jueves, 31 de octubre de 2019

PRIORATO DE LA MADRE INÉS, DESDE LA PROFESIÓN HASTA LA OFRENDA AL AMOR (1890 - 1895) , MANUSCRITO A

Y desde el día bendito de tu elección, Madre querida, sí, desde ese día volé por los caminos del amor... Ese día, ¡Paulina pasó a ser mi Jesús viviente... y se convirtió por segunda vez en mi «mamá»...! 
 

De tres años a esta parte, vengo teniendo la dicha de contemplar las maravillas que obra Jesús por medio de mi Madre querida... Veo que sólo el sufrimiento es capaz de engendrar almas, y estas sublimes palabras de Jesús se revelan como nunca en toda su profundidad: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». 


LA MADRE INÉS, HERMANA DE TERESITA, 
DE PIE A LA DERECHA, A SU IZQUIERDA ESTÁ CELINA.
SENTADAS DE IZQUIERDA A DERECHA: 
TERESITA, MARÍA Y LA MADRE GONZAGA

 ¡Y qué cosecha tan abundante has recogido...! Has sembrado entre lágrimas, pero pronto verás el fruto de tus trabajos y volverás llena de alegría trayendo en tus manos las gavillas...

Entre esas gavillas floridas, Madre mía, va oculta ahora la florecilla blanca; pero en el cielo tendrá voz para cantar tu dulzura y las virtudes que te ve practicar día tras día a la sombra y en el silencio de esta vida de destierro...

Sí, en estos últimos tres años he comprendido muchos misterios que hasta entonces estaban escondidos para mí. Dios me ha mostrado la misma misericordia que mostró al rey Salomón. No ha querido que yo tuviese un sólo deseo que no viese realizado. Y no sólo mis deseos de perfección, sino también aquellos cuya vanidad comprendía sin haberla experimentado.

Como siempre te he mirado, Madre querida, como mi ideal, deseaba parecerme a ti en todo. Al verte pintar primorosamente y componer poesías tan encantadoras, pensaba: «¡Cómo me gustaría poder pintar y saber expresar en versos mi pensamiento, y hacer así el bien a las almas...!» 

No quería pedir estos dones naturales, y mis deseos permanecían ocultos en el fondo de mi corazón. Pero Jesús, oculto también él en mi pobre corazón, tuvo a bien demostrarle que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol... Con gran extrañeza de las hermanas, me pusieron a pintar, y Dios permitió que supiese sacar jugo a las lecciones que mi Madre querida me dio... Y quiso también que, a ejemplo suyo, pudiese hacer poesías y componer piezas teatrales que a las hermanas les parecieron bonitas...
 

Al igual que Salomón, después de examinar todas las obras de sus manos y la fatiga que le costó realizarlas, vio que todo era vanidad y caza de viento, así también yo conocí por EXPERIENCIA que la felicidad sólo se halla en esconderse y en vivir en la ignorancia de las cosas creadas. Comprendí que, sin el amor, todas las obras son nada, incluso las más brillantes, como resucitar a los muertos o convertir a los pueblos...

Los dones que Dios me ha prodigado (sin yo pedírselos), en lugar de perjudicarme y de producirme vanidad, me llevan hacia él. Veo que sólo él es inmutable y que sólo él puede llenar mis inmensos deseos...  


 Hay también deseos de otra índole que Jesús ha querido convertirme en realidad, deseos infantiles como el de la nieve para mi toma de hábito. Tú sabes bien, Madre querida, cómo me gustan las flores. Al hacerme prisionera a los 15 años, renuncié para siempre a la dicha de correr por los campos esmaltados con los tesoros de la primavera. Pues bien, nunca he tenido tantas flores como desde que entré en el Carmelo... 

Es costumbre que los novios regalen con frecuencia ramos de flores a sus novias. Jesús no lo echó en olvido y me mandó, a montones, gavillas de acianos, margaritas gigantes, amapolas, etc., todas las flores que más me gustan. Hay incluso una florecita, llamada la neguilla de los trigos, que yo no había vuelto a encontrar desde cuando vivíamos en Lisieux; tenía muchas ganas de volver a ver esa flor de mi niñez que yo cogía en los campos de Alençon. Pues también ella vino a sonreírme en el Carmelo y a mostrarme que, tanto en las cosas más pequeñas como en las grandes, Dios da el ciento por uno ya en esta vida a las almas que lo han dejado todo por su amor. 

NEGUILLA DE LOS TRIGOS 

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

 

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