PLAYA DE TROUVILLE |
Tenía yo seis o siete años cuando papá nos llevó a Trouville.
Nunca olvidaré la impresión que me causó el mar. No me cansaba de mirarlo.
Su majestuosidad, el rugido de las olas, todo le hablaba a mi alma de la grandeza y del poder de Dios.
Recuerdo que, durante el paseo que dimos por la playa, un señor y una señora me miraban correr feliz junto a papá y, acercándose, le preguntaron si era suya, y dijeron que era una niña muy guapa.
Papá les respondió que sí, pero me di cuenta de que les hizo señas de que no me dirigiesen elogios...
Era la primera vez que yo oía decir que era guapa, y me gustó, pues no creía serlo. Tú ponías gran cuidado, Madre querida, en alejar de mí todo lo que pudiese empañar mi inocencia, y sobre todo en no dejarme escuchar ninguna palabra por la pudiese deslizarse la vanidad en mi corazón.
Y como yo sólo hacía caso a tus palabras y a las de María, y vosotras nunca me habíais dirigido un solo piropo, no di mayor importancia a las palabras y a las miradas de admiración de aquella señora.
Al atardecer, a esa hora en la que el sol parece querer bañarse en la inmensidad de las olas, dejando tras de sí un surco luminoso, iba a sentarme, a solas con Paulina, en una roca... Y allí recordé el cuento conmovedor de «El surco de oro» (De un libro de lecturas. La Tirelire aux histoires [ La hucha de los cuentos], de Luisa S.W.Belloc (bajo el título de «El sendero de oro»). Se trata del sueño simbólico de una niña que va navegando sobre el surco de oro del sol poniente, imagen de la gracia).
TERESITA Y PAULINA EN TROUVILLE |
Mi vida discurría serena y feliz.
El cariño de que vivía rodeada en los Buissonnets me hacía, por decirlo así, crecer. Pero ya era, sin duda, lo suficientemente grande para empezar a luchar, para empezar a conocer el mundo y las miserias de que está lleno...
Fuente:
Historia de un alma, santa Teresa de Lisieux
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