Recuerda que en la tierra, en otro tiempo,
en querernos cifrabas tu delicia.
Dígnate ahora oír nuestra plegaria, protégenos, y sigue bendiciéndonos.
Hoy vuelves a encontrar allá arriba,
en el cielo, a nuestra amada madre,
que hace tiempo llegó a la patria santa.
Allí reináis los dos.
Velad por vuestras hijas.
Acuérdate de tu María (1) ardiente,
de tu fiel corazón la más querida.
Recuerda que su amor llenó toda tu vida
de encanto, gozo y gracia.
Por Dios tú renunciaste a su dulce presencia, y bendijiste la divina mano que el sufrimiento en pago te ofrecía.
De tu Diamante (2) bello,
cuyos reflejos cada vez más brillan, ¡acuérdate!
Acuérdate de tu maravillosa Perla fina (3),
a quien tú conociste tierno, débil y tímido
cordero. Mírale ahora fuerte, divinamente
fuerte, y conduciendo del Carmelo
santo al pequeño rebaño (4).
Hoy es ella la madre de tus hijas,
ven y conduce a la que tanto quieres...
Y, sin dejar el cielo, de tu amado Carmelo ¡acuérdate!
Acuérdate de la oración ferviente
que un día formulaste por tu tercera hija (5).
¡Dios la escuchó! Ella es, igual que sus
hermanas, un lirio que brilla sin igual.
Ya la Visitación la esconde
y cela a los ojos del mundo y su malicia.
Ama al Señor, y ya su paz la inunda,
su dulce paz y su quietud divina.
De sus ardientes
suspiros y deseos ¡acuérdate!
Acuérdate de tu leal Celina,
de la que fue tu ángel, como un ángel del cielo cuando en tu rostro de elegido insigne se posó la mirada de la faz divina.
Tú reinas ya en el cielo..., su tarea a tu lado está cumplida, y ahora a Jesús consagra ella gozosa su servicio, su amor, toda su vida. Protege a tu hija, que con frecuencia dice: ¡acuérdate!
Acuérdate también de tu Reinecita,
de la que fue «la Huérfana de la Bérézina» (6). Recuerda que tu mano en su camino incierto le fue guía. Recuerda que en las horas de su infancia para Dios conservaba su alma limpia. De sus bucles de oro que encantaban tus ojos, ¡acuérdate!
Recuerda que en la paz del mirador gustabas de sentarla en tus rodillas, y en ellas, murmurando una plegaria,
con tus dulces canciones la mecías.
En tu rostro un reflejo del cielo ella veía cuando, al mirar tus ojos en el lejano espacio se perdían... y de la eternidad cantabas la belleza. ¡Acuérdate!
Recuerda aquel domingo luminoso:
unida a ti tu Reina, en apretado y paternal abrazo, le diste aquella florecilla blanca,
y con ella, el permiso de volar al Carmelo. Recuerda, ¡oh padre!, que en sus grandes pruebas, del más sincero amor pruebas le diste. En Bayeux, luego en Roma, le mostraste los cielos. ¡Acuérdate!
Recuerda que la mano del Santo Padre, en Roma, sobre tu noble frente se posó; mas no pudiste comprender entonces el oscuro misterio doloroso que aquel sello divino en ti imprimía... Ahora tus hijas te alzan su plegaria, y bendices tu cruz y tu dolor amargo. En tu frente gloriosa nueve rayos de cielo se iluminan, ¡nueve lirios en flor!
Notas:
(1) Que María, la hermana mayor, sea la preferida de su padre no es un secreto para ninguna de sus hermanas.
(2) Sobrenombre que el señor Martin daba a María y que Teresa usa con frecuencia en las cartas que escribe a su padre.
(3) Sobrenombre que el señor Martin daba a Paulina.
(4) Paulina (Inés en religión) había sido elegida priora el 20 de febrero de 1893.
(5) Leonia, entonces en la Visitación de Caen.
(6) Dos sobrenombres que el señor Martin daba a Teresa.