sábado, 3 de febrero de 2018

ESTO ES LO QUE A MÍ ME TOCA

En medio de una conversación,  Teresa se interrumpió de repente mirándome con compasión y con ternura, y dijo: 

 «... Sor Genoveva será la que más va a sentir mi partida; y me parece que ella es ciertamente la más digna de compasión, pues, en cuanto tiene un problema, viene a buscarme, y ya no va a tener a nadie, pero Dios le dará fuerzas... Y además, ¡yo volveré!» . 
 Y dirigiéndose a mí: 
 «Vendré a buscarte lo antes posible, y haré que papá forme parte de la comitiva; ya sabes que siempre tenía prisa...».   (Con eso no quería decir que fuese un precipitado, sino que aludía a su temperamento que no le permitía dejar para el día siguiente lo que podía hacer la víspera. Una vez que tomaba una decisión, nunca se le quedaba mucho tiempo entre las manos.)

Más tarde, mientras yo desempeñaba a su lado mi oficio de enfermera, hablando como siempre de la cercana separación, se puso a canturrear, poniéndose en mi lugar, esta coplilla que iba componiendo a medida que cantaba (melodía del cántico «Il est à moi»): 
 «Es mía aquella a quien el mismo cielo, el cielo entero vino a arrebatarme. Es mí, y yo la quiero, sí, la quiero. Nada podrá nunca separarnos». 
Yo le decía: «Dios no podrá llevarme inmediatamente después de tu muerte, pues no habré tenido tiempo de ser buena».
Contestó: 
 «Eso no importa. Acuérdate de san José de Cupertino: tenía una inteligencia mediocre, era ignorante y no conocía a fondo más que este evangelio: Beatus venter qui te portavit.
Le preguntaron precisamente por este tema, y respondió tan bien que todos se quedaron admirados y fue admitido con grandes honores al sacerdocio, junto con sus tres compañeros, sin más examen. Pues, juzgaron, de sus sublimes respuestas, que sus compañeros debían de saber tanto como él. 
Así que yo responderé por ti y Dios te dará gratis todo lo que me haya dado a mí». 

Ese mismo día, mientras yo iba de acá para allá por la enfermería, dijo mirándome: 
«Mi pequeño Valeriano...». 
(Algunas veces comparaba nuestra unión a la de santa Cecilia y Valeriano)
Al mirarme, le brotaban espontáneamente comentarios como éstos: 
 «Seremos como dos patitos, ya sabes qué de cerca se siguen uno a otro».  


Celina y Teresita

 «¡Qué disgusto me voy a llevar si veo a cualquier otro sentado en las rodillas de Dios! Me pasaré todo el día llorando...». 
 A mi Teresita le había impresionado mucho el pasaje del Evangelio en que Jesús niega a los hijos del Zebedeo el estar en el cielo a su derecha y a su izquierda, y decía: «Me imagino que Dios tiene reservados esos lugares para «dos niños»... Y esperaba que esos dos niños privilegiados fuésemos ella y yo...
 (Eso es lo que explica mis reiteradas preguntas reveladoras del temor, ¡por cierto, fundado!, de no ser nunca digna de esa merced.) La gracia del Haec facta est mihi, acaecida unas tres semanas después de su muerte, fue la respuesta a la siguiente pregunta íntima que le formulé de pronto durante el Oficio de Tercia: «Teresa no me ha dicho si ha recibido el sitio que esperaba: estar sobre las rodillas de Dios...». En ese preciso momento el coro estaba diciendo: «Haec facta est mihi»... Y no entendía estas palabras, cuya traducción busqué una vez terminado el Oficio: «Haec facta est mihi»... «Esto es lo que a mi me toca...».  




Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, últimas conversaciones.

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