domingo, 22 de julio de 2018

ULTIMO DIA DE DESTIERRO DE MI QUERIDA TERESITA


30 de septiembre 

El día de su muerte por la tarde, estando solas con ella la madre Inés de Jesús y yo, nuestra querida santita, temblorosa y deshecha, nos llamó en su ayuda... Le dolían terriblemente todos los músculos, y apoyando uno de sus brazos en el hombro de la madre Inés de Jesús y el otro en el mío, se estuvo así, con los brazos en cruz. En aquel preciso momento dieron las tres y nos vino a la mente el pensamiento de la Jesús en la cruz: ¿no era la pobrecita de nuestra mártir su viva imagen...? 

A nuestra pregunta «¿para quién sería su última mirada?», nos había respondido unos días antes de morir: «Si Dios me deja elegir, será para nuestra Madre» (la madre María de Gonzaga). 

Pues bien, durante su agonía, tan sólo unos minutos ante de expirar, y pasé por sus labios encendidos un pedacito de hielo, y en ese momento alzó los ojos hacia mí y me miró con una insistencia profética. 

Su mirada estaba llena de cariño; tenía a la vez una expresión sobrehumana, hecha de aliento y de promesas, como si quisiese decirme: 

«¡Bueno, bueno, Celina! ¡Yo estaré contigo...!». 

¿Le reveló Dios en ese momento la larga y laboriosa carrera que, por su causa, tendría yo que recorrer aquí en la tierra, y quiso consolarme así de mi destierro? Pues el recuerdo de esa última mirada, que todas tanto deseábamos y que fue para mí, ese recuerdo me sigue sosteniendo y constituye para mí una fuerza indecible.) 

La comunidad allí presente estaba como en suspenso ante aquel espectáculo grandioso. Pero de repente nuestra santita bajó los ojos buscando a nuestra Madre, que estaba arrodillada a su lado, mientras su mirada velada recobraba la expresión de sufrimiento que tenía antes. 





Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, recuerdos de Celina.



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