viernes, 5 de octubre de 2018

PRENDAS DE AMOR DEL DIVINO ESPOSO, CARTA 120

 A Celina      23 de septiembre de 1890 
J.M.J.T.    Jesús + 
 

¿Cómo decirte, Celina, lo que está pasando dentro de mi alma...? Se siente desgarrada, pero sé que esta herida está hecha por una mano amiga, ¡por una mano divinamente celosa...!  


Todo estaba dispuesto para mis bodas, ¿pero no te parece que le faltaba algo a la fiesta? Es cierto que Jesús había puesto ya muchas joyas en mi canastilla, pero faltaba todavía una de belleza incomparable, y ese diamante precioso Jesús me lo ha regalado hoy... Celina..., mis lágrimas han corrido al recibirlo..., y siguen todavía corriendo, y casi me las reprocharía si no supiera «que existe un amor cuya única prenda son las lágrimas» (1). 

Sólo Jesús ha dirigido este asunto, sólo él, y yo he reconocido su toque de amor... 

Tú sabes muy bien cómo deseaba volver a ver esta mañana a nuestro papá querido (2). Pues bien, ahora veo claramente que la voluntad de Dios es que no esté aquí. Él lo ha permitido sencillamente para probar nuestro amor... Jesús me quiere huérfana, quiere que yo esté sola con él solo para unirse mas íntimamente a mí; y quiere también darme en la Patria las alegrías tan legítimas que me negó en el destierro... 

Consuélate, Celina, nuestro esposo es un esposo de lágrimas y no de sonrisas. Démosle nuestras lágrimas para consolarle, y un día esas lágrimas se cambiarán en sonrisas de una dulzura inefable...  


 Celina, no sé si conseguirás entender mi carta, apenas puedo sostener la pluma... Cualquiera otra te daría muchas explicaciones sobre la visita de nuestro tío en el locutorio, pero tu Teresa tan sólo sabe hablarte el lenguaje del cielo. Celina, ¡comprende a tu Teresa...! 

La prueba de hoy es un dolor difícil de entender. Ves que se te ofrece una alegría, que es una alegría posible, una alegría natural, adelantas la mano... y no puedes coger ese consuelo tan deseado... Pero, Celina, ¡qué misterioso es todo esto...! No tenemos ya asilo aquí en la tierra, o por lo menos tú puedes decir como la Santísima Virgen: «¡Qué asilo!». Sí, ¡qué asilo...! Pero no es una mano humana la que ha hecho esto. Ha sido Jesús. ¡Es su «mirada velada» la que ha caído sobre nosotras...!  



He recibido una carta del Padre desterrado (3), 
y te copio un pasaje: 
«Mi aleluya está impregnado de lágrimas. Ninguno de tus padres estará ahí para ofrecerte a Jesús. ¿Habrá que compadecerte aquí abajo, cuando allá arriba los ángeles te felicitan y los santos te envidian? Tu corona de espinas los vuelve celosos. Ama, pues, esos pinchazos como prendas de amor de tu divino esposo». 

Celina, aceptemos de buen grado la espina que Jesús nos ofrece. La fiesta de mañana será una fiesta de lágrimas para nosotras, ¡pero estoy segura de que Jesús se va a sentir tan consolado...! 


Quisiera decirte muchas más cosas, pero me faltan las palabras... Me encargaron que te escribiera para consolarte, pero seguro que he cumplido muy mal el encargo... ¡Si al menos pudiese comunicarte la paz que Jesús ha infundido en mi alma en lo más recio de mis lágrimas! ¡Eso es lo que le pido para ti, que eres yo misma...! 


Celina... Las sombras declinan y la apariencia de este mundo pasa. Pronto, sí, pronto contemplaremos ese rostro desconocido y amado que nos fascina con sus lágrimas. 

 Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz, rel. carm. ind.(religiosa carmelita indigna) 


 NOTAS 

1 Cita de una poesía de Celina. Cf Cta 108. 


2 Para su toma de velo. Cf Ms A 75rº/vº. 


3 El P. Pichon. 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas






 











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A.M.D.G.


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