sábado, 25 de enero de 2020

UN REFLEJO DE LA BEATITUD ETERNA

Después de la muerte de la Sierva de Dios, sobre su rostro se imprimió un reflejo de la beatitud eterna; tenía una sonrisa celestial. Pero lo que me pareció más extraordinario fue que de sus párpados cerrados se irradiaba una tal intensidad de vida y de felicidad, que aquello no parecía en manera alguna la muerte; nunca he vuelto a ver aquello en ninguna de nuestras Hermanas difuntas.     

   
Estaba tan bella, que al día siguiente, 1 de octubre de 1897, en la enfermería, antes de «levantar el cuerpo», quise sacar una fotografía; pero faltaba espacio para tomar la distancia necesaria y no tenía más que un objetivo de foco ancho. 
Además, tenía que operar a contra luz y frente a un rostro visto desde abajo, con los claros y las sombras invertidos. Sin embargo, se distinguía perfectamente su bella sonrisa, y sus rasgos no estaban en manera alguna alterados.     

El domingo, 3 de octubre, por la tarde, mientras estaba expuesta en el coro, en su ataúd floreado, saqué una nueva fotografía, pero los rasgos se habían alargado, y aun sus cejas rubias -¡cosa extraña!- se habían vuelto de color castaño oscuro, casi negras. 

Nos pareció majestuosa, pero no la reconocíamos.        
Por eso, en 1905, a instancias de la Comunidad y ayudada de la fotografía sacada en la enfermería, compuse un cuadro en el que todas las Hermanas contemporáneas reconocieron perfectamente la expresión del rostro de Teresa inmediatamente después de su muerte. 


Este cuadro fue publicado en casi todas las ediciones de «La Historia de un alma» desde 1906.        
En cuanto a la fotografía del 3 de octubre, apareció, a falta de otra mejor, en las ediciones anteriores, pero hubo que retocar algunos detalles».  


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)


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