jueves, 31 de octubre de 2019

ENTRADA DE CELINA, DESDE LA PROFESIÓN HASTA LA OFRENDA AL AMOR (1890 - 1895) , MANUSCRITO A

Pero mi deseo más entrañable, el mayor de todos, el que nunca pensé que vería hecho realidad, era la entrada de mi Celina querida en el mismo Carmelo que nosotras... Vivir bajo el mismo techo, compartir las alegrías y las penas de la compañera de mi infancia me parecía un sueño inverosímil (1). Por eso, había hecho por completo el sacrificio. Había puesto en manos de Jesús el porvenir de mi hermana querida y estaba dispuesta a verla partir, si era necesario, para el último rincón del mundo.

Lo único que no podía aceptar era que no fuese esposa de Jesús, pues, al quererla tanto como a mí misma, se me hacía imposible verla entregar su corazón a un mortal. 


PROFESIÓN DE CELINA, A LA IZQUIERDA
CON EL VELO BLANCO.
A SU DERECHA ESTÁ LA MADRE INÉS DE JESÚS (PAULINA)
 
Ya había sufrido mucho sabiendo que en el mundo estaba expuesta a peligros que yo no había conocido. Puedo decir que mi cariño a Celina, desde mi entrada en el Carmelo, era un amor de madre tanto como de hermana...

Un día en que tenía que ir a una fiesta nocturna, tenía yo un disgusto tan grande que supliqué a Dios que no la dejase bailar, y hasta derramé (contra mi costumbre) un torrente de lágrimas. Jesús se dignó escucharme y no permitió que su joven prometida pudiese bailar aquella noche (aunque sabía hacerlo muy bien cuando era necesario). La sacaron a bailar y no podía negarse, pero el caballero fue absolutamente incapaz de hacerle dar un solo paso de baile, y, con gran confusión de su parte, se vio condenado a caminar sencillamente a su lado para acompañarla a su sitio; luego se esfumó y no volvió a aparecer por la velada. 

Aquella aventura, única en su género, me hizo crecer en confianza y en amor hacia Aquel que, al depositar su señal en mi frente, la estampó al mismo tiempo sobre la de mi Celina querida...

El 29 de julio del año pasado, cuando Dios rompió la ataduras de su incomparable servidor, llamándole a las recompensas eternas, rompió a la vez las que retenían en el mundo a su querida prometida. Ella había cumplido ya su primera misión: encargada de representarnos a todas nosotras al lado de nuestro padre, al que amábamos con tanta ternura, la cumplió como un ángel... Y los ángeles no se quedan en la tierra: una vez que han cumplido la voluntad de Dios, vuelven enseguida hacia él, que para eso tienen alas... 

También nuestro ángel batió sus blancas alas. Estaba dispuesto a volar muy lejos para encontrarse con Jesús, pero Jesús le hizo volar muy cerca... Se conformó con aceptar el gran sacrificio, que fue extremadamente doloroso para Teresita... Durante dos años su Celina le había ocultado un secreto (2). ¡Y cuánto había sufrido también ella...! 

Por fin, desde lo alto del cielo, mi rey querido, al que en la tierra no le gustaban las demoras, se dio prisa en arreglar los embrollados asuntos de su Celina, ¡y el 14 de septiembre se reunía con nosotras...! 

CELINA PINTANDO A SU HERMAN DE LEONIA, DETRÁS DE ELLA, SU PRIMA MARÍA

Un día en que las dificultades parecían insuperables, le dije a Jesús durante mi acción de gracias: «Tú sabes, Dios mío, cuánto deseo saber si papá ha ido derecho al cielo. No te pido que me hables, sólo dame una señal. Si sor A. de J. (3) consiente en la entrada de Celina, o al menos no pone obstáculos para ello, será la respuesta de que papá ha ido derecho a estar contigo».

Como tú sabes, Madre querida, esta hermana pensaba que tres éramos ya demasiadas, y por consiguiente no quería admitir otra más. Pero Dios, que tiene en sus manos el corazón de las criaturas y lo inclina hacia donde él quiere, cambió los pensamientos de esa hermana: la primera persona que encontré después de la acción de gracias fue precisamente a ella, que me llamó con un semblante muy amable, me dijo que subiera a tu celda y me habló de Celina con lágrimas en los ojos...

¡Cuántas cosas tengo que agradecer a Jesús, que ha sabido colmar todos mis deseos...!

Ahora no tengo ya ningún deseo, a no ser el de amar a Jesús con locura... Mis deseos infantiles han desaparecido. Ciertamente que aún me gusta adornar con flores al altar del Niño Jesús. Pero desde que él me dio la flor que yo anhelaba, mi querida Celina, ya no deseo ninguna más: ella es el ramillete más precioso que le ofrezco...

CELINA 
 
Tampoco deseo ya ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos a los dos. Pero es el amor lo único que me atrae... Durante mucho tiempo los deseé; poseí el sufrimiento y creí estar tocando las riberas del cielo, creí que la florecilla iba a ser cortada en la primavera de su vida... Ahora sólo me guía el abandono, ¡no tengo ya otra brújula...!

Ya no puedo pedir nada con pasión, excepto que se cumpla perfectamente en mi alma la voluntad de Dios sin que las criaturas puedan ser un obstáculo para ello. Puedo repetir aquellas palabras del Cántico Espiritual de nuestro Padre san Juan de la Cruz:
«En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega,  ya cosa no sabía; y el ganado perdí que antes seguía.
Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio».

O bien estas otras: 

«Hace tal obra el AMOR, después que le conocí, que, si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor, y al alma transforma en sí».

¡Qué dulce es, Madre querida, el camino del amor! Es cierto que se puede caer, que se pueden cometer infidelidades; pero el amor, haciéndolo todo de un sabor, consume con asombrosa rapidez todo lo que puede desagradar a Jesús, no dejando más que una paz humilde y profunda en el fondo del corazón... 

¡Cuántas luces he sacado de las obras de nuestro Padre san Juan de la Cruz...! A la edad de 17 y 18 años, no tenía otro alimento espiritual. Pero más tarde, todos los libros me dejaban en la aridez, y aún sigo en este estado. Si abro un libro escrito por un autor espiritual (aunque sea el más hermoso y el más conmovedor), siento que se me encoge el corazón y leo, por así decirlo, sin entender; o si entiendo, mi espíritu se detiene, incapaz de meditar... 

En medio de esta mi impotencia, la Sagrada Escritura y la Imitación de Cristo vienen en mi ayuda. En ellas encuentro un alimento sólido y completamente puro. Pero lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo, es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos... 

Comprendo y sé muy bien por experiencia que «el reino de los cielos está dentro de nosotros». Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. Él, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras... Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien en medio de las ocupaciones del día... 



Madre querida, después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna»? 

Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor... 

Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferente alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas.

A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor... 

¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que «estoy siempre con él»...? 





NOTAS: 

(1)  Debido a la previsible oposición del Sr. Delatroëtte. 
 
(2)  El P. Pichon contaba con Celina para una fundación misionera en el Canadá, y le había prohibido hablar de ello. Cuando, en agosto, desveló el proyecto en el Carmelo, se produjo un clamor general de indignación y una contraofensiva relámpago; Teresa llora hasta caer enferma, y el P. Pichon se bate en retirada («Está bien, está bien, ofrezco a mi Celina al Carmelo, a santa Teresa y a la Santísima Virgen»). El Sr. Delatroëtte acepta con una facilidad asombrosa la entrada de Celina en el Carmelo de Lisieux, y, gracias a la intercesión del señor Martin, el 14 de septiembre se reunía con nosotras. 

(3) Sor Amada de Jesús, que pensaba que «en la comunidad no se necesitaban artistas». Pero apreciaba sinceramente a Teresa
 

 
 

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