¡Dios mío, qué bueno eres con la pequeña víctima de tu Amor misericordioso! Ni siquiera ahora que añades el sufrimiento exterior a las pruebas de mi alma puedo decir: «Me cercaban olas mortales», sino que exclamo agradecida: «Aunque camine por las cañadas oscuras de la muerte, nada temo, porque tú, Señor, vas conmigo».
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¡Nos hace tanto bien reconocer que sólo Él es perfecto, que sólo Él debe bastarnos cuando quita la rama que sostiene al pajarillo! ¡El pájaro tiene alas, está hecho para volar!
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¡Se siente una paz tan grande al saberse uno tan absolutamente pobre y al no contar más que con Dios!
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Pensé que en toda mi vida nunca había podido pagar una sola de mis deudas para con Dios, pero que, si quería, esto podía ser para mí una verdadera riqueza y una fuerza. Y entonces hice esta oración: Dios mío, te suplico que pagues tú la deuda que tengo contraída con las almas del purgatorio; pero hazlo a lo Dios, para que de ese modo sea infinitamente mejor que si yo hubiese rezado mis oficios de difuntos.
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No puedo apoyarme en nada, en ninguna de mis obras, para tener confianza en Dios.
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Siempre me ha gustado lo que Dios me daba. Hasta el punto de que, si me hubiese dado a escoger, yo habría escogido precisamente aquello, incluso las cosas que me parecían menos buenas y menos bonitas que las que tenían las demás.
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La santidad no consiste en tal o cual práctica. Consiste en una disposición del corazón que nos vuelve humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre.
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... Estoy totalmente entregada a la voluntad de Dios, esperaré todo lo que él quiera.
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Se ahogaba, y yo le manifestaba mi compasión y mi tristeza.
-¡Vamos, no sufras! Si me ahogo, Dios me dará fuerzas. ¡Lo amo! El nunca me abandonará.
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. «In te, Domine, speravi» (En Ti espero, Dios mío) En los días de nuestras grandes pruebas, ¡cómo me gustaba recitar este versículo en el coro!
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Me habían obligado a pedir la curación de papá el día de mi profesión; pero no logré decir más que esto: Dios mío, por favor, que sea tu voluntad que papá se cure.
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Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza y meternos a creadores.
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Le decía yo: «¡Ay, yo no tendré nada que dar a Dios a mi muerte: tengo las manos vacías! Y eso me entristece mucho.
- Claro, tú no eres como «el bebé» (algunas veces Teresita se daba a sí misma este nombre), que sin embargo se encuentra también en esas mismas condiciones... Aunque yo hubiese realizado todas las obras de san Pablo, seguiría creyéndome un «siervo inútil»; y eso es precisamente lo que constituye mi alegría, pues, al no tener nada, lo recibiré todo de Dios.
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Dios me ha hecho siempre desear lo que quería darme.
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Sor María del Sagrado Corazón le decía:
«¡Vaya, se te cuida con mucho amor...!».
- Sí, así es... Y es una imagen del amor que Dios me tiene. Yo nunca le he dado más que amor, por eso él me devuelve amor; y esto todavía no ha terminado, pronto me devolverá mucho más...
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Le confiaba mis sentimientos de tristeza y desaliento después de una falta, Teresita contestaba:
-... Tú no haces como yo. Cuando yo cometo una falta que me pone triste, sé muy bien que esa tristeza es la consecuencia de mi debilidad. ¿Pero crees que me quedo en eso? ¡No! Corro a decirle a Dios:
Dios mío, sé que he merecido este sentimiento de tristeza, pero déjame que te lo ofrezca igualmente como una prueba que me envías con amor. Lamento mi pecado, pero me alegro de poder ofrecerte este sufrimiento.
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Desde niña, me encantaban estas palabras de Job: «Aunque Dios me matara, seguiría esperando en él» . Pero he tardado mucho tiempo en llegar a este grado de abandono. Ahora ya estoy en él; Dios me ha introducido en él, me ha instalado en él...
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Acabo de ver sobre el muro un gorrioncillo que esperaba pacientemente, lanzando de vez en cuando un gritito de llamada, a que su padre viniera a buscarlo para darle de comer. Y he pensado que yo me parecía a él.
Fuente: Obras Completas, santa Teresa de Lisieux