"Le pedía que me detallase los oficios que había tenido en el Carmelo".
"A entrar en el Carmelo, me destinaron a la ropería con la madre subpriora (sor María de los Angeles), y además tenía que barrer la escalera y el dormitorio.
Recuerdo que me costaba mucho pedir permiso a la maestra de novicias para hacer mortificaciones en el refectorio, pero nunca cedí a mi penitencia; me parecía que el crucifijo del patio, que yo veía por la ventana de la ropería, se volvía hacia mí pidiéndome ese sacrificio.
Fue por esa época cuando iba a segar la hierba, a las cuatro y media, cosa que no le gustaba a nuestra Madre.
Después de la toma de hábito, me destinaron al refectorio hasta la edad de 18 años; lo barría y ponía el agua y la cerveza.
En las Cuarenta Horas de 1891, me pusieron en la sacristía con sor San Estanislao.
A partir del mes de junio del año siguiente, estuve dos meses sin oficio, es decir, durante ese tiempo pinté los ángeles del oratorio e hice de tercera de la procuradora.
Después de esos dos meses, me pusieron en el torno con sor San Rafael, sin dejar la pintura. Estos dos oficios duraron hasta las elecciones de 1896, fecha en que pedí ayudar a sor María de San José en la ropería, en las circunstancias que tú ya conoces" ...
Luego me contó cómo la consideraban lenta, poco diligente en los oficios, y yo misma lo creía así;
y, en efecto, las dos juntas recordamos cuánto la reñí un día por un mantel del refectorio que ella había guardado mucho tiempo en su cesta, sin repasar.
Yo la acusaba de negligencia, y me equivocaba, pues era que no le había dado tiempo. En aquella ocasión, sin excusarse en absoluto, había llorado mucho al verme enfadada y descontenta...
¡¡¡Que haya sido posible!!!
Me dijo también lo que había sufrido conmigo en el refectorio (yo era entonces su primera de oficio) al no poder hablarme de sus cosillas, como en otros tiempos, porque no tenía permiso y por otras razones...
Hasta tal punto, que tú habías llegado a no conocerme ya, añadió.
Me habló de lo que tenía que violentarse para quitar las telas de araña del cuarto oscuro de San Alejo, debajo de la escalera (tenía verdadero horror a las arañas) y otros mil detalles que me hacían ver lo fiel que había sido en todo y lo que había sufrido sin que nadie lo sospechara.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux
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