Me acuerdo también del viaje que hice a Le Mans (1) . Era la primera vez que iba en tren. ¡Qué alegría verme viajar sola con mamá...! Sin embargo, ya no recuerdo por qué, me eché a llorar, y nuestra pobre mamaíta sólo pudo presentar a nuestra tía de Le Mans a un feo bichito todo enrojecido por las lágrimas que había derramado en el camino...
No guardo ningún recuerdo de la visita al locutorio, a no ser del momento en que mi tía me pasó un ratoncito blanco y una cestita de cartulina llena de bombones, sobre los que campeaban dos preciosos anillos de azúcar, justamente del tamaño de mi dedo. Inmediatamente exclamé:
«¡Qué bien! ¡Ya tengo un anillo para Celina!» Pero, ¡ay dolor!, cojo la cesta por el asa, doy la otra mano a mamá y nos vamos.
A los pocos pasos, miro la cesta y veo casi todos los bombones desparramados por la calle, como si fueran los guijarros de Pulgarcito... Miro más atentamente y veo que uno de los preciosos anillos había corrido la suerte fatal de los bombones... ¡Ya no tenía nada que llevar a Celina...! Entonces estalla mi dolor, pido volver sobre mis pasos, pero mamá no parece hacerme caso.
¡Aquello era demasiado! A mis lágrimas siguieron mis gritos... No podía comprender que mamá no compartiese mi dolor, y eso acrecentaba todavía más mi sufrimiento...
(1) El 29/3/1875, visita a la hermana de la señora de Martin, sor María Dositea, en la Visitación.
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
No hay comentarios:
Publicar un comentario