Cantar, Madre, quisiera por qué te amo .
Por qué tu dulce nombre
me hace saltar de gozo (1) el corazón,
y por qué el pensamiento de tu suma grandeza
a mi alma no puede inspirarle temor.
Si yo te contemplase en tu sublime gloria,
muy más brillante sola que la gloria
de todos los elegidos juntos,
no podría creer que soy tu hija,
María, en tu presencia bajaría los ojos...
Para que una hija pueda a su madre querer,
es necesario que ésta sepa llorar con ella, que con ella comparta sus penas y dolores.
¡Oh dulce Reina mía, cuántas y amargas
lágrimas lloraste en el destierro
para ganar mi corazón,
¡oh Reina! Meditando tu vida
tal como la describe el Evangelio,
yo me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti.
No me cuesta creer que soy tu hija,
cuando veo que mueres,
cuando veo que sufres como yo (2).
Cuando un ángel del cielo te ofrece
ser la Madre de un Dios que ha de reinar eternamente,
veo que tú prefieres, ¡oh asombroso misterio!,
veo que tú prefieres, ¡oh asombroso misterio!,
el tesoro inefable de la virginidad.
Comprendo que tu alma, inmaculada Virgen,
le sea a Dios más grata que su
propia morada de los cielos.
Comprendo que tu alma, humilde y dulce valle,
contenga a mi Jesús, océano de amor (3).
contenga a mi Jesús, océano de amor (3).
Te amo cuando proclamas que eres
la siervecilla del Señor, del Señor a quien tú
con tu humildad cautivas.
Esta es la gran virtud que te hace omnipotente
y a tu corazón lleva la Santa Trinidad.
Entonces el Espíritu, Espíritu de amor,
te cubre con su sombra, y el Hijo,
igual al Padre, se encarna en ti...
¡Muchos habrán de ser sus hermanos
pecadores para que se le llame:
Jesús, tu primogénito!
pecadores para que se le llame:
Jesús, tu primogénito!
María, tú lo sabes: como tú (4),
no obstante ser pequeña,
poseo y tengo en mí al todopoderoso.
Mas no me asuste mi gran debilidad,
pues todo los tesoros de la madre
son también de la hija, y yo soy hija tuya,
Madre mía querida.
¡Acaso no son mías tus virtudes
y tu amor también mío?
Así, cuando la pura y blanca Hostia
baja a mi corazón, tu Cordero, Jesús,
sueña estar reposando en ti misma, María.
Tú me haces comprender,
¡oh Reina de los santos!,
que no me es imposible caminar tras tus huellas.
Nos hiciste visible el estrecho camino
que va al cielo con la constante práctica de virtudes humildes. Imitándote a ti,
permanecer pequeña es mi deseo,
veo cuán vanas son las riquezas terrenas.
Al verte ir presurosa a tu prima Isabel,
de ti aprendo, María,
a practicar la caridad ardiente.
En casa de Isabel escucho, de rodillas,
el cántico sagrado, ¡oh Reina de los ángeles!,
que de tu corazón brota exaltado (5).
Me enseñas a cantar los loores divinos,
a gloriarme en Jesús, mi Salvador.
Tus palabras de amor son las místicas rosas
que envolverán en su perfume
vivo (6) a los siglos futuros.
En ti el Omnipotente obró sus maravillas,
yo quiero meditarlas y bendecir a Dios.
A san José, que ignora el milagro asombroso
que en tu humildad (7) quisieras ocultar,
tú le dejas llorar cerca del tabernáculo
donde se oculta y vela la divina beldad
del Salvador.
tú le dejas llorar cerca del tabernáculo
donde se oculta y vela la divina beldad
del Salvador.
¡Oh, cuánto amo, María, tu elocuente silencio!
Es para mí un concierto muy dulce y melodioso,
que canta a mis oídos la grandeza,
que canta a mis oídos la grandeza,
y hasta la omnipotencia,
de un alma que su auxilio sólo del cielo espera...
Luego, en Belén, os veo,
¡oh María y José!, rechazados por todos.
Nadie quiere acoger en su posada a dos pobres
y humildes forasteros.
¡Sólo para los grandes tienen sitio...!
Y en un establo mísero, rudo y destartalado,
tiene que dar a luz la Reina
de los cielos a su Hijo Dios.
¡Madre del Salvador, qué amable me pareces,
qué grande me pareces en tan pobre lugar!
Cuando veo al Eterno en vuelto en los pañales
y oigo el tierno vagido del Verbo entre las pajas,
¿podría yo, María, en ese instante,
¿podría yo, María, en ese instante,
envidiar a los ángeles?
¡Su Señor adorable es mi hermano querido!
¡Cómo te amo, María, cuando en nuestra ribera
abres para nosotros esa divina Flor!
¡Cómo te amo, María, cuando en nuestra ribera
abres para nosotros esa divina Flor!
¡Cómo te amo, Virgen, cuando escuchas a los simples pastores, y a los magos, y guardas
y meditas todo eso dentro del corazón!
Te amo cuando te mezclas
con las demás mujeres que dirigen sus pasos
al templo del Señor.
Te amo cuando presentas al Niño
que nos salva al venerable anciano
que le toma en sus brazos.
Al principio yo escucho sonriendo su cántico,
mas pronto sus acentos hacen correr mis lágrimas. Hundiendo en el futuro su mirada profética,
Simeón te presenta la espada del dolor.
Simeón te presenta la espada del dolor.
¡Oh Reina de los mártires,
la espada dolorosa traspasará tu pecho
hasta la tarde misma de tu vida!
Ya te ves obligada a abandonar el suelo
de tu patria por escapar, huyendo,
de tu patria por escapar, huyendo,
del furor sanguinario de un envidioso rey.
Jesús duerme tranquilo bajo los suaves pliegues
de tu velo cuando José te advierte que hay que partir aprisa. Y es pronto tu obediencia:
tú partes sin demora y sin razonamientos.
En la tierra de Egipto, me parece, ¡oh María!,
que, a pesar de vivir en la suma pobreza,
que, a pesar de vivir en la suma pobreza,
lleno de gozo y paz vive tu corazón.
¿Qué te importa el destierro?
¿No es, acaso, Jesús la patria de las patrias,
la más bella? Poseyéndole a él, tú posees el cielo.
Mas en Jerusalén, una amarga tristeza te envuelve y, como un mar, tu corazón inunda.
Mas en Jerusalén, una amarga tristeza te envuelve y, como un mar, tu corazón inunda.
Por tres días Jesús se esconde a (8) tu ternura,
y entonces si, sobre tu vida cae un oscuro,
implacable, riguroso destierro.
implacable, riguroso destierro.
Por fin logras hallarle, y al tenerle,
rompe tu corazón en transporte amoroso.
Y le dices al Niño, encanto de doctores:
«Hijo mío, ¿por qué has obrado así?
Tu padre y yo, con lágrimas,
te estábamos buscando».
Y el Niño Dios responde, ¡oh profundo misterio!,
a la Madre querida que hacia él tiende los brazos:
«¿A qué buscarme, Madre?
a la Madre querida que hacia él tiende los brazos:
«¿A qué buscarme, Madre?
¿No sabías, acaso, que en las cosas
que son del Padre mío he de ocuparme ya?»
Me enseña el Evangelio que sumiso a María
y José permanece Jesús, mientras crece en sabiduría.
¡Y el corazón me dice con qué inmensa ternura
a sus padres queridos él obedece siempre!
Ahora es cuando comprendo el misterio
¡Y el corazón me dice con qué inmensa ternura
a sus padres queridos él obedece siempre!
Ahora es cuando comprendo el misterio
del templo, las palabras ocultas
del amable Rey mío: Tu dulce Niño, Madre,
quieres que seas tú el ejemplo vivo del alma
quieres que seas tú el ejemplo vivo del alma
que le busca a oscuras, en la noche de la fe.
Puesto que el Rey del cielo quiso ver
a su Madre sometida a la noche,
sometida a la angustia del corazón (9),
¿será, acaso, merced sufrir aquí en la tierra?
¡Oh, sí...! ¡Sufrir amando es la dicha
más pura (10) !
Puede tomar de nuevo Jesús lo que me ha dado,
dile que por mí nunca se moleste.
Puede, si a bien lo tiene, esconderse de mí,
Puede tomar de nuevo Jesús lo que me ha dado,
dile que por mí nunca se moleste.
Puede, si a bien lo tiene, esconderse de mí,
me resigno a esperarle hasta que llegue el día
sin ocaso en el que para siempre se apagará mi fe (11)...
Yo sé que en Nazaret, Virgen llena de gracia,
viviste pobremente sin ambición de más.
viviste pobremente sin ambición de más.
Ni éxtasis ni raptos ni milagros tu vida hermosearon,
¡Reina de los electos!
¡Reina de los electos!
Muchos son en la tierra los pequeños,
y ellos pueden alzar, sin miedo, a ti los ojos.
Por el común camino, oh Madre incomparable,
caminas tú, guiándonos al cielo!
caminas tú, guiándonos al cielo!
Vivir contigo quiero, Madre amada, a la espera del cielo, seguirte en el destierro día a día.
En tu contemplación yo me hundo absorta,
y de tu inmenso corazón descubro los abismos
de amor. Tu maternal mirada desvanece mis miedos,
y me enseña a llorar, y me enseña a reír.
Lejos de despreciar las fiestas de la tierra,
y me enseña a llorar, y me enseña a reír.
Lejos de despreciar las fiestas de la tierra,
las fiestas que son santas, tú, Madre,
las comparte y bendices.
Al ver que los esposos de Caná no pueden ocultar
al gran apuro en que se encuentran
al gran apuro en que se encuentran
por faltarles vino, con maternal solicitud
acudes al Salvador, tu Hijo,
de su poder divino esperando la ayuda.
de su poder divino esperando la ayuda.
Jesús parece rechazar tu súplica en un primer momento: «Mujer, ¿qué no importa esto a ti y a mí?»
Mas de su corazón allá en el fondo madre suya te llama,
y para ti y por ti
Mas de su corazón allá en el fondo madre suya te llama,
y para ti y por ti
Jesús realiza su milagro primero.
Te veo un día, Madre, en la colina,
entre los pecadores (12) que escuchan la palabra de aquel
que más nadie desea recibirles a todos en el cielo.
que más nadie desea recibirles a todos en el cielo.
Alguien dice a Jesús que quieres verle.
Entonces él, Hijo divino tuyo, ante la gente muestra
lo inmensamente que nos ama:
Entonces él, Hijo divino tuyo, ante la gente muestra
lo inmensamente que nos ama:
«¿Quién es mi hermano -dice-, quién mi hermana,
y mi madre quién es,
sino el que cumple mi voluntad en todo?»
sino el que cumple mi voluntad en todo?»
Al escucharle, tú, Virgen inmaculada,
¡oh Madre, la más tierna!, no te entristeces (13),
antes bien te alegras de que nos haga
antes bien te alegras de que nos haga
comprender entonces que aquí abajo,
en la tierra, nuestra alma se hace familia suya.
¡Oh, sí, te alegras, Virgen, de que él nos dé
¡Oh, sí, te alegras, Virgen, de que él nos dé
su vida, el tesoro infinito de su divinidad!
¿Cómo no amarte y bendecirte,
viendo en ti tanto amor, tanta humildad?
Tú nos amas, María, como Jesús nos ama,
por nosotros aceptas verte alejada de él.
Amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo:
quisiste demostrarlo quedando con nosotros como fuerte y visible ayuda nuestra.
quisiste demostrarlo quedando con nosotros como fuerte y visible ayuda nuestra.
¡Conocía Jesús tus íntimos secretos
y la inmensa ternura de tu divino corazón
de madre! Te nos dejó a nosotros,
como refugio fiel de pecadores, cuando,
para esperarnos en el cielo, abandonó la cruz.
Te me apareces, Virgen, en la sombría
cumbre del Calvario, de pie junto a la cruz,
igual que un sacerdote en el altar,
ofreciendo tu Víctima, tu Jesús amadísimo,
nuestro dulce Emmanuel, para desenfadar
nuestro dulce Emmanuel, para desenfadar
la justicia del Padre.
Un profeta lo dijo, ¡oh Madre desolada!:
«¡No hay dolor semejante a tu dolor!»
¡Oh Reina de los mártires, quedando
en el destierro, prodigas por nosotros
toda la sangre de tu corazón!
La casa de san Juan se hace tu único asilo,
de Zebedeo el hijo reemplaza a tu Jesús...
Y es éste ya el último detalle que nos da el Evangelio (14), de la Virgen María
no vuelve ya a hablar más.
Pero, Madre querida, su silencio profundo
¿acaso no revela que el Verbo eterno -él mismo- cantar quiere de tu vida los íntimos secretos,
para gozosa gloria de tus hijos,
los santos moradores de la patria del cielo?
los santos moradores de la patria del cielo?
Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía,
iré muy pronto a verte en , el hermoso cielo.
Tú que viniste a sonreírme, Madre,
en la suave mañana de mi vida, (15),
en la suave mañana de mi vida, (15),
ven otra vez a sonreírme ahora...,
pues ha llegado ya de mi vida la tarde.
No temo el resplandor de tu gloria suprema (16),
he sufrido contigo, y ahora quiero cantar en tus rodillas, Virgen, por qué te amo ¡y repetir por siempre y para siempre que yo soy hija tuya...!
he sufrido contigo, y ahora quiero cantar en tus rodillas, Virgen, por qué te amo ¡y repetir por siempre y para siempre que yo soy hija tuya...!
NOTAS:
Fecha: mayo de 1897. - Compuesta espontáneamente (pero también a petición de sor María del Sagrado Corazón). - Publicación: HA 98, treinta y nueve versos corregidos. - Melodía: La plainte du mousse.
«Todavía tengo que hacer una cosa antes de morir», le decía Teresa a Celina: «Siempre he soñado con exponer en un canto a la Santísima Virgen todo lo que pienso sobre ella» (PA, Roma, p. 268). En este mes de mayo comienza a vislumbrar la posible difusión de sus escritos. Y juzga que sus «pensamientos» sobre María son parte integrante de la «obra importantísima» que se está preparando (CA 1.8.2).
Ahora más que nunca, Teresa «no puede alimentarse más que de la verdad» (5.8.4). Necesita «ver las cosas tal como son» (CA 21.7.4). Y respecto a la Virgen María, lo único que le interesa es «su vida real, no su vida supuesta» (CA 21.8.3*). E instintivamente vuelve su mirada al Evangelio, su única fuente ya de inspiración.: «Este libro me basta» (CA 15.5.3 y cf Cta 226). Y nos informa incluso sobre el «método» que ella sigue: «Me enseña el Evangelio ... y el corazón me dice» (estr. 15).
Y el corazón le hace «comprender», por connaturalidad, el sentido escondido de los hechos y el alcance de los mismos para su vida de hoy y muy pronto también para su eternidad. Estos últimos meses la mirada del corazón se ha ido afinando en ella de mil maneras, pero sobre todo en dos campos muy concretos: el misterio del sufrimiento bajo el crisol de la prueba; la amplitud de las exigencias de la caridad, gracias a luces muy intensas que recibió;
y todo ello rodeado de silencio.
Este largo poema hay que acogerlo, ante todo, en actitud de oración: es, en efecto, una especie de himno litúrgico, de doscientos versos alejandrinos, que traducen a la perfección «la objetividad»
a la que quiere ceñirse la autora. Pero, no obstante, una emoción contenida recorre estas estrofas que alcanzan momentos de gran altura (estr. 8, 16, 22...). Bellas imágenes vienen a enriquecerlo (3,8-9; 7,6-8...); brotan fórmulas lapidarias (10,5; 16,6, que son como el Credo de Teresa; y el famoso 22,3). Lo corona todo una estrofa realmente magnífica.
«La pequeña Teresa» firma estas líneas con mano desfalleciente: humilde y conmovedor punto final a toda su obra poética.
<1> Expresión fuerte que merece tanta más atención cuanto que Teresa, acrisolada por la prueba, «ya no sabe lo que son las alegrías vivas» (CA 13.7.17); «El pensamiento de la felicidad eterna apenas si hace estremecerse a mi corazón» (Cta 254). Ese verbo [«Tressaillir» = saltar de gozo, estremecerse. N. del T.] aparece usado catorce veces en los escritos (Ms A 60vº; Ms B 3rº; Cta 74, 107, 134, 254, 258, 261; y cinco veces en las RP), y además en CA 17.7 y 20.8.4.
<2> Ese parecido en la debilidad es como una constante que tiene el don de emocionar a Teresa; cf, por ejemplo, P 34,11. Sobre el sufrimiento de María, cf 20.8.11.
533
<3> Esta hermosa imagen del «humilde y dulce valle», lecho del «océano de amor» sugiere muy a las claras la plenitud de paz y de sosiego que Dios pide y ofrece a la criatura que acepta recibirlo a él.
<4> Misterio de la omnipotencia que se realiza en la pequeñez de la criatura: éste es el «tesoro» que tienen en común la madre y la hija. Una y otra han recibido «el tesoro inefable de la virginidad» (3,4), «tierra natal de Jesús» (Cta 122). Las dos tienen en ellas al «Hijo igual al Padre» (4,8), una por el misterio único de la Encarnación (estr. 4), la otra por la inhabitación trinitaria (5,2-3, que no remite a P 10,2) y especialmente por la comunión eucarística (5,1011). Madre e hija acogen en ellas a «Jesús, (el) Cordero» con idénticas disposiciones.
<5> Como ya ocurría en P 15, también en este poema el corazón» ocupa un lugar importante: catorce veces se menciones, y diez de ellas se refiere a María.
<6> Imagen profundamente teresiana, en la que el Magnificat se compara a una rosaleda que «envuelve en su perfume» (toda la riqueza de la rosa y del perfume, en Teresa...).
<7> Tema difícil, que viene tratado con sobriedad. Teresa expresa con bellas imágenes la dolorosa expectación de José y el «elocuente» silencio de la Virgen.
<8> «Esconderse» (13,9; 16,9; y 15,6 en el original francés), «buscar» (14,5 y 7; 15,10): éste es el austero drama que describen todos esos versos consagrados al «misterio del templo». Y la meditación se va haciendo cada vez más profunda, hasta llegar a esa asombrosa proclama de paciencia de la estrofa 16,7-12, cúspide del poema, en que volvemos a encontrar aquel patético despojo de la Rosa deshojada.
<9> Estos cuatro versos (1-4) desarrollan la intuición anunciada en 15,9-12: es el propio Jesús quien quiere la prueba para los que más ama. Esta certeza, que es una constante en Teresa, aparece afirmada muchas veces en las cartas; cf, entre muchas otras, Cta 190.
<10> Esta alegría en el sufrimiento está ampliamente documentada en esta época de la vida de Teresa: Cf Ms C 7rº; Cta 253; P 31,3; y en las Ultimas conversaciones. Podrá comprobarse el progreso realizado desde enero, releyendo P 29, donde la «alegría» es aún un acto de fe voluntario, y se diría que no muy alegre... Después de haber alcanzado el punto más alto del abandono («Una rosa deshojada), la encontraremos, en la enfermería, con una naturalidad total y con una alegría sin fisuras ya.
<11> No sólo será la fe lo que se «apagará» para ella, como para todo el mundo, en último día, sino también «la angustia del corazón»; cf Ms C 5vº. Teresa «se resigna» -mejor, acepta- a tener una paciencia ilimitada. Abandono realmente heroico, admirablemente expresado por la imagen de «la fe» (esa «antorcha de la fe» en el corazón de la noche, Ms C 6rº) que «se apagará» cuando amanezca «el día sin ocaso» de la visión cara a cara.
<12> La «colina» donde se reunirán los «pecadores»: una precisión que no encontramos en ninguno de los sinópticos, pero que está acorde con el espíritu del Ms C.
<13> María no se reserva codiciosamente su condición única de «Madre» de Jesús. Acepta ser desapropiada de ese título, a la espera de la desapropiación efectiva y real cuando Juan «reemplace a Jesús» (24,2).
<14> El velo vuelve a caer sobre la existencia de María. Teresa no menciona el descendimiento de la cruz. «Ve... mira... oye... escucha» lo que relata el evangelista, y no va más allá con la imaginación. Omite, pues, los «misterios gloriosos». El propio Jesús se reserva para sí el ser su canto en el cielo (cf estr. 24).
<15> La sonrisa de la Virgen en los Buissonnets, el 13 de mayo de 1883, cf Ms A 30rº. El 8 de julio, cuando baje a la enfermería, encontrará allí, para recibirla, a la Virgen de la Sonrisa: «Nunca me pareció tan hermosa» (Ultimas Conversaciones, Burgos, Monte Carmelo, 1973, pp. 385s). Una hora antes de morir, volverá a clavar largamente en ella su mirada (Ib., p 335).
<16> El poema vuelve sobre sí mismo, y el lazo se cierra con el verso 7 que responde a la estrofa 1.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario