús y Sor María Magdalena del Santísimo Sacramento. Fueron entrando sucesivamente en el Carmelo de Lisieux y juntándose a ellas: Sor María de la Trinidad, el 16 de junio de 1894; Sor Genoveva de la Santa Faz, el 14 de septiembre de 1894; y su prima Sor María de la Eucaristía, el 15 de agosto de 1895.
En sus conversaciones particulares con las novicias, la Santa daba los consejos que mejor se adaptaban a cada una. Esclarecía los casos de conciencia y las dificultades de sus novicias según las tendencias personales de las mismas, según sus necesidades propias, según sus pruebas o alegrías actuales. Sucedía que ciertos consejos dados a una, no hubieran convenido a otra. Esto había sido puesto de, relieve por la misma Santa. (Se observará en el pasaje que sigue un raro don sobrenatural de psicología, que. se encuentra en toda su actuación entre las novicias):
«.... He comprobado que todas las almas sostienen poco más o menos los mismos combates y, por otra parte, que existe entre ellas una diferencia extrema; esta diferencia obliga a no llevarlas de la misma manera... Llega una a comprender que es absolutamente necesario olvidar los propios gustos, los conceptos personales, y que se ha de guiar a las almas, no por el propio camino, por la propia ruta, sino por el camino particular que Jesús indica a cada una...»
«...¿Qué sucedería si un hortelano poco diestro no injertase bien sus árboles, si no supiese distinguir la naturaleza de cada uno o quisiese hacer brotar, por ejemplo, rosas de un albérchigo? Por eso, es necesario saber reconocer desde la infancia lo que Dios pide a las almas y secundar la acción de su gracia, sin aceleraría ni retrasaría nunca...»
Nuestra santa Maestra era de una gran bondad, pero también de una gran firmeza, y no nos pasaba absolutamente nada. Tan pronto como se apercibía de alguna imperfección, iba a buscar a la culpable y, aunque esto le costaba mucho, nada la detenía en el cumplimiento de su deber.
Este testimonio es exacto. Yo notaba su gran renunciamiento, su paciencia en escucharnos, en instruirnos, sin buscar alegría ni distracción alguna. Me daba cuenta también de su desinterés y del celo con que se ocupaba de las novicias menos dotadas, mostrándoles siempre el mayor afecto. Respetaba a las almas, cualesquiera que fuesen.
Acontecía molestarla las novicias a tiempo y a destiempo, marearla, hacerle preguntas indiscretas acerca de lo que escribía (el manuscrito de su vida o alguna carta a alguno de sus hermanos espirituales). Nunca la vi contestar de una manera impaciente en lo más mínimo, brusca, ni aun apresurada. Era siempre tranquila y dulce.
Como ella misma testimonia de sí, cuando se trataba de decir la verdad, no se detenía ante nada ni tenía miedo alguno a la guerra. Si era necesario reprendernos, no calculaba sus fuerzas. Todavía la veo, temblando de fiebre, quemada la garganta, en los últimos meses de su vida, reunir todo su vigor para afear la imperfección y corregir a una novicia. En una de estas ocasiones me dijo: Es necesario que muera con las armas en la mano, teniendo en la boca la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios»
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
Poco después pidió a Sor Teresa del Niño Jesús -de sólo veinte años de edad, pero cuya inteligencia y virtudes conocía mejor que nadie- que se ocupase discretamente de sus compañeras, recibiendo sus confidencias y formándolas en la vida religiosa.
No había entonces en el noviciado con la Santa más que dos Hermanas (conversas): Sor Marta de Jesús y Sor María Magdalena del Santísimo Sacramento. Fueron entrando sucesivamente en el Carmelo de Lisieux y juntándose a ellas: Sor María de la Trinidad, el 16 de junio de 1894; Sor Genoveva de la Santa Faz, el 14 de septiembre de 1894; y su prima Sor María de la Eucaristía, el 15 de agosto de 1895.
El 21 de marzo de 1896, la Madre María de Gonzaga fue reelegida Priora, y decidió juntar a esta carga la de Maestra de novicias. La Reverenda Madre Inés de Jesús le aconsejó que se hiciese ayudar lo más posible por Sor Teresa del Niño Jesús, que tan perfectamente había desempeñado desde hacia tres años la misión que se le confiara. La Madre María de Gonzaga se apropió fácilmente estos puntos de vista y dejó, prácticamente, toda la dirección del noviciado a Sor Teresa del Niño Jesús, que fue, por lo tanto, Maestra sin llevar el título, hasta su muerte, el 30 de septiembre de 1897.
Sólo después de haber sustituido completamente en el noviciado a la Madre María de Gonzaga -es decir, a partir de marzo de 1896-, la Santa reunía diariamente a las novicias, después de vísperas, de dos horas y media a tres.
No les daba conferencia propiamente dicha. Su enseñanza no tenía nada de sistemática. Les leía o les hacía leer algunos pasajes de la Regla, de las Constituciones o del Manual de las Costumbres Santas, llamado «Papel de multas», daba algunas explicaciones o precisiones que juzgaba oportunas, o respondía a las preguntas que le hacían las jóvenes Hermanas; después. reprendía sus faltas, si las había, y hablaba familiarmente con ellas sobre lo que podía interesarles en aquel momento, referente a la espiritualidad o a las labores en curso.
En sus conversaciones particulares con las novicias, la Santa daba los consejos que mejor se adaptaban a cada una. Esclarecía los casos de conciencia y las dificultades de sus novicias según las tendencias personales de las mismas, según sus necesidades propias, según sus pruebas o alegrías actuales. Sucedía que ciertos consejos dados a una, no hubieran convenido a otra. Esto había sido puesto de, relieve por la misma Santa. (Se observará en el pasaje que sigue un raro don sobrenatural de psicología, que. se encuentra en toda su actuación entre las novicias):
«.... He comprobado que todas las almas sostienen poco más o menos los mismos combates y, por otra parte, que existe entre ellas una diferencia extrema; esta diferencia obliga a no llevarlas de la misma manera... Llega una a comprender que es absolutamente necesario olvidar los propios gustos, los conceptos personales, y que se ha de guiar a las almas, no por el propio camino, por la propia ruta, sino por el camino particular que Jesús indica a cada una...»
«...¿Qué sucedería si un hortelano poco diestro no injertase bien sus árboles, si no supiese distinguir la naturaleza de cada uno o quisiese hacer brotar, por ejemplo, rosas de un albérchigo? Por eso, es necesario saber reconocer desde la infancia lo que Dios pide a las almas y secundar la acción de su gracia, sin aceleraría ni retrasaría nunca...»
La Santa hacía esta observación, tan juiciosa, a propósito de la educación de los niños. ¡ Qué bien supo tenerla en cuenta en esta educación de las almas, en la formación dada al noviciado!
Inspirándose también en estas observaciones, cada uno escogerá de entre estos Consejos y Recuerdos los que mejor respondan a sus necesidades personales, pues todos no pueden convenir indistintamente a cada lector.
Un día, en un dulce desahogo, Sor Teresa del Niño Jesús me dijo:
«El tiempo que he pasado ocupándome de las novicias ha sido para mí una vida de guerra, de lucha, Dios ha trabajado para mí..., yo trabajaba para Él, y nunca mi alma ha adelantado tanto... No buscaba ser amada, no me preocupaba de lo que se pudiera decir o pensar de mí, no buscaba sino complacer a Dios, sin desear que mis esfuerzos diesen fruto. Sí, hay que sembrar el bien a nuestro alrededor sin preocuparnos de su cosecha. El trabajo para nosotros, el éxito para Jesús. No temer la batalla cuando se trata del bien del prójimo, reprender a despecho de la propia tranquilidad personal, y mucho más con el fin de servir a Dios que con el fin de lograr que las novicias comprendan. Y para que una
reprensión reporte fruto, es necesario que cueste hacerla y no tener ni sombra de pasión en el corazón».
Para todo lo que le decíamos tenía ella una respuesta y, para hacerse comprender bien, citaba textos de la Sagrada Escritura o contaba historias que grababan en nuestra memoria las Verdades que quería inculcarnos.
Yo admiraba su gran sagacidad en descubrir las astucias de la naturaleza, los diversos movimientos de nuestra alma. Tenía, en efecto, una perspicacia del todo celestial, hasta el punto de creer nosotras que a veces leía nuestro pensamiento. Se la notaba verdaderamente inspirada. Yo la consultaba en la creencia de que no podía equivocarse y de que el Espíritu Santo hablaba por su boca, sin que nada se saliese, sin embargo, de lo ordinario y sin que pareciese darse cuenta de la gracia que obraba por ella. Acontecía molestarla las novicias a tiempo y a destiempo, marearla, hacerle preguntas indiscretas acerca de lo que escribía (el manuscrito de su vida o alguna carta a alguno de sus hermanos espirituales). Nunca la vi contestar de una manera impaciente en lo más mínimo, brusca, ni aun apresurada. Era siempre tranquila y dulce.
Como ella misma testimonia de sí, cuando se trataba de decir la verdad, no se detenía ante nada ni tenía miedo alguno a la guerra. Si era necesario reprendernos, no calculaba sus fuerzas. Todavía la veo, temblando de fiebre, quemada la garganta, en los últimos meses de su vida, reunir todo su vigor para afear la imperfección y corregir a una novicia. En una de estas ocasiones me dijo: Es necesario que muera con las armas en la mano, teniendo en la boca la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios»
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
lunes, 25 de noviembre de 2019
PRÓLOGO DE "CONSEJOS Y RECUERDOS"
Esta nueva edición de "consejos y recuerdos" solo contiene los recogidos por la propia hermana de la Santa: Sor Genoveva de la Santa Faz.
Conocido es ya el puesto especialísimo que ésta ocupaba en el corazón y en la vida de la Santa. Celina no era sólo su hermana según la carne: estaba destinada a ser su discípula según el espíritu. A este propósito, escribía Teresa en su Autobiografía: «Puedo decir que mi cariño fraternal se parecía más que nada a un amor de madre; estaba lleno de desvelo y de solicitud por su alma».
A este respecto aun, confió el día 16 de julio de 1897 a la Reverenda Madre Inés de Jesús en una de sus últimas conversaciones lo que sigue: «Yo había hecho el completo sacrificio de mi Hermana Sor Genoveva, pero no puedo decir que no la deseaba. Muchas veces en el verano, durante el silencio de la noche, sentada en la terraza, me decía a mí misma: «¡Ah, si mi Celina estuviese aquí cerca de mi! ... Pero no, esto sería una dicha demasiado grande...». Y me parecía algo irrealizable. Pero no deseaba esta dicha por un sentimiento de naturaleza, sino por su alma, para que ella fuese por nuestro camino... Y cuando vi que entraba aquí, y no sólo que entraba sino que me la encomendaban completamente a mí para instruirla en todas las cosas, cuando vi que Dios sobrepasaba de este modo mis deseos comprendí qué inmensidad de amor tenía Dios para conmigo...».
Estas notas subrayan el alcance de los testimonios que siguen. Su gran valor histórico se deduce de que son extractos:
1º, de las notas íntimas que, por mandato de la Reverenda Madre Inés de Jesús, había redactado Sor Genoveva, en gran parte mientras vivía aún santa Teresa del Niño Jesús. La Santa conoció estos primeros ensayos y los halló conformes a la verdad.
Sor Genoveva de la Santa Faz ha añadido algunos recuerdos, redactados recientemente.
Las divisiones y los títulos se han añadido para hacer viable su publicación.
J.M.J.T.
Había leído en mi infancia la vida de los Santos. Aquellos relatos habían transportado e inflamado mi corazón, habían hecho nacer en mí aspiraciones hacia lo bello, habían entusiasmado y guiado mi juventud...
Había vislumbrado, soñado, pero nunca alcanzado, el ideal de la santidad, pues para tocar una cosa es necesario estar muy cerca de ella, y para que la admiración sea sin nubes es necesario poder imitar al héroe que la inspira.
En el Carmelo, yo encontré en nuestra querida Hermanita Teresa lo que había buscado. Por medio de ella todos mis deseos se vieron colmados.
Entrada ya en los ochenta y tres años de edad, Sor Genoveva ha querido revisar las notas tomadas en el umbral de su vida. religiosa y como al dictado de su santa Hermanita. Una vez terminado este trabajo, ha dado de sí misma este testimonio conmovedor, que queremos reproducir íntegramente:
«He releído y clasificado mis recuerdos,. consignados en los cuadernos íntimos y en mis preparativos de Deposición para los dos Procesos»
SOR GENOVEVA DE LA SANTA FAZ Y DE SANTA TERESA
o. c. d. 9 de junio de 1951.
Nada tenemos que añadir a este documento. Él define mejor de lo que nosotros pudiéramos hacerlo el espíritu que ha inspirado esta publicación. La que hizo revivir sobre el lienzo la Faz ensangrentada del Maestro, tal como la revelaba misteriosamente en sus pliegues el Santo Sudario de Turín, la que consagró su talento a reproducir en toda su expresión el retrato de su Hermanita, pone aquí una minuciosa fidelidad en relatarnos las anécdotas y los menores episodios que fijarán definitivamente para la Historia la fisonomía moral de Santa Teresa del Niño Jesús. Ningún trabajo tan a propósito para excitar juntamente nuestra admiración y nuestra imitación.
Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina. |
Conocido es ya el puesto especialísimo que ésta ocupaba en el corazón y en la vida de la Santa. Celina no era sólo su hermana según la carne: estaba destinada a ser su discípula según el espíritu. A este propósito, escribía Teresa en su Autobiografía: «Puedo decir que mi cariño fraternal se parecía más que nada a un amor de madre; estaba lleno de desvelo y de solicitud por su alma».
A este respecto aun, confió el día 16 de julio de 1897 a la Reverenda Madre Inés de Jesús en una de sus últimas conversaciones lo que sigue: «Yo había hecho el completo sacrificio de mi Hermana Sor Genoveva, pero no puedo decir que no la deseaba. Muchas veces en el verano, durante el silencio de la noche, sentada en la terraza, me decía a mí misma: «¡Ah, si mi Celina estuviese aquí cerca de mi! ... Pero no, esto sería una dicha demasiado grande...». Y me parecía algo irrealizable. Pero no deseaba esta dicha por un sentimiento de naturaleza, sino por su alma, para que ella fuese por nuestro camino... Y cuando vi que entraba aquí, y no sólo que entraba sino que me la encomendaban completamente a mí para instruirla en todas las cosas, cuando vi que Dios sobrepasaba de este modo mis deseos comprendí qué inmensidad de amor tenía Dios para conmigo...».
Estas notas subrayan el alcance de los testimonios que siguen. Su gran valor histórico se deduce de que son extractos:
1º, de las notas íntimas que, por mandato de la Reverenda Madre Inés de Jesús, había redactado Sor Genoveva, en gran parte mientras vivía aún santa Teresa del Niño Jesús. La Santa conoció estos primeros ensayos y los halló conformes a la verdad.
2º, de sus Deposiciones, preparadas en orden a los Procesos canónicos, cuya substancia se resume en dichos testimonios.
Las divisiones y los títulos se han añadido para hacer viable su publicación.
Cuando Sor Genoveva de la Santa Faz, poco después de la muerte de Teresa, escribió sus notas íntimas, les puso como preámbulo las siguientes líneas:
Había leído en mi infancia la vida de los Santos. Aquellos relatos habían transportado e inflamado mi corazón, habían hecho nacer en mí aspiraciones hacia lo bello, habían entusiasmado y guiado mi juventud...
Había vislumbrado, soñado, pero nunca alcanzado, el ideal de la santidad, pues para tocar una cosa es necesario estar muy cerca de ella, y para que la admiración sea sin nubes es necesario poder imitar al héroe que la inspira.
En el Carmelo, yo encontré en nuestra querida Hermanita Teresa lo que había buscado. Por medio de ella todos mis deseos se vieron colmados.
¡Oh, María, Madre mía! Bajo vuestra mirada escribo estos pocos recuerdos, a fin de que en la hora de las tinieblas, de la prueba y de la tentación, me acuerde de que estas cosas me fueron dichas por el Ángel que vos me habíais dado para guiar mis primeros pasos en la vida religiosa; es él, lo sé, quien desde lo alto del cielo me acompaña aún y guía mis últimos pasos.
«He releído y clasificado mis recuerdos,. consignados en los cuadernos íntimos y en mis preparativos de Deposición para los dos Procesos»
Estos textos, alternados las más de las veces en diálogo, dan, como dice la imitación, el verdadero acento de la voz de la naturaleza y de la voz de la gracia». Y aunque sobre algunos temas da voz de la naturaleza» se repite hasta hacerse enojosa, no he querido suprimir cosa alguna, a fin de no perder nada de las sabias respuestas de «la voz de la gracia».
¡Puedan estos recuerdos vividos ayudar un poco a las almas que luchan con sus defectos e imperfecciones!
Atestiguo que estas páginas son, en toda verdad, conformes a lo que yo vi y oí».
o. c. d. 9 de junio de 1951.
Nada tenemos que añadir a este documento. Él define mejor de lo que nosotros pudiéramos hacerlo el espíritu que ha inspirado esta publicación. La que hizo revivir sobre el lienzo la Faz ensangrentada del Maestro, tal como la revelaba misteriosamente en sus pliegues el Santo Sudario de Turín, la que consagró su talento a reproducir en toda su expresión el retrato de su Hermanita, pone aquí una minuciosa fidelidad en relatarnos las anécdotas y los menores episodios que fijarán definitivamente para la Historia la fisonomía moral de Santa Teresa del Niño Jesús. Ningún trabajo tan a propósito para excitar juntamente nuestra admiración y nuestra imitación.
Fuente: Consejos y recuerdos, Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina (Hermana de santa Teresita del Niño Jesús)
LA HUIDA A EGIPTO (Recreación piadosa)
FRAGMENTO
(El Ángel advierte a José)
Hay que huir rápidamente hacia Egipto, ¡oh buen José! Huye durante la noche secreta y calladamente.
Herodes en su furor busca al nuevo Rey de reyes. A este divino Cordero quiere quitarle la vida. Toma al Niño y a la Madre y escapa rápidamente.
CANTO DE LOS ÁNGELES
acompañando a la Sagrada Familia
¡ Oh, qué inefable misterio! ¡Jesús el Rey de los cielos, que se desterró a la tierra, huye de un pobre mortal!.
A este Dios entre pañales ofrecemos nuestro amor. Que nuestras blancas falanges formen su corte de honor.
Cubrámosle con las alas y con las más bellas flores. Con nuestros cantos gozosos vamos a mecer a nuestro Rey.
Por consolar a la Madre cantemos muy callandito las gracias del Salvador, sus encantos y dulzuras.
¡Ah, dejemos esta tierra, huyamos de la tormenta! Huyamos en esta noche lejos de todo rumor.
La Virgen bajo su manto lleva escondida una estrella, astro de los elegidos: al Niño Jesús, que es nuestro Dios.
Jesús, el Rey de los cielos huye de un pobre mortal.
EL ÁNGEL DEL DESIERTO
Vengo del cielo a cantar de la Sagrada Familia los divinos resplandores , que a estos lugares me traen. Esta estrellita que brilla en el oscuro desierto me encanta más que la gloria de los mismísimos cielos.
¡Oh quién podrá comprender este difícil misterio! Jesús se ve entre los suyos perseguido y rechazado. Es un errante viajero. Nadie sabe descubrir su bondad y su belleza.
Pero si temen los grandes tu mando y tu dulce imperio, hace tiempo que os desean otros muchos corazones , porque eres tú la esperanza de todos los desgraciados.
¡Oh Verbo y Sabiduría eterna del Dios eterno: Tú distribuyes tus dones y tus inefables gracias entre los pobres y débiles y los pequeños el mundo. En el cielo, en letras de oro, sus nombres escribes Tú.
Si comunicas tu ciencia al que es ignorante y débil y humilde de corazón, es porque toda alma humana es tu hechura y es tu imagen . Tú llamas, Jesús, tú salvas a los que son pecadores.
En la celeste pradera, un día el cordero manso pacerá junto al león. Hoy el desierto es tu patria; más de una vez Él oirá que se pronuncia tu nombre.
¡Oh, Dios, que estás escondido! Almas vírgenes y santas, ardiendo en celo y amor, seguirán tus huellas reales, y un día, no muy lejano, se poblarán los desiertos.
Y estos pechos encendidos, y estas seráficas almas serán el gozo y la gloria de los ángeles del cielo; y con el humilde acento de sus cánticos divinos harán temblar las tinieblas de los malditos abismos.
En su furor y en su envidia Satán querrá despoblar los desiertos florecidos. Desconoce el infinito poder de este débil Niño, que hoy el mundo desconoce.
Ignora el demonio, ignora que la Virgen fervorosa en el corazón del Niño halla su gozo y descanso. Ignora el poder que tiene esta alma a su Dios unida.
Para poder ser un día vuestras amadas esposas, os darán su compañía en el destierro, Señor. Si un día los pecadores de sus claustros las destierran, ni con eso lograrán apagar su vivo fuego de fidelísimo amor.
Nunca el sacrilegio, odio del mundo impuro podrá apagar la clara luz de tus vírgenes, Señor; ni manchar la pura nieve de sus almas y vestidos.
¡Oh, mundo ingrato, tu imperio se derrumba, porque el Niño va recogiendo gozoso la palma de los martirios, las frescas rosas de oro y los lirios brillantes de blancura.
¿Pero no ves, mundo ingrato, que le son fieles su vírgenes, y que llevan en sus manos la lámpara del amor? No ves las puertas del cielo, que un día para los santos se abrirán de par en par?
¡Oh, dichosísimo instante! ¡Oh purísima alegría! Aparecerán gloriosos los elegidos del cielo; y en cambio de su amor fiel recibirán, para amar, una eternidad sin fin.
Terminado ya el destierro, no habrá ya más sufrimiento, sino el descanso inefable de la celeste mansión. Ni la fe ni la esperanza, sino la paz y la gloria y el éxtasis del amor.
21 de enero 1896
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
EL DIVINO MENDIGO DE NAVIDAD (Recreación piadosa)
PIEZA TEATRAL ESCRITA POR SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
(Un ángel aparece, llevando al Niño Jesús en sus brazos, y canta lo que sigue):
En el nombre del que adoro os tiendo , hermanas, la mano, y canto por este niño que todavía no habla.
Para este Niño Jesús, el desterrado del cielo, sólo he encontrado en el mundo indiferencia profunda. Por eso vengo al Carmelo.
Que todas vuestras caricias, alabanzas y ternuras sean para el Niño Dios. ¡Almas, que el amor os queme viendo que el Dios inmortal se hace mortal por vosotras!
¡Oh , conmovedor misterio! ¡Viene a pediros limosna el que es Dios, el Verbo eterno!
Venid acá, mis hermanas, acercaos sin temor; a Jesús, una y otra, ofrecedle vuestro amor; todas sabréis lo que quiere. Yo mismo os iré diciendo los deseos de este Niño escondido entre pañales ; os lo diré, porque sois como los ángeles, puras, y además podéis sufrir.
Que siempre para este Niño sean vuestros sufrimientos, vuestras penas y alegrías. ¡Almas, que el amor os queme viendo que el Dios inmortal se hace mortal por vosotras!
¡Oh , conmovedor misterio! ¡Viene a pediros limosna el que es Dios, el Verbo eterno!
(El ángel, depositando al Niño Jesús en el pesebre, presenta a la Madre Priora, y luego a las demás carmelitas, una cestita llenas de papeletas, cada religiosa toma una al alzar, y sin abrirla, se las entrega al ángel, que canta la limosna pedida por el Niño).
UN TRONO DE ORO
De Jesús, que es su tesoro, escucha el deseo amable: te pide un trono de oro, no lo tiene en el establo. En el establo Jesús - lo mismo en el pecador - nada ver que alegrar pueda su divino corazón; nunca encuentra en él descanso.
Salva tú, hermanita mía el alma de pecador. Pero escucha todavía: para su trono de oro él desea tu alma pura.
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LECHE
Aquel que los elegidos alimenta de su santa y divinísima esencia por ti se hace un débil niño y reclama tu asistencia. Su dicha y felicidad son en el cielo perfectas, pero por ti se hace pobre, pobre y humilde en la tierra...Dale un poquito de leche a tu hermanito Jesús.
Él te sonríe, hermanita, para decirte muy bajo: "Me encanta la sencillez. ¡Navidad! ¡Bajo del cielo! Tú misma serás mi leche, mi leche de amor serás!".
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PAJARILLOS
¡Oh, hermana, tú estás ansiosa de saber lo que desea el Niño Jesús; pues bien, yo te indicaré esta noche cómo le harás sonreir. Coge lindos pajarillos y en el establo a volar échalos, y tú verás...Son imagen de los niños, a los que tanto ama el Verbo.
Con sus cantos jubilosos y sus alegres gorjeos, la carita de Jesús irradia alegría y gozo. Ruega, hermanita, por ellos, pues tu corona serán los niños allá en el cielo.
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UNA ESTRELLA
Cuando el cielo se hace noche o negra nube le cubre, el Niño Jesús está muy triste y solo en la sombra, sin ver sus ojos la luz. Para alegrar al Niñito, como una estrella brillante brilla tú, hermanita mía, con la luz de las virtudes.
Y tu lumbre rasgará el denso velo que cubre los ojos del pecador, y le llevarás al cielo. Este Niñito divino, que es Astro de la mañana, te escoge a ti por su estrella.
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UNA LIRA
Escucha, hermanita mía, lo que el Niño Jesús quiere: Te pide tu corazón para que sea tu lira. Tiene en el cielo, es verdad, la armonía de los ángeles y su aromático incienso. Mas quiere que en el Carmelo tú cantes como los ángeles sus divinas alabanzas.
Jesús quiere, amable hermana, de tu puro corazón la agradable melodía. No lo olvides: que tu vida en dulces cantos de amor se consuma noche y día.
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ROSAS
Tu alma es un lirio aromado que encanta a Jesús, y encanta a su santísima Madre. Escucha lo que te dice el Amado de tu alma "Si te gusta la blancura del lirio, que es de inocencia bello y acabado símbolo, me gusta también el vivo color rojo de las rosas, las rosas de penitencia.
¡Cuánto placer tú me causas cuando derramas tus lágrimas, cual refrescante rocío, sobre la flor de las almas! Así podré yo coger cuando quiera a manos llenas esas bellas rosas rojas.
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UN VALLE
Como la lumbre del sol embellece el universo y dora con suaves rayos los valles y las praderas, así Jesús, Sol divino, lo que está cerca dora. Resplandece en la mañana más que una brillante aurora.
En su blando despertar, cada mañana este Sol derrama sobre tu alma, que aquí vive, en el destierro, sus dulces rayos de amor. Procura que tu alma sea siempre su plácido valle.
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SEGADORES
Allá lejos, bajo el sol de apartados horizontes, no obstante escarchas y nieves, se van dorando las mieses que este Niño Dios protege. Mas ¡ay! para recogerlas tiene que haber almas fuertes, segadores con deseos de trabajar y sufrir, que se rían de las llamas, de la espada y de la muerte.
¡Navidad! Vengo al Carmelo , sabiendo que mis deseos son tus deseos también.
Para el dulce Salvador engendra, mi amada hermana, un gran número de apóstoles.
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UN RACIMO DE UVAS
Quisiera un fruto sabroso, un racimito dorado , para refrescar la boca del Reyecito del cielo. ¡Oh, hermana, dulce es tu suerte! Tú serás este racimo: el Niño te apretará muy fuerte con su manita , pequeña y linda manita.
Esta noche es muy pequeño para comer el racimo. Él se contenta tan sólo con su jugo azucarado.
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UNA HOSTIA PEQUEÑA
Jesús, el divino Niño, para entregarte su vida, transforma en él cada día una hostia pequeñita, toda blanca y pequeñita. Con más amor todavía, ¡oh, hermanita afortunada!, quiere transformarte a ti en su misma carne y sangre. Tu corazón es su dicha, su placer y su tesoro.
¡Navidad! Bajo del cielo para decirle a tu alma: el dulcísimo Cordero se abaja hasta ti, procura ser su hostia blanca y pura.
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UNA SONRISA
El mundo ignora o desprecia los encantos de Jesús, y veo brillar las lágrimas en sus ojitos tan dulces. Consuela, hermana querida, al Niñito que te tiende sus brazos para abrazarte. Para alegrarle te pido que sonrías siempre, siempre...Mira su carita y ve que parece que te dice: "Cada vez que tú sonríes a tus hermanas, entiende que con tu sonrisa secas las lágrimas de mis ojos".
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UN JUGUETE
¿Quieres ser aquí en la tierra el juguete de este Niño? ¿Quieres, hermana, agradarle? Estate siempre en su mano. Ya sea que te acaricie, o que te acerque a su pecho, o que a veces te abandone, muéstrate siempre contenta. Buscándole los caprichos, alegrarás sus ojitos. Sus deseos infantiles han de formar tus delicias.
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UNA ALMOHADA
En este duro pesebre donde descansa Jesús, yo le veo despertarse muchas veces, ¿y por qué? porque no tiene una almohada. Sé que tu alma sólo aspira a dar consuelo a este Niño, a dárselo noche y día. Pues bien, la almohada que quiere es tu mismo corazón en su amor todo encendido. Sé siempre dulce y humilde, y Jesús podrá decirte: "Adorada esposa mía, en ti duermo dulcemente".
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UNA FLOR
La nieve cubre la tierra y son duras las escarchas. El invierno y su cortejo han marchitado las flores.
Pero para ti se ha abierto la Flor pura de los campos. Flor de primavera eterna, que es la que reina en el cielo. Escóndete, hermana mía, entre la hierba y muy cerca de la blanquísima Rosa, Rosa de la Navidad. Procura ser florecilla de tu Esposo, el Rey del cielo.
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PAN
Cada día en la oración, cuando hablas al Padre Eterno, tú repites: Padre mío. dame el pan de cada día. El Dios que se hace tu hermano hambre sufre como tú. No desoigas su plegaria, te pide un poco de pan. Hermana, ten por seguro que sólo quiere su amor. Se nutre del alma pura, que es su pan de cada día.
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UN ESPEJO
A todo niño le gusta que le pongan al espejo, y entonces graciosamente sonríe al niño que ve. Acércate al pobre establo, tu alma es un limpio cristal; debes reflejar al Verbo, debes reflejar las gracias de este Dios que se ha hecho niño. Sé siempre la imagen viva, puro espejo, de tu Esposo; Él quiere en ti contemplar el resplandor de su rostro.
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UN PALACIO
Viven los grandes aquí en palacios suntuosos, mientras que los desgraciados viven en pobres casuchas. Mira en ese pobre establo al Pobre de Navidad. Vela su gloria inefable, abandonando el palacio que tiene arriba en el cielo. Yo se que amas la pobreza, en ella hallarás la paz. Por eso, tu corazón quiere Jesús por palacio.
UNA CORONA DE LIRIOS
A Jesús los pecadores le coronan la cabeza con la corona de espinas. Admira tú las divinas gracias que la tierra ignora, y que tu alma virginal le haga olvidar sus dolores. Ofrécele por corona a tus Hermanas, las vírgenes. Ven muy cerca de su trono...Para encantar sus ojitos, trenza delante de Él su hermosa y bella corona de lirios resplandecientes.
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BOMBONES
Llena, hermanita querida, de Jesús la blanca mano de dulcísimos bombones, que a los niñitos les gustan, y ese Niño te los pide con su divina mirada. Las almendras del Carmelo , que encantan al Rey del cielo, son tus propios sacrificios. Tu austeridad y pobreza son el placer de Jesús.
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UNA CARICIA
A ti el pequeño Jesús no te pide nada más que una muy dulce caricia, Dale tu amor, y verás el amor que él te devuelve, su infinita caridad. Si alguna de tus hermanas viene a llorar a tu lado, enseguida con ternura suplica al Niño divino que con su pequeña mano dulcemente la acaricie.
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UN CUNA
Pocos corazones hay que no quieran recibir los favores de Jesús. Pero si él quiere dormir, le dejan ya de servir y no creen más en él. Si supieras qué placer siente el Niño cuando duerme sin miedo a que le despierten, harías de cuna tú, sonriendo cunado duerme el dulce Cordero en ti.
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PAÑALES
Mira, el amable Niñito te indica la paja seca con su encantador dedito. Comprende su inmenso amor, y provee de pañales el establo pobre y duro. Excusando a tus Hermanas te ganarás los favores de Jesús, Rey de los ángeles. Es la ardiente caridad y la amable sencillez lo que él quiere por pañales.
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FUEGO
Hermana, el Niño Jesús, el dulce fuego del cielo, temblando está en el establo...Sin embargo, allá en el cielo, los ángeles, hechos llamas, sirven al Verbo adorable. Mas en la tierra eres tú el hogar donde tu Esposo halla calor, y por eso pide el fuego de tu amor. Para calentar, hermana, al divino Salvador, tienes que abrasar las almas.
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UN PASTEL
Tú sabes que todo Niño prefiere un dulce pastel a la gloria de un imperio. Ofrécele, pues, al Rey de los cielos un pastel, y le verás sonreir. ¿Sabes, hermana, el pastel que prefiere el Rey de reyes? Es la rápida obediencia. Encantarás a tu Esposo si obedeces prontamente, como él lo hizo en su infancia.
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MIEL
En la luz de la mañana, formando un rico botín, se ve a la pequeña abeja volando de flor en flor y visitando, dichosa, las corolas que despierta. Forma tú un botín de amor y acércate cada día junto al establo sagrado, y ofrece al Señor divino las mieles de tu fervor, pequeña abeja dorada.
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UN CORDERO
Para agradar al Cordero no guardes ya más ganado, y abandonándolo todo, empléate en su servicio. Procura servirle bien todo el tiempo que él descanse. Hermanita, desde hoy abandónate en Jesús, y dormiréis los dos juntos. Y cuando vaya María a la cuna, allí verá, junto a su dulce Cordero, a otro que se le parece.
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(El ángel, tomando de nuevo a Niño en sus brazos, canta lo que sigue):
Os da las gracias el Niño; va encantado de los bellos regalos que le habéis hecho, y en el libro de la Vida los pondrá con vuestros nombres.
Ha encontrado sus delicias Jesús en vuestro Carmelo. Para pagar sacrificios este Niño tiene un cielo.
Si fieles permanecéis en contentar a este Niño, alas os dará el amor para el más sublime vuelo.
Un día en la santa Patria, transcurrido ya el destierro, a María y a Jesús veréis; así lo deseo.
Navidad de 1895
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
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