miércoles, 26 de septiembre de 2018

CONFIDENCIA A MI PADRE (DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD, 1886 -1887) MANUSCRITO A



Lo que no sabía era qué medio emplear para decírselo a papá... ¿Cómo hablarle de separarse de su reina, a él que acababa de sacrificar a sus tres hijas mayores (1)...? 

¡Cuántas luchas interiores no tuve que sufrir antes de sentirme con ánimos para hablar...! Sin embargo, tenía que decidirme. Yo iba cumplir catorce años y medio, y sólo seis meses nos separaban de la hermosa noche de Navidad, en que había decidido ingresar a la misma hora en que el año anterior había recibido «mi gracia».

Escogí el día de Pentecostés para hacerle a papá mi gran confidencia. Todo el día estuve suplicando a los santos apóstoles que intercedieran por mí y que me inspiraran ellos las palabras que habría de decir... ¿No eran ellos, en efecto, quienes tenían que ayudar a aquella niña tímida que Dios tenía destinada a ser apóstol de apóstoles por medio de la oración y el sacrificio...? 

Hasta por la tarde, al volver de Vísperas, no encontré la ocasión de hablar a mi papaíto querido. Había ido a sentarse al borde del aljibe, y desde allí, con las manos juntas, contemplaba las maravillas de la naturaleza. El sol, cuyos rayos habían perdido ya su ardor, doraba las copas de los altos árboles, en los que los pajarillos cantaban alegres su oración de la tarde.

El hermoso rostro de papá tenía una expresión celestial. Comprendí que la paz inundaba su corazón. Sin decir una sola palabra, fui a sentarme a su lado, con los ojos bañados ya en lágrimas. Me miró con ternura, y cogiendo mi cabeza la apoyó en su pecho, diciéndome: »¿Qué te pasa, reinecita... Cuéntamelo...» Luego, levantándose, como para disimular su propia emoción, echó a andar lentamente, manteniendo mi cabeza apoyada en su pecho. 


A través de las lágrimas, le confié mi deseo de entrar en el Carmelo, y entonces sus lágrimas se mezclaron con las mías; pero no dijo ni una palabra para hacerme desistir de mi vocación. Simplemente se contentó con hacerme notar que yo era todavía muy joven para tomar una decisión tan grave. Pero yo defendí tan bien mi causa, que papá, con su modo de ser sencillo y recto, quedó pronto convencido(2) de que mi deseo era el de Dios; y con su fe profunda, me dijo que Dios le hacía un gran honor al pedirle así a sus hijas. 

Seguimos paseando un largo rato. Mi corazón, confortado por la bondad con que aquel padre incomparable había acogido mis confidencias, se volcó dulcemente en el suyo. Papá parecía gozar de esa alegría serena que da el sacrificio consumado. Me habló como un santo, y me gustaría acordarme de sus palabras para transcribirlas aquí, pero sólo conservo de ellas un recuerdo demasiado perfumado para poderlo expresar.

De lo que sí me acuerdo perfectamente es de la acción simbólica que mi querido rey realizó sin saberlo. Acercándose a un muro poco elevado, me mostró unas florecillas blancas, parecidas a lirios en miniatura ; y tomando una de aquellas flores, me la dio, explicándome con cuánto esmero Dios la había hecho nacer y la había conservado hasta aquel día. Al oírle hablar, me parecía estar escuchando mi propia historia, tanta semejanza había entre lo que Jesús había hecho con aquella florecilla y con Teresita ...  


Recibí aquella flor como una reliquia, y observé que, al querer cogerla, papá había arrancado todas sus raíces sin troncharlas, como si estuviera destinada a seguir viviendo en otra tierra más fértil que el blando musgo en el que habían transcurrido sus primeras alboradas... Era exactamente lo mismo que papá acababa de hacer conmigo poco antes al permitirme subir a la montaña del Carmelo y abandonar el dulce valle testigo de mis primeros pasos por la vida.

Puse mi florecita blanca en mi libro de la Imitación, en el capítulo titulado: «Del amor a Jesús sobre todas las cosas», y todavía sigue allí. Sólo el tallo se ha roto muy cerca de la raíz, y Dios parece decirme con eso que pronto romperá los lazos de su florecita y que no la dejará marchitarse en la tierra. 

Una vez obtenido el consentimiento de papá, pensé que podría volar ya sin temor alguno hacia el Carmelo. Pero muchos y muy dolorosos contratiempos debían aún someter a prueba mi vocación.  



NOTAS:
(1) María, Paulina y Leonia que acababa de comunicar su deseo de entrar en la Visitación de Caen, cosa que hará el 16/7/1887; Teresa habló con su padre el 29 de mayo (Pentecostés). 

(2) El señor Martin ya se esperaba la partida de la última de sus hijas, pero el golpe fue sin duda muy duro para un hombre que había tenido, el 1 de mayo, un primer ataque de parálisis con hemiplejia parcial.

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

 

DESEOS DE ENTRAR EN EL CARMELO (DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD, 1886 -1887) MANUSCRITO A


Cuando un jardinero rodea de cuidados a una fruta que quiere que madure antes de tiempo, no es para dejarla colgada en el árbol, sino para presentarla en una mesa ricamente servida. 

Con parecida intención prodigaba Jesús sus gracias a su florecita... Él, que en los días de su vida mortal exclamó en un transporte de alegría: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla», quería hacer resplandecer en mí su misericordia. 
Porque yo era débil y pequeña, se abajaba hasta mí y me instruía en secreto en las cosas de su amor. Si los sabios que se pasan la vida estudiando hubiesen venido a preguntarme, se hubieran quedado asombrados al ver a una niña de catorce años comprender los secretos de la perfección, unos secretos que toda su ciencia no puede descubrirles a ellos porque para poseerlos es necesario ser pobres de espíritu...

Como dice san Juan de la Cruz en su Cántico:

«Sin otra luz ni guía  sino la que en el corazón ardía.  Aquesta me guiaba  más cierto que la luz del mediodía  adonde me esperaba  quien yo bien me sabía».

Ese lugar era el Carmelo. Pero antes de «sentarme a la sombra de Aquel a quien deseaba», tenía que pasar por muchas pruebas. Pero la llamada divina era tan apremiante, que si hubiera tenido que pasar entre llamas, lo habría hecho por ser fiel a Jesús...

Sólo encontré un alma que me animase en mi vocación: la de mi Madre querida(1)... Mi corazón encontró en el suyo un eco fiel; y sin ella, yo no habría llegado en modo alguno a la ribera bendita que la había acogido a ella cinco años antes en su suelo impregnado del rocío celestial... 
 
PAULINA, MADRE INÉS DE JESÚS, HERMANA DE SANTA TERESITA

Sí, hacía cinco años que yo estaba separada de ti, Madre querida, y creía que te había perdido. Pero en el momento de la prueba fue tu mano la que me indicó el camino que debía seguir... Necesitaba ese consuelo, pues las visitas al locutorio del Carmelo me resultaban cada vez más penosas; no podía hablar de mis deseos de entrar, sin verme

rechazada. 
María pensaba que era demasiado joven y hacía todo lo posible por impedirme entrar; y tú misma, Madre, a fin de probarme, tratabas a veces de moderar mi entusiasmo. 

En fin, que si no hubiese tenido verdadera vocación, me hubiera vuelto atrás desde el primer momento, pues en cuanto empecé a responder a la llamada de Jesús me encontré con obstáculos. 

No quise hablarle a Celina de mis deseos de entrar tan joven en el Carmelo, y eso aumentó mi sufrimiento, pues me resultaba muy difícil ocultarle nada... Pero este sufrimiento no duró mucho, pues pronto mi hermanita querida se enteró de mi determinación, y, lejos de intentar disuadirme, aceptó con un valor admirable el sacrificio que Dios le pedía; para entender cuán grande era ese sacrificio, habría que saber hasta qué punto estábamos unidas...
 
CELINA Y TERESITA

Una misma alma, por así decirlo, nos hacía vivir. Desde hacía algunos meses, disfrutábamos juntas de la vida más dulce que unas jóvenes puedan soñar. Todo alrededor de nosotras respondía a nuestros gustos. Teníamos una gran libertad. En una palabra, yo solía decir que nuestra vida era en la tierra el ideal de la felicidad... 

Pero apenas habíamos comenzado a saborear este ideal de la felicidad, tuvimos que renunciar libremente a él, y mi querida Celina no se rebeló ni por un instante. 

Sin embargo, podría haberse quejado, ya que Jesús no la llamaba a ella la primera... Tenía la misma vocación que yo, por lo cual le tocaba a ella partir antes... Pero así como, en tiempos de los mártires, los que quedaban en la cárcel daban gozosos el beso de paz a sus hermanos que partían primero para combatir en la arena, y se consolaban pensando que tal vez a ellos se les reservaba para combates todavía mayores, igualmente Celina dejó alejarse a su Teresa y se quedó sola para el glorioso y sangriento combate al que Jesús la tenía destinada como privilegiada de su amor (2)... 

Celina, pues, se convirtió en confidente de mis luchas y de mis sufrimientos, y tomó en ellos tanta parte como si se hubiera tratado de su propia vocación. De parte de ella no temía yo ninguna oposición. 


NOTAS:

(1) Se refiere a su hermana Paulina, en el convento Sor Inés de Jesús.

(2) Celina tuvo que cuidar de su padre enfermo.


Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

 

martes, 25 de septiembre de 2018

CARTA DE TERESITA A SU HERMANA MARÍA, EL DÍA ANTES DE SU PROFESIÓN RELIGIOSA, CARTA 116

A sor María del Sdo. Corazón 
7 de septiembre de 1890   J.M.J.T. 
 

Me gustaría que las velas del Niño Jesús estuvieran encendidas cuando me dirija a la sala capitular (1), ¿quieres ir tú a encenderlas...? Por favor, no te olvides... No he puesto las velas color rosa, porque las otras le dicen mucho más a mi alma: empezaron a lucir el día de mi toma de hábito. Entonces estaban rosadas y nuevas. Papá (que me las había regalado) estaba allí, y todo era alegría... Pero ahora el color rosa se ha ido. 
¿Hay todavía aquí en la tierra alegrías color de rosa para la huerfanita de la Berezina…(2)? 
¡No!, para ella ya no hay más que alegrías celestiales..., alegrías en las que todo lo creado, que no es nada, cede el paso a lo increado, que es la realidad...  

NIÑO JESÚS DEL CLAUSTRO DEL CONVENTO DE LISIEUX

¿Comprendes a tu hijita...? 

Mañana será la esposa de Jesús. Mañana será la esposa de aquel cuyo rostro estaba oculto y a quien nadie conocía... ¡Qué alianza y qué porvenir...! Sí, lo sé muy bien, mis bodas estarán rodeadas de ángeles, sólo el cielo se alegrará, y también la pequeña esposa y sus hermanas queridas (3)... 



NOTAS

(1) Al dirigirse a la sala capitular, donde Teresa emitirá los votos a la salida de misa, la comunidad pasará en procesión ante la estatua del Niño Jesús del claustro. 

 (2) El Padre de Teresita la llamaba "la huerfanita de la Berezin"

(3) Sor María del Sagrado Corazón le responderá: «Mi querida hijita, tus letras han hablado muy hondo a mi alma... ¡Cómo ha hecho Jesús crecer en pocos años a la «Huerfanita de la Berezina»! ¡Con qué amor de predilección ha amado a aquella reina de largos cabellos rubios a la que nuestro pobre papaíto tanto quería! También hoy sigue siendo su alegría, sigue siendo su gloria, encorvado como está bajo la prueba, y mañana el cielo contemplará maravillado la nueva aureola que brillará sobre su frente venerable. (...) 
«Pide por tu madrina para que llegue a ser santa y para que también ella sepa responder a ese don con que Dios la ha agraciado en su hijita. ¡Familia bendita! ¡Familia colmada por Jesús...!» (LC 138, 7/7/1890).  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas

 

LA POBRE PROMETIDA DE JESÚS SOLO QUIERE MIRAR AL ROSTRO DE SU AMADO PARA ENJUGAR SUS LÁGRIMAS, CARTA 115

 A sor Inés de Jesús   4 de septiembre de 1890 
J.M.J.T. 



Te paso la carta de Roma (1) para que, si quieres, se la hagas llegar a Celina. 
Tal vez papá no la entienda, pero no será difícil conseguirlo, y si algún día lograse entenderla, ¡se sentiría tan dichoso! ¿Tengo que mandarle también mis votos para que él los bendiga? Si te parece que sí, dímelo mañana por la mañana para escribirlos cuanto antes. Los pondríamos en medio de la corona, ¿pero no será quizás mejor no hacer nada...? 

Gracias por tu cartita, ¡si supieras cómo me ha gustado (2)...! Mi alma sigue en el túnel, pero es muy feliz allí; sí, feliz de no tener ningún consuelo, porque pienso que así su amor no es como el amor de las prometidas de la tierra, que están siempre mirando las manos de su prometido para ver si les trae algún regalo, o su rostro para sorprender en él una sonrisa de amor que las cautive... 

Pero la pobre prometida de Jesús sabe que ella ama a Jesús sólo por él, y sólo quiere mirar al rostro de su amado para sorprender en él las lágrimas que corren de los ojos que la han cautivado con sus secretos encantos... Y quiere enjugar esas lágrimas para hacer con ellas su aderezo el día de sus bodas. Un aderezo que será también secreto, pero que su Amado sabrá entender. 




 NOTAS 

(1) La Bendición Apostólica, que recibió por mediación del Hno. Simeón. Celina la llevará cuando vaya a ver a su padre el 5 de septiembre. 

(2) Sor Inés le decía, entre otras cosas: «Querido granito de arena, no creo que Celina se muera enseguida, sin embargo, no sería muy extraño. ¡Pero qué feliz sería...! ¡Qué dicha ir a ver ese «Rostro desconocido» del que Job nos hablaba esta noche...! Dejemos actuar a Dios en nuestra familia, ¡que no se moleste por nosotros...! ¿No está en su casa...? Jesús se quejaba en sus tiempos de no tener ni siquiera una piedra donde reposar su cabeza divina. Ahora le iba a resultar muy difícil quejarse, pues nuestros corazones quieren servirle de almohadas muy suaves y muy cálidas. (...) 
«Granito de arena tan querido, ya no estoy apenada por la minucia de ayer tarde... No hemos vuelto a hablar de ello, y yo me he guardado muy bien de decir una sola palabra. ¡Dios mío, cómo se pasa todo aquí en la tierra! Y esto nos da ánimos. Hoy estás sumida en la tristeza, mañana ésta se disipa, y pasado mañana el cielo se oscurece. ¡Feliz mil veces el alma que se eleva por encima de todas estas pequeñeces...! Es difícil, pero la gracia hace maravillas en el corazón fiel... 
«Hija querida, dale gracias a tu Prometido, porque desde tus más tiernos años te ha hecho seguir este camino de fidelidad... Si no te consuela, es porque estás entre sus brazos; no caminas, es él quien te lleva... El niño en brazos de su Padre ¿tiene necesidad de otro consuelo...? Yo me imagino a Jesús llevando a su granito de arena y cargando con esa carga ligera, corriendo en busca de almas» (LC 137, 3/9/1890).  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas


 

PIDO UN AMOR CONOCIDO SÓLO DE JESÚS, CARTA 114

A sor Inés de Jesús  3 de septiembre de 1890 
J.M.J.T.     Jesús + 


Cordero querido: 
Sí, para nosotras las alegrías irán siempre mezcladas con el sufrimiento. 
La gracia de ayer (1) exigía un broche final, y Jesús te lo ha dado a ti primero, y luego a mí a la vez, ¡porque todo lo que a ti te hace sufrir me duele a mí en lo más hondo...! Quisiera saber si nuestra Madre te ha consolado o si sigues apenada. 

Me parece que tendríamos que dar las gracias al «santo anciano Simeón» (2) y decirle que llegó su carta. ¿Qué opinas tú? 

Te paso esas líneas de sor Teresa de Jesús (3). Me las entregó esta mañana. ¿He de hacerle todo eso...? No tengo modelos, y además me parece que la ropa y la Santísima Virgen (4) corren más prisa, pero haré lo que me digas. 

 ¿Crees realmente que Celina se va a morir ...? Ayer le prometí hacer la profesión por las dos, pero no me atreveré a pedirle a Jesús que la deje en la tierra si no es ésa su voluntad. Me parece que el amor puede suplir a una larga vida... Jesús no mira al tiempo, pues en el cielo el tiempo ya no existe. No debe de mirar más que al amor. 

Pídele que me dé mucho amor también a mí. No pido amor sensible, sino un amor conocido sólo de Jesús. Amarle y hacerle amar, ¡qué dulzura...! Dile también que me lleve el día de mi profesión si voy a ofenderle después, pues quisiera llevarme al cielo sin mancha alguna la blanca estola de mi segundo bautismo. 
Pero creo que Jesús puede concederme la gracia de no volver a ofenderlo, o bien la de no cometer más que faltas que no le ofendan sino que nos humillan y que hacen más fuerte el amor.  


¡Si supieras lo mucho que te hablaría de eso si tuviese palabras para expresar lo que pienso, o, mejor, que no pienso pero que siento...! ¡Qué misteriosa es la vida...! Es un desierto y un destierro... Pero en lo más hondo del alma sabemos que habrá un día de LEJANIAS infinitas, de LEJANIAS que harán olvidar para siempre las tristezas del desierto y del destierro... 

El granito de arena  



El Sr. abate Domin (5) no sabe que voy a hacer la profesión, ¿se lo tengo que decir? Me parece que si nuestra Madre aún no ha escrito a la Abadía, podría decir a esas señoras que se lo comuniquen. 


NOTAS

1 La bendición de León XIII que Teresa había pedido para su profesión al Hno. Simeón. Cf Ms A 76rº. 

2 El Hno. Simeón de Roma, de las Escuelas Cristianas. 

3 Sor Teresa de Jesús, que a menudo pedía a Teresa trabajos de pintura de difícil ejecución. 

4 La ropa que había que arreglar y una estatua de la Santísima Virgen que había que adornar. 

 5 Capellán de las benedictinas de Lisieux.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas
 

lunes, 24 de septiembre de 2018

LA IMITACIÓN Y ARMINJON (DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD, 1886 -1887) MANUSCRITO A

Desde hacía mucho tiempo yo me venía alimentando con «la flor de harina» contenida en la Imitación (1). Este era el único libro que me ayudaba, pues no había descubierto todavía los tesoros escondidos en el Evangelio. Me sabía de memoria casi todos los capítulos de mi querida Imitación, y ese librito no me abandonaba nunca; en verano lo llevaba en el bolsillo, y en invierno en el manguito, era ya una costumbre. En casa de mi tía se divertían mucho a costa de eso, y abriéndolo al azar, me hacían recitar el capítulo que tenían ante los ojos. 

LA IMITACIÓN DE CRISTO, UNA OBRA DE THOMAS DE KEMPIS
A mis 14 años, con mis deseos de saber, Dios pensó que era necesario añadir a «la flor de harina miel y aceite en abundancia». 
Esa miel y ese aceite me los hizo encontrar en las charlas del Sr. abate Arminjon sobre el fin del mundo presente y los misterios de la vida futura. Este libro se lo habían prestado a papá mis queridas carmelitas; por eso, contra mi costumbre (pues yo no leía los libros de papá), le pedí permiso para leerlo. 

Esa lectura fue también una de las mayores gracias de mi vida. La hice asomada a la ventana de mi cuarto de estudio, y la impresión que me produjo es demasiado íntima y demasiado dulce para poder contarla...

Todas las grandes verdades de la religión y los misterios de la eternidad sumergían mi alma en una felicidad que no era de esta tierra... Vislumbraba ya lo que Dios tiene reservado para los que le aman (pero no con los ojos del cuerpo, sino con los del corazón). Y viendo que las recompensas eternas no guardaban la menor proporción con los insignificantes sacrificios de la vida, quería amar, amar apasionadamente a Jesús y darle mil muestras de amor mientras pudiese...  


Copié varios pasajes sobre el amor perfecto y sobre la acogida que Dios dispensará a sus elegidos cuando él mismo sea su grande y eterna recompensa. Y repetía sin cesar las palabras de amor que habían abrasado mi corazón...



Celina se había convertido en la confidente íntima de mis pensamientos. Desde la noche de Navidad ya podíamos comprendernos: la diferencia ya no existía, pues yo había crecido en estatura (2), y sobre todo en gracia.

Anteriormente a esta época, yo me quejaba con frecuencia de no conocer los secretos de Celina; ella me contestaba que yo era demasiado pequeña, y que tendría que crecer la altura de un taburete para que pudiese tener confianza en mí... A mí me gustaba subirme a aquel precioso taburete cuando estaba junto a ella, y le decía que me hablase íntimamente; pero la treta no me daba resultado, la distancia nos seguía separando...

Jesús, que quería hacernos progresar juntas, formó en nuestros corazones unos lazos más fuertes que los de la sangre. Nos hizo hermanas del alma. Se hicieron realidad en nosotras las palabras del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz (3) (cuando la esposa exclama, hablando al Esposo): 

«A zaga de tu huella,  las jóvenes discurren al camino,  al toque de centella,  al adobado vino,  emisiones de bálsamo divino». 

CELINA Y TERESA

Sí, seguíamos muy ligeras las huellas de Jesús. Las centellas de amor que él sembraba a manos llenas en nuestras almas y el vino fuerte y delicioso que nos daba a beber hacían desaparecer de nuestra vista las cosas pasajeras, y de nuestros labios brotaban emisiones de amor inspiradas por él.

¡Qué dulces eran las conversaciones que todas las noches teníamos en el mirador! Con la mirada hundida en la lejanía, contemplábamos la blanca luna que se elevaba lentamente por detrás de los altos árboles... y los reflejos plateados que derramaba sobre la naturaleza dormida, las brillantes estrellas que titilaban en el azul profundo..., el soplo ligero de la brisa nocturna que hacía flotar las nubes de nieve. Y todo elevaba nuestras almas hacia el cielo, del que no contemplábamos todavía más que «el límpido reverso»...

No sé si me equivoco, pero creo que la expansión de nuestras almas se parecía a la de santa Mónica y su hijo, cuando en el puerto de Ostia caían los dos sumidos en éxtasis a la vista de las maravillas del creador...

Me parece que recibíamos gracias de un orden tan elevado como las concedidas a los grandes santos. Como dice la Imitación, a veces Dios se comunica en medio de un fuerte resplandor, a veces «tenuemente velado, bajo sombras y figuras». 
De esta manera se dignaba manifestarse a nuestras alma, ¡pero qué fino y transparente era el velo que ocultaba a Jesús de nuestras miradas...! No había lugar para la duda, ya no eran necesarias la fe ni la esperanza: el amor nos hacía encontrar en la tierra al que buscábamos. «Al encontrarlo solo en la calle, nos besó, para que en adelante nadie pudiera despreciarnos».

Gracias tan grandes no podían quedar sin frutos, y éstos fueron abundantes. La práctica de la virtud se nos hizo dulce y natural. Al principio, mi rostro delataba muchas veces el combate, pero poco a poco esa impresión fue desapareciendo y la renuncia se me hizo fácil, incluso desde el primer momento. 
a lo dijo Jesús: «Al que tiene se le dará, y tendrá de sobra». Por una gracia acogida con fidelidad, me otorgaba cantidad de gracias nuevas... 

Se entregaba a mí en la sagrada comunión con mucha más frecuencia de la que yo me hubiera atrevido a esperar. Yo tenía como norma de conducta comulgar todas las veces que el confesor me lo permitiera, sin fallar una sola vez, pero dejando que fuese él quien decidiese cuántas, sin pedírselo nunca yo. En esa época no tenía la audacia que ahora tengo; de haberla tenido, hubiera actuado de distinta manera, pues estoy convencida de que un alma debe decir a su confesor el deseo que siente de recibir a su Dios. Él no baja del cielo un día y otro día para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo que le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma, creada a su imagen y templo vivo de la adorable Trinidad...  


Jesús, que veía mis deseos y la rectitud de mi corazón, permitió que mi confesor me dijese que durante el mes de mayo comulgase cuatro veces por semana; y cuando pasó ese hermoso mes, todavía añadió una quinta más cada vez que cayese alguna fiesta. Al salir del confesonario, brotaron de mi ojos lágrimas muy dulces. Me parecía como si Jesús mismo quisiera entregarse a mí, pues echaba muy poco tiempo para confesarme y nunca dije ni una palabra acerca de mis sentimientos interiores.

El camino por el que iba eran tan recto y luminoso, que no necesitaba más guía que a Jesús... Comparaba a los directores a espejos fieles que reflejaban a Jesús en las almas, y decía que en mi caso Dios no se servía de intermediarios, sino que actuaba directamente él... 


NOTAS:
(1) Santa Teresita solía leer "La Imitación" de Thomas de Kempis)
(2) Teresita Medía 1'62 m., y era la más alta de las hermanas Martin
(3) Cántico Espiritual, canc. 25

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

miércoles, 19 de septiembre de 2018

PRANZINI, MI PRIMERO HIJO (DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD, 1886 -1887) MANUSCRITO A


Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles (1). Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno (2), y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables. 



Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos (3) de Nuestro Señor y los tesoros de la santa Iglesia; y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal. 

Tampoco quería decírselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mí, me pidió que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador. Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mí para implorar gracia para el culpable.
 

En el fondo de mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento...  


Mi oración fue escuchada al pie de la letra. 
A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico «La Croix». Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi...? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme... Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas...! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa (4) de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse...

Había obtenido «la señal» pedida, y esta señal era la fiel reproducción de las gracias que Jesús me había concedido para inclinarme a rezar por los pecadores. ¿No se había despertado en mi corazón la sed de almas precisamente ante las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina? Yo quería darles a beber esa sangre inmaculada que los purificaría de sus manchas, ¡¡¡y los labios de «mi primer hijo» fueron a posarse precisamente sobre esas llagas sagradas...!!! ¡Qué respuesta de inefable dulzura...! 

A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: «¡Dame de beber!» 

Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así me parecía que aplacaba su sed. Y cuanto más le deba de beber, más crecía la sed de mi pobre alma, y esta sed ardiente que él me daba era la bebida más deliciosa de su amor...  




En poco tiempo Dios supo sacarme del estrecho círculo en el que yo daba vueltas y vueltas sin acertar a salir. Al contemplar ahora el camino que él me hizo recorrer, es grande mi gratitud. 

Pero he de reconocer que, si el paso más importante estaba dado, todavía eran muchas las cosas que tenía que dejar.

Mi espíritu, liberado ya de los escrúpulos y de su excesiva sensibilidad, comenzó a desarrollarse. Yo siempre había amado lo grande, lo bello, pero en esta época me entraron unos deseos enormes de saber. No me conformaba con las clases y con los deberes que me ponía mi profesora, y me dediqué a hacer por mi cuenta estudios extras de historia y de ciencias. Las otras materias me eran indiferentes, pero estos dos campos del saber despertaban todo mi interés. Y así, en pocos meses adquirí más conocimientos que durante todos mis años de estudio.

¡Pero eso no era más que vanidad y aflicción de espíritu...! Me venía con frecuencia a la memoria el capítulo de la Imitación en que se habla de las ciencias. Pero, no obstante, yo encontraba la forma de seguir, diciéndome a mí misma que, estando en edad de estudiar, ningún mal había en hacerlo. 

No creo haber ofendido a Dios (aunque reconozco que perdí inútilmente el tiempo), pues sólo le dedicaba un número limitado de horas, que no quería rebasar, a fin de mortificar mi deseo exacerbado de saber... 

Estaba en la edad más peligrosa para las chicas. Pero Dios hizo conmigo lo que cuenta Ezequiel (5) en sus profecías: «Al pasar junto a mí, Jesús vio que yo estaba ya en la edad del amor. Hizo alianza conmigo, y fui suya... Extendió su manto sobre mí, me lavó con perfumes preciosos, me vistió de bordados y me adornó con collares y con joyas sin precio... Me alimentó con flor de harina, miel y aceite en abundancia... Me hice cada vez más hermosa a sus ojos y llegué a ser como una reina...»

Sí, Jesús hizo todo eso conmigo. Podría repetir esas palabras que acabo de escribir y demostrar que todas ellas, una por una, se han realzado en mí; pero las gracias que he referido más arriba son ya prueba suficiente de ello. Sólo voy a hablar del alimento que me dio «en abundancia».

NOTAS:

(1) Enrique Pranzini, de treinta y un años de edad, había degollado a dos mujeres y a una niña para robar, el 17/3/1887, en París. Su procesó concluyó el 13/7/1887 con la condena a muerte y fue guillotinado el 31/8. 

(2) Teresa habla muy raras veces del infierno. 

(3) Gesto extraordinario el de esta adolescente de catorce años, al ofrecer los méritos infinitos de Nuestro Señor. A Teresa le gusta subrayar el carácter infinito de los méritos de Jesús. 

(4) Teresa no olvidó a Pranzini, y más tarde, en el Carmelo, cuando tenía algunos recursos, mandaba decir una misa por su hijo 

(5)  Teresa toma la cita de Ezequiel de san Juan de la Cruz (Cántico Espiritual, canc. 23, 6). Nótese cómo Teresa, a pesar de su pudor, nunca vacila en expresar con toda su fuerza el sentimiento amoroso, sea humano sea divino.

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux


 

lunes, 17 de septiembre de 2018

QUE MIS TINIEBLAS SIRVAN PARA ILUMINAR A LAS ALMAS, CARTA 112

 A sor Inés de Jesús   1 de septiembre de 1890 
J.M.J.T.     Jesús + Lunes 


Te paso la carta que he escrito para papá. Si te parece que no puede ir así, hazme tú un borrador; pero creo que no la va a entender... ¡Qué misterio el amor de Jesús a nuestra familia...! ¡Qué misterio las lágrimas y el amor de este esposo de sangre (1)...!  


Mañana estaré con el Sr. Youf (2). Me ha dicho que le haga una breve relación (3), pero sólo desde que estoy en el Carmelo. Reza mucho para que Jesús me conserve la paz que ME HA DADO. 
Me sentí muy feliz al recibir la absolución el sábado... Pero no comprendo el retiro que estoy haciendo, no pienso en nada. 
En una palabra, ¡me encuentro en un subterráneo muy oscuro...! Pídele a Jesús, tú que eres mi luz, que no permita que las almas se vean privadas por mi culpa de las luces que necesitan, sino que mis tinieblas sirvan para iluminarlas a ellas...

Pídele también que haga unos buenos ejercicios espirituales y qué él esté tan contento como sea posible. Así, también yo estaré contenta y aceptaré, si ésa es su voluntad, caminar toda mi vida por la ruta oscura que estoy siguiendo, con tal que un día pueda llegar a la cima de la montaña del amor, aunque creo que esto no será aquí en la tierra. 

(Voy a tomar mi sorbito de vino; también esta mañana me habría apetecido, pero no pude encontrar a nuestra Madre (4))

¿Tengo que escribir a la señora Papinot...? Me parece que no vale la pena, no lo entendería, ¿no sería quizás mejor esperar a la toma de velo...? 

 


NOTAS 


1 Esposo de sangre por los sufrimientos que está teniendo, sobretodo ante la enfermedad de su padre, que sufre de una especie de demencia.

2 Capellán del Carmelo. 

3 Es decir, una confesión general. 

4 Se sobrentiende: para pedirle permiso.  


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas


ITINERARIO DE SANTA TERESITA PARA LLEGAR A LA MONTAÑA DEL AMOR, CARTA 110

 A sor Inés de Jesús  30-31 de agosto de 1890  J.M.J.T. 

Jesús + 

Mamaíta querida, ¡gracias, sí, gracias...! ¡Si supieras todo lo que tu carta le dice a mi alma...! 

Pero la pequeña solitaria tiene que decirte el itinerario de su viaje. Helo aquí: 


Antes de partir, su Prometido pareció preguntarle a qué país quería viajar y qué ruta deseaba seguir, etc. etc. 
Su pequeña prometida le contestó que ella no tenía más que un deseo: dirigirse a la cima de la montaña del amor (1).

Para llegar allá se le ofrecían muchos caminos, y había tantos perfectos entre ellos, que se sentía incapaz de elegir. 
Entonces dijo a su guía divino: «Tú ya sabes adónde quiero llegar, tú sabes por quién deseo escalar la montaña y por quién quiero llegar a la meta, tú sabes a quién amo y quién es el único a quien quiero contentar. Sólo por él emprendo este viaje; guíame, pues, por los senderos que a él más le gusta recorrer. Con tal que él esté contento, yo me sentiré en el colmo de la felicidad». 

Entonces Jesús me tomó de la mano y me hizo entrar en un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol y al que no visitan ni el viento ni la lluvia. Un subterráneo donde no veo nada más que una claridad semivelada, la claridad que difunden a su alrededor los ojos bajos de la Faz de mi Prometido... 

Mi Prometido no me dice nada, ni yo le digo tampoco nada a él; tan sólo que le amo más que a mí misma. Y en el fondo de mi corazón siento que es verdad, ¡pues soy más de él que mía...! 

No veo que avancemos hacia la cumbre de la montaña, pues nuestro viaje se hace bajo tierra; pero, con todo, me parece que nos acercamos a ella sin saber cómo. La ruta que sigo no tiene ningún consuelo para mí, y sin embargo me trae todos los consuelos, porque es Jesús quien la ha elegido y yo quiero consolarlo sólo a él, ¡sólo a él...! 
¡Ay, qué verdad tan grande es que, si yo le ofrezco las uvas de mi corazón, lo hago entre la B y la A (2), porque ni yo misma entiendo nada! 

¿Tengo que escribir al Sr. Lepelletier (3) y al Sr. Révérony que voy a hacer la profesión...? 

Sobre todo no te olvides de ir a la bodega a tomar tu sorbito de vino (4); y al beberlo, piensa en tu hijita que, a buen seguro, tampoco está bebiendo los vinos azucarados de Engaddi... Pide que ella sepa dárselo a su Esposo, salvando almas, y se sentirá consolada... 


 
NOTAS 

1 Cf SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida del Monte Carmelo.

2 Alusión hermética para nosotros. 

3 Confesor de Teresa de 1886 a 1888. 

4 Vino quinado prescrito a sor Inés.  


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas


sábado, 15 de septiembre de 2018

YO NO CONOZCO OTRO CAMINO QUE EL AMOR PARA LLEGAR A LA PERFECCIÓN, carta de santa Teresita a su prima para animarla en su vocación, CARTA 109

 A María Guérin   27-29 de julio de 1890 
J.M.J.T. 
El Carmelo, julio de 1890        Jesús + 


Querida Mariíta: 
Da gracias a Dios por todos los dones que te ha concedido y no seas tan ingrata que no los reconozcas. Me haces el efecto de una joven aldeana a quien un rey poderoso viniera a pedir en matrimonio y que no se atreviera a aceptar bajo el pretexto de que ella no es lo suficientemente rica ni educada en las costumbres de la corte, sin reparar en que su prometido real conoce su pobreza y su debilidad mucho mejor que ella misma... María, si tú no eres nada, no debes olvidar que Jesús lo es todo; y por tanto, tu pequeña nada tiene que perderse en su infinito todo y no pensar más que en ese todo, el único digno de ser amado(1)... Tampoco tienes que desear ver el fruto de tus esfuerzos: Jesús quiere guardar para sí solo esas pequeñas nadas que lo consuelan...  

MARÍA GUERIN, PRIMA DE SANTA TERESITA

Te equivocas, amiga mía, si crees que tu Teresita recorre siempre ilusionada el camino de la virtud. Ella es débil, muy débil, y experimenta a diario esa triste realidad. Pero, María, Jesús se complace en enseñarle, como a san Pablo (2), la ciencia de gloriarse en sus enfermedades. Es ésta una gracia muy grande, y pido a Jesús que te la enseñe, porque sólo ahí se encuentra la paz y el descanso del corazón. Cuando una se ve tan miserable, no quiere ya preocuparse de sí misma y sólo mira a su único Amado...  


Mi querida Mariíta, yo no conozco otro camino que «el amor» para llegar a la perfección... ¡Amar! ¡Qué bien hecho está para eso nuestro corazón...! A veces busco otra palabra para expresar el amor, pero en esta tierra de exilio las palabras son incapaces de emitir todas las vibraciones del alma, y tenemos que limitarnos a esa única palabra: «¡Amar!»... 

¿Pero a quién podrá prodigarlo nuestro pobre corazón, hambriento de amor...? ¿Quién será lo suficientemente grande para eso...? ¿Podrá un ser humano comprenderlo..., y, sobre todo, saber corresponderle...? María, no hay más que un ser capaz de comprender toda la profundidad de esa palabra: ¡amar...! No hay nadie, fuera de Jesús, que pueda darnos infinitamente más de lo que nosotros le damos a él... 

¡María del Santísimo Sacramento...! Tu nombre te está diciendo tu misión... Consolar a Jesús, hacer que las almas le amen... Jesús está enfermo (3), y hay que tener en cuenta que la enfermedad del amor sólo se cura con amor (4)... María, entrega todo tu corazón a Jesús. 
Él tiene sed de él, está hambriento de él. Tu corazón, he ahí lo que él ambiciona, hasta el punto de que, por poseerlo, consiente en alojarse en un cuartucho sucio y oscuro (5)... ¿Cómo no amar a un amigo que se reduce a tan extrema indigencia? ¿Cómo atreverse a seguir alegando la propia pobreza, cuando Jesús se hace semejante a su prometida...? Era rico y se hizo pobre para unir su pobreza a la pobreza de María del Santísimo Sacramento... ¡Qué gran misterio de amor...!  



Todos mis recuerdos a mi querida colonia. 

Mi corazón está siempre con María del Santísimo Sacramento. El sagrario es la casa del amor en la que nuestras dos almas están encerradas... 

Tu hermanita, que te pide que no la olvides en tus oraciones, 

Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz



NOTAS


1 «Todo ... nada»: dialéctica de san Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo. 

2 Sor Genoveva añadió la enmienda: «de amor». 

3 Cf SAN JUAN DE LA CRUZ, CE 11,11. 

4 Véase Cta 108, n. 2.  


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas


ARROJAR FLORES


Jesús, Amado mío, 

al pie de tu calvario 
quiero, todas las tardes, 
arrojarte mis flores, 
deshojarte mi rosa 
-mi rosa primavera <1>- 
y enjugar con sus pétalos 
tu llanto <2>, mi Señor.

 

¡Arrojarte mis flores,  
ofrecerte en primicia 
sacrificios pequeños, 
mis suspiros más leves, 
mis dolores más hondos, 
y mi dicha y mis penas..., 
arrojarte mis flores <3> 
y mi rosa, Señor! 


De tu inmensa belleza 
se ha prendado mi alma <4>. 
Yo quiero prodigarte 
mis flores y perfumes, 
por tu amor arrojarlos 
sobre el ala del viento 
e inflamar corazones 
para ti, mi Señor.

Y cuando sufro y lucho <5> 
por salvar pecadores, 
arrojarte mis flores. 
Mis flores son el arma 
que me da la victoria. 
Te desarmo y te venzo 
con mis flores, Señor.


Mis flores con sus pétalos 
acarician tu rostro 
y te dicen que es tuyo 
todo mi corazón. 
De mi rosa en deshoje 
tú entiendes el lenguaje, 
miras y le sonríes 
a mi amor tú, Señor.

¡Arrojarte mis flores,  
repetir mi alabanza 
es mi única alegría, 
es todo mi placer 
en este oscuro valle 
de sombras y de lágrimas! 
Al cielo pronto iré, 
con los pequeños ángeles 
iré a arrojarte flores 
¡mis flores, oh Señor!



NOTAS

Fecha: 28 de junio de 1896. - Compuesta para: la madre Inés de Jesús para su santo (Paulina). - Publicación: HA 98, tres versos corregidos. - Melodía: Oui, je le crois, elle est immaculée.

Todas las noches del mes de junio de 1896, Teresa y las cinco jóvenes novicias se reúnen alrededor de la cruz de granito del patio. Recogen los pétalos que han caído de una veintena de rosales y los arrojan al Crucifijo. Este rito simbólico acaba gustándole a la madre Inés de Jesús.


La última etapa de toda su vida de amor la cantará nuestra carmelita en Una rosa deshojada. El anuncio floreado de su misión póstuma, «una lluvia de rosas» (CA 9.6.3) desvela -o, mejor, no debería velar- la única pretensión de Teresa para el cielo y en la tierra: amar a Jesús y hacerlo amar.

<1> Teresa cita estos cuatro versos en CA 14.9.1. La «rosa primavera» es entonces ya ella misma, a quince días de la muerte. 

<2> Un deseo muy antiguo en Teresa (cf Cta 74, 95, 115, 134), un gesto que se asemeja al de la Verónica (cf Cta 98).

<3> Cf Ms B 4rº/vº y CA 6.8.8.

<4> Es ésta la primera de las once veces que se menciona la lucha en las Poesías en las Recreaciones Piadosas hasta marzo de 1897; cf Poésies, II, p. 260. Casi todas ellas tienen miras apostólicas. Este vocabulario guerrero es un débil eco de la obra teatral de índole muy combativa El triunfo de la humildad (RP 7), que había sido representada unos días antes (21/6/1896). 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías


 

 

viernes, 14 de septiembre de 2018

LO QUE PRONTO VERÉ POR VEZ PRIMERA, poesías de santa Teresita al Corazón de Jesús



Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús  
12 de junio de 1896.


Me encuentro en tierra extranjera 
todavía, mas presiento la futura, 
eterna dicha. Quisiera dejar 
la tierra para contemplar 
de cerca las maravillas del cielo. 
Soñando en aquella vida, 
no siento de mi destierro 
ni el peso ni la medida. 
Pronto volaré, Dios mío, 
hacia mi única patria, 
¡volaré por vez primera!


Dame, Jesús, blancas alas para 
emprender hacia ti, rauda y alegre, 
mi vuelo. Quiero verte, mi tesoro, 
quiero volar a las playas 
eternas de tu azul reino. 
Quiero volar a los brazos 
maternales de María, 
y descansar en su trono, 
que para mí es su regazo, 
y de mi Madre querida 
el dulce beso de amor ¡
recibir por vez primera!


No tardes en descubrirme, 
¡oh, mi Amado!, 
la dulzura de tu primera sonrisa. 
Cumple mi ardiente delirio <1>, 
déjame estar escondida 
en tu corazón divino. 
¡Oh dichosísimo instante, 
oh felicidad cumplida, 
cuando escuche el dulce acento 
de tu voz, y cuando pueda 
de tu rostro el claro brillo 
contemplar por vez primera!


Lo sabes bien, mi martirio <2> 
mi único y solo martirio, 
¡oh Corazón de Jesús!, 
es tu amor, y si suspiro 
por verte pronto en el cielo, 
es para amarte, que amarte más 
y más cada vez quiero. 
En el cielo, emborrachada 
dulcemente de ternura, 
yo te amaré sin medida, 
Jesús, te amaré sin ley. 
Y esta mi felicidad constante 
y eternamente me parecerá 
tan nueva ¡como la primera vez!


La hermanita del Niño Jesús.



NOTAS

Fecha: 12 de junio de 1896. - Compuesta para: sor María del Sagrado Corazón, a petición suya para su cumpleaños. - Publicación: HA 98 (bajo el título «Mi esperanza»), seis versos corregidos. - Melodía: ninguna indicación.

»Pronto, volar, ver, amar»: éste es el deseo apasionado de Teresa en junio de 1896, lo que exige su amor, lo que ella «quiere». Hace un mes, la Venerable madre Ana de Jesús, que la visitó en sueños, le dijo: «Sí, pronto, pronto, te lo prometo».

Este sueño -«rayo de gracia en medio de la más oscura tormenta»- encuentra un eco en esta poesía, llena de fervor, movida, orientada hacia el más allá, y con un cierto grado de angustia o de melancolía subyacente. El «pronto, pronto» que Teresa repite con verdadera alegría aviva el deseo de rasgar los velos. «Pronto» no son alas de paloma lo que ella pide, como el salmista, para «volar y descansar», sino «las propias alas del Aguila divina» (Ms B 5vº). Y «pronto» podrá ver la «sonrisa», el «corazón» el «rostro» del Amado: es un amor a la vez humano y sobrenatural el que aquí se expresa. Un amor que es fuente de «martirio», y hay que darle toda su fuerza a esta palabra que brota de manera espontánea (estr. 4). Teresa, cual esposa impaciente, sufre un verdadero martirio por causa de su amor a Jesús que aún no puede abrirse en plenitud en su presencia. Y ya sólo suspira ardientemente por ese cielo en donde podrá «amar sin medida y sin ley» (nótese la fuerza de la expresión).

<1> Palabra rara en Teresa, que confirma el tono apasionado de esta estrofa.

<2> Reproche afectuoso a Jesús por dejarla tanto tiempo «en tierra extrajera», su «único martirio», pues, en su comparación, los sufrimientos de aquí abajo nada cuentan para Teresa: no es el deseo de verse liberada de ellos lo que la hace «suspirar» por el cielo. 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías


 

 

jueves, 13 de septiembre de 2018

MI CIELO

 Festividad del Ssmo. Sacramento 7 de junio de 1896.
 

Para poder soportar el destierro 
de este valle de lágrimas, 
de mi amado Salvador necesito la mirada. 
Esa mirada divina, llena de amor, 
me revela sus inefables encantos, 
nuncios de la dicha eterna. 
Y mi Jesús me sonríe cuando por él suspiro,  
y entonces ya no siento la prueba de la fe. 
La mirada de mi Dios y su inefable sonrisa ¡son mi cielo para mí!
 

Mi cielo es atraer sobre las almas, sobre mi Madre la Iglesia <1> y mis hermanos,  las gracias de Jesús y sus divinas llamas que abrasan y que alegran del hombre el corazón. Todo puedo obtenerlo cuando, allá en lo secreto, a mi divino Rey le hablo, 
corazón a corazón. 
Esta íntima oración cerquita del santuario 
¡es mi cielo para mí!

Mi cielo está escondido en la pequeña hostia en que Jesús, mi Esposo, se oculta por amor. Y de este divino horno quiero sacar mi vida, mi Salvador está en él y me escucha noche y día.  ¡Oh dichosísimo instante, cuando en tu inmensa ternura  vienes a mí, Amado mío, para transformarme en ti!  
Esta inefable embriaguez y esta unión de corazones ¡son mi cielo para mí!

Mi cielo es sentir en mí la semejanza de Dios, que con un soplo potente <2> a su imagen me creó.  Mi cielo es permanecer en su presencia divina, y llamarla Padre mío, y ser y sentirme su hija. En sus divinos brazos no temo la tormenta. ¡Es toda y mi sola ley el abandono completo <3>!  Dormitar sobre su pecho, 
muy cerquita de su cara 
¡es mi cielo para mí!

Mi cielo yo lo he encontrado en la santa Trinidad, que, prisionera de amor, habita en mi corazón. Contemplando allí a mi Dios, 
yo le repito, sin miedo, que quiero amarle 
y servirle hasta mi postrer aliento. 
Es mi cielo sonreír a ese Dios al que adoro cuando él se quiere esconder para probar 
mi fe. Sonreír mientras espero 
a que él mi mire otra vez  
¡es mi cielo para mí!
 

(Pensamientos de sor san Vicente de Paul,  puestos en verso por su hermanita sor Teresa del Niño Jesús.)


NOTAS 

Fecha 7 de junio de 1896. - Compuesta para: sor San vicente de Paul, a petición suya. Publicación: HA 98, tres versos corregidos. - Melodía: Himne à l'Eucharistie.

Poesía algo melancólica, pero iluminada por una sonrisa y llena de confianza, sin duda para responder a los «pensamientos» de la destinataria. La «mirada llena de amor» de Jesús, el «corazón a corazón» con él en una oración que se hace intercesión por la Iglesia, La «unión de corazones» en la Eucaristía transformante, la «semejanza» filial, el «abandono completo» en el Corazón del Padre, la inhabitación de la «santa Trinidad» en el corazón amante van siendo cantados uno tras otro en versos alejandrinos que a veces alcanzas una hermosa solidez.

Sin embargo, Teresa desliza en ellos discretamente (y con su propio nombre), al principio y al final, una evocación de su propia «prueba de la fe» (única mención en los escritos). Seguir, a pesar de todo, sonriendo al Dios que se esconde («redoblar las ternuras», P 29,4; hacerle toda suerte de cumplidos», CA 6.7.3): ésta será su respuesta hasta el último atardecer.

<1> Primera vez que aparece esta expresión que hará famosa el Ms B 3vº y 4vº.

<2> Sólo aquí se encuentra esta bella expresión -soplo-, que para Teresa es siempre sinónimo de suavidad y frescor primaveral.

<3> Esta palabra no había vuelto a aparecer en las Poesías desde P 2 (de abril de 1894); la encontraremos luego en siete ocasiones (PN 38; P 26, 28, 34).
 
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
 

SED DE AMOR

(Compuesta por Teresita para su hermana 
Sor María de la Trinidad y de la Santa Faz)
 



Jesús, al desterrarte a nuestra tierra, movido por tu amor, 

por mí tú te inmolaste. 
Toma mi vida entera, Amado mío, 
yo sufrir por ti quiero, 
quiero morir por ti.

Tú mismo, mi Señor, nos lo dijiste: «Nadie puede hacer más por los que ama que por ellos morir». 
Pues bien: mi amor supremo
eres tú, mi Jesús.

Se hace ya tarde, el día ya declina, 
ven, Señor, a guiarme en el camino. Con tu cruz voy trepando 
por la colina arriba. 
Quédate aquí conmigo, 
peregrino celeste.
En mi alma tu voz encuentra un eco, quiero a ti parecerme. 
Reclamo el sufrimiento. 
Tu palabra encendida 
me quema el corazón.

Tuya es para siempre la victoria, 
y extasiados los ángeles la cantan. Antes de entrar en la celeste gloria, 
el Dios-Hombre tenía que sufrir.
¡Cuántos desprecios por mi amor sufriste en tierra extraña!

También yo quiero oculta 
y despreciada vivir 
y ser en todo la última por ti.
Tu ejemplo, Amado mío, 
a abajarme me invita 
y a despreciar honores.

Para encontrarte, quiero permanecer pequeña. Olvidándome a mí 
tu dulce corazón cautivaré.
No ambiciono otra cosa  
que en soledad vivir, 
donde encuentro mi paz y mi alegría.

 En complacerte es sólo mi ejercicio 
y mi felicidad... eres tú, mi Jesús.
Tú, el Dios inmenso, 
a quien rendido adora el infinito cielo, vives dentro de mí, hecho mi prisionero noche y día. Tu dulce voz me implora 
y a cada instante me repite quedo: 
«¡Yo tengo sed! ¡Yo tengo sed de amor!»

Yo también soy, Jesús, tu prisionera, 
y a mi vez quiero repetirte siempre tu emocionada imploración divina: «Amado mío, hermano, 
¡yo tengo sed de amor!»
Yo tengo sed de amor, colma mis esperanzas y aumenta en mí, 
Señor, tu llama viva.

Yo tengo sed de amor, mi sufrimiento es grande, a ti volar quisiera... 
¡a ti, Dios mío...!
Tu amor es mi martirio, mi único martirio. Cuanto más él se enciende 
en mis entrañas,  tanto más mis entrañas te desean... 
¡¡¡Jesús, haz que yo muera 
de amor por ti...!!!


 
NOTAS

Fecha: 31 de mayo de 1896. - Compuesta para: sor María de la Trinidad, en su santo. Publicación: HA 98 (bajo el título «Tengo sed de amor»), seis versos corregidos. - Melodía:ninguna indicación.

Esta poesía, de ritmo vibrante, es una especie de diálogo místico, en el que se puede percibir como en una transparencia la voz de Jesús y la respuesta de Teresa, y que deja una impresión bastante dramática que expresa muy bien el título elegido para su publicación en la Histoire d'une âme: «Tengo sed de amor».

Teresa sabe que su muerte está próxima, y la noche desciende sobre su alma. Pero Jesús «está con ella» en el oscuro camino, en esa subida a «la colina» del Calvario. Y como a los peregrinos de Emaús, a ella también le dice: «¿No era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria?» Y su «palabra encendida quema el corazón» de Teresa. 
Para ella no habrá otro camino: el amor y la muerte. Por eso, «reclama» el sufrimiento: primero el «desprecio», en el cual el «caminito» garantiza al alma que se parecerá a Jesús; la «sed» del Crucificado, «sed de amor» inextinguible, que implora como en un estertor y que despierta en ella una sed semejante a la de él; y finalmente, el «martirio de amor», que repite incansablemente la última estrofa, patética como un preanuncio de la agonía de Teresa. En ella se pueden leer, a la vez, el amor más absoluto y la angustia, una esperanza apasionada rayana en la desesperanza.

Esta estrofa apasionada y su estribillo, en su expresión llameante y dramática, hace pensar en la Llama de amor viva de Juan de la Cruz: 

«Las profundas cavernas del sentido» (Explicación del v. 3 de la 3ª canción). 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías