J.M.J.T.
Te paso la carta de Roma (1) para que, si quieres, se la hagas llegar a Celina.
Tal vez papá no la entienda, pero no será difícil conseguirlo, y si algún día lograse entenderla, ¡se sentiría tan dichoso! ¿Tengo que mandarle también mis votos para que él los bendiga? Si te parece que sí, dímelo mañana por la mañana para escribirlos cuanto antes. Los pondríamos en medio de la corona, ¿pero no será quizás mejor no hacer nada...?
Gracias por tu cartita, ¡si supieras cómo me ha gustado (2)...! Mi alma sigue en el túnel, pero es muy feliz allí; sí, feliz de no tener ningún consuelo, porque pienso que así su amor no es como el amor de las prometidas de la tierra, que están siempre mirando las manos de su prometido para ver si les trae algún regalo, o su rostro para sorprender en él una sonrisa de amor que las cautive...
Pero la pobre prometida de Jesús sabe que ella ama a Jesús sólo por él, y sólo quiere mirar al rostro de su amado para sorprender en él las lágrimas que corren de los ojos que la han cautivado con sus secretos encantos... Y quiere enjugar esas lágrimas para hacer con ellas su aderezo el día de sus bodas. Un aderezo que será también secreto, pero que su Amado sabrá entender.
NOTAS
(1) La Bendición Apostólica, que recibió por mediación del Hno. Simeón. Celina la llevará cuando vaya a ver a su padre el 5 de septiembre.
(2) Sor Inés le decía, entre otras cosas: «Querido granito de arena, no creo que Celina se muera enseguida, sin embargo, no sería muy extraño. ¡Pero qué feliz sería...! ¡Qué dicha ir a ver ese «Rostro desconocido» del que Job nos hablaba esta noche...! Dejemos actuar a Dios en nuestra familia, ¡que no se moleste por nosotros...! ¿No está en su casa...? Jesús se quejaba en sus tiempos de no tener ni siquiera una piedra donde reposar su cabeza divina. Ahora le iba a resultar muy difícil quejarse, pues nuestros corazones quieren servirle de almohadas muy suaves y muy cálidas. (...)
«Granito de arena tan querido, ya no estoy apenada por la minucia de ayer tarde... No hemos vuelto a hablar de ello, y yo me he guardado muy bien de decir una sola palabra. ¡Dios mío, cómo se pasa todo aquí en la tierra! Y esto nos da ánimos. Hoy estás sumida en la tristeza, mañana ésta se disipa, y pasado mañana el cielo se oscurece. ¡Feliz mil veces el alma que se eleva por encima de todas estas pequeñeces...! Es difícil, pero la gracia hace maravillas en el corazón fiel...
«Hija querida, dale gracias a tu Prometido, porque desde tus más tiernos años te ha hecho seguir este camino de fidelidad... Si no te consuela, es porque estás entre sus brazos; no caminas, es él quien te lleva... El niño en brazos de su Padre ¿tiene necesidad de otro consuelo...? Yo me imagino a Jesús llevando a su granito de arena y cargando con esa carga ligera, corriendo en busca de almas» (LC 137, 3/9/1890).
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas
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