miércoles, 31 de octubre de 2018

LAS SACRISTANAS DEL CARMELO

TERESITA A LA DERECHA, HACIENDO EL OFICIO DE SACRISTANA CON SUS
HERMANAS CELINA, PAULINA Y MARÍA (DE DERECHA A IZQUIERDA) 
Y SENTADA DELANTE CON VELO BLANCO ESTÁ SU PRIMA MARÍA

Es nuestro dulce oficio aquí en la tierra

preparar las ofrendas del altar: 
del santo sacrificio el pan y el vino 
que el «cielo» aquí abajo encarnarán.


El cielo, ¡oh misterio soberano!, 

se nos oculta en el humilde pan; 
porque el cielo es Jesús, que, 
íntegro y vivo, cada día nos viene a visitar.

Ni las reinas de nuestro pobre mundo 
nos son iguales en felicidad, 
porque es una oración nuestro trabajo 
que a Dios nos une en honda intimidad.

Los más grandes honores de este mundo 
no se le pueden a éste comparar: 
la paz celeste y el dulzor profundo 
que nos hace Jesús saborear.

Pero sentimos una santa envidia
de esa humilde labor de nuestras manos: 
de cada pequeñita y blanca hostia 
que velará a Jesús, Cordero manso.

Mas su divino amor nos ha elegido, 
quiere ser nuestro Amigo y nuestro Esposo.
También somos nosotras hostias vivas
que quiere convertir en Sí, amoroso.

¡Oh, sublime misión del sacerdote, 
también en misión nuestra te conviertes! 
Por el divino Maestro transformadas, 
Jesús en nuestros pasos anda siempre.

Debemos ayudar a los apóstoles 
con nuestras oraciones, nuestro amor. 
Sus campos de combate son los nuestros, 
y debemos luchar de sol a sol.

¡Que el buen Dios escondido en el sagrario,
también latente en nuestros corazones, 
a nuestra voz -¡grandísimo milagro!- 
su perdón dé a los pobres pecadores!

Nuestra felicidad y nuestra gloria 
es por Jesús sufrir y trabajar. 
El copón es su cielo, ¡que nosotras 
queremos de elegidos acumular...!


NOTAS


Fecha: principios de noviembre de 1896. - Compuesta para: sor María Filomena de Jesús, a petición suya, y las demás sacristanas. - Publicación: HA 98, cinco versos corregidos. - Melodía: ninguna indicación.


Evocaríamos aquí gustosos algo parecido a la escala de Jacob, para expresar ese intercambio misterioso entre el cielo y la tierra, cuyos agentes incansables son las sacristanas, y que viene expresado en unas estrofas llenas de ternura.

Ternura callada de la «mujer de su casa», por así decirlo: esposa «más feliz que una reina», cuyo corazón está siempre atento a su esposo, mientras sus manos trabajan diligentemente por él. Ternura callada también la de la carmelita, asociada al apóstol desde el lugar que a ella le corresponde, el de acompañante escondida. En uno y otro caso, compañera que se ha hecho semejante al hombre a quien ayuda.

A estas señas responde perfectamente la primera destinataria de la poesía, sor María Filomena, que ha pedido a su antigua compañera de noviciado que le componga unas coplillas para cantarlas en la soledad.

En un tono sumamente sencillo, la segunda parte (estr. 7-10) ofrece una respuesta al aparente desafío del Manuscrito B. Allí Teresa proclamaba, entre otros ardientes anhelos, su deseo de ser sacerdote, deseo irrealizable debido a las circunstancias. Aquí canta su forma concreta de tomar parte sin demora en la «sublime misión del sacerdote». «Transformada» en Jesús por la eucaristía, «convertida» en él, ¿no acaba siendo «otro Cristo», como entonces les gustaba definir al sacerdote? Y va describiendo la parte que ella tiene en la misión, en la penitencia, en la eucaristía. 

Por lo tanto, ningún complejo de inferioridad frente a los «hombres», frente a los sacerdotes. Pero tampoco la más mínima presunción: para Teresa, quien actúa es Jesús, con la colaboración de los hombres... Y de las mujeres.
Una bella imagen para concluir este hermoso poema: el copón se dilata hasta alcanzar las dimensiones infinitas del cielo, que no solamente está «poblado» de elegidos (p 15,16, sino incluso «lleno». No hay «sitios vacíos» (cta 135). Teresa va a «luchar por ello sin tregua ni descanso» (p 29,6). Ni siquiera en el cielo habrá reposo hasta que esté «completo el número de los elegidos» (CA 17.7). 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.

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