miércoles, 30 de octubre de 2019

RETIRO DEL PADRE ALEJO, DESDE LA PROFESIÓN HASTA LA OFRENDA AL AMOR (1890 - 1895) , MANUSCRITO A

Al año siguiente de mi profesión, es decir, dos meses antes de la muerte de la madre Genoveva, recibí grandes gracias durante los ejercicios espirituales (1).

Normalmente, los ejercicios predicados me resultan más penosos todavía que los que hago sola. Pero ese año no fue así.

Había hecho con gran fervor una novena de preparación, a pesar del presentimiento íntimo que tenía, pues me parecía que el predicador no iba a poder comprenderme, ya que se dedicaba sobre todo a ayudar a los grandes pecadores y no a las almas religiosas. Pero Dios, que quería demostrarme que sólo él era el director de mi alma, se sirvió precisamente de este Padre, al que yo fui la única que apreció en la comunidad (2)... 

Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo ). Estaba decidida a no decirle nada acerca de mi estado interior, por no saber explicarme. Pero apenas entré en el confesonario, sentí que se dilataba mi alma. Apenas pronuncié unas pocas palabras, me sentí maravillosamente comprendida, incluso adivinada... Mi alma era como un libro abierto, en el que el Padre leía mejor incluso que yo misma... Me lanzó a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor, que tan fuertemente me atraían, pero por los que no me atrevía a navegar... Me dijo que mis faltas no desagradaban a Dios, y que, como representante suyo, me decía de su parte que Dios estaba muy contento de mí...

 
TERESITA CON SU HERMANA PAULINA A LA DERECHA , 
DETRÁS LA MADRE MARÍA GONZAGA Y ABAJO CELINA

¡Qué feliz me sentí al escuchar esas consoladoras palabras...! Nunca había oído decir que hubiese faltas que no desagradaban a Dios. Esas palabras me llenaron de alegría y me ayudaron a soportar con paciencia el destierro de la vida... En el fondo del corazón yo sentía que eso era así, pues Dios es más tierno que una madre. ¿No estás tú siempre dispuesta, Madre querida, a perdonarme las pequeñas indelicadezas de que te hago objeto sin querer...? ¡Cuántas veces lo he visto por experiencia...! Ningún reproche me afectaba tanto como una sola de tus caricias. Soy de tal condición, que el miedo me hace retroceder, mientras que el amor no sólo me hace correr sino volar...  



NOTAS: 

(1)  Del 8 al 15 de octubre de 1891, dirigidos por el P. Alejo Prou, franciscano de Caen. 


 (2) La madre María de Gonzaga prohibió a Teresa volver a ver al predicador. Y Teresa, mientras tanto, que era sacristana, lo oía ir y venir por la sacristía exterior a la espera de alguna posible penitente... No obstante, al final de los ejercicios, pudo confesarse durante un tiempo bastante largo, con gran disgusto de su priora. 

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux 

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