para volar al cielo.
de la virginidad <4>...
Fecha: mayo de 1897. - Compuesta para: sor María de la Trinidad, a petición suya. - Publicación: HA 98 («Un lis au milieu des épines»), trece versos corregidos. - Melodía: L'envers du ciel.
A pesar de su tonalidad lamartiniana, este poema -de una firmeza que se ve confirmada por la grafía, y de una energía sorprendente en una enferma de esa índole- es sobrio, con una impronta clásica y una notable reducción de adjetivos,
Teresa ofrece a María de la Trinidad un verdadero «canto de las misericordias». Esta, «débil y sin virtudes», gracias al humillamiento constante a que se somete, es una candidata de primera calidad para la obra del «amor consumidor y transformante» (Cta 197). Y sobre todo para Teresa, ahora más que nunca, ya sólo cuenta el amor (Cf Cta 242, final).
Un toque de travesura ilumina la estrofa 3 al evocar las escapadas de la adolescencia al torbellino de las atracciones de París: estampa simpática y pintoresca, con «el cordero lejos de la majada», que «retoza alegre ignorando el peligro»..., y la Virgen Santísima como «pastora»..., una antítesis alpestre de los «precipicios» y de la «cumbre del Carmelo»..., y todo ello endulzando de antemano las «austeras delicias» de los dos últimos versos.
<1> La elección divina; cf prólogo del Ms A, 2rº; PN 16,6; P 16,8; 25,6.
<2> La misma tonalidad de la Rosa deshojada. La prueba de la fe y el debilitamiento producido por la enfermedad producen en Teresa una toma de conciencia más aguda de su «nada». Cf Ms B (cuatro veces) y Cta 197; y sobre todo, en la primavera de 1897: Cta 226, 243, 261 y Ms C 2rº. Lo mismo en la enfermería: CA 6.8.8; 7.8.4; 8.8.1; 13.8.1.
<3> Cf P 14,5. La amistad con Jesús, que implica igualdad en la confianza y en la ternura, floreció muy pronto en el alma de Teresa; cf Ms A 40vº; Cta 57 (dos veces), 74, 92, 109, 141, 157, 158, 169; Ms B 4vº; y en este mes de mayo, el «tierno amigo» de Cta 226. En las poesías: PN 15,5 y 9; P 14,5; 25,6.
<4> Unas brillantes imágenes (estr. 4, vv. 2, 5, 7, 9, 12-13) concurren a exaltar la «virginidad», última palabra y coronación del poema.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR
Hay en la tierra un árbol, árbol maravilloso,
cuya raíz se encuentra,¡oh misterio!, en el cielo <1>.
Acogido a su sombra, nada ni nadie te podrá alcanzar;
sin miedo a la tormenta,
bajo él puedes descansar.
El árbol inefable lleva por nombre «amor».
Su fruto <2> deleitable se llama «el abandono».
Ya en esta misma vida este fruto me da felicidad,
mi alma se recrea con su divino aroma.
Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro.
Al llevarlo a la boca, me parece más dulce todavía.
Un mar de paz me da ya en este mundo,
un océano de paz, y en esta paz profunda descanso para siempre.
El abandono, sólo el abandono a tus brazos me entrega,
¡oh Jesús mío!, y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos.
A ti, divino Esposo, me abandono, y no quiero
nada más en la vida que tu dulce mirada.
Quiero sonreír siempre, dormirme en tu regazo
y repetirte en él que te amo, mi Señor <3>.
Como la margarita de amarilla corola, yo,
florecilla humilde, abro al sol mi capullo.
Mi dulce sol de vida, mi amadísimo Rey,
es tu divina hostia pequeña como yo...
El rayo luminoso de tu celeste llama
nacer hace en mi alma el perfecto abandono.
Todas las criaturas pueden abandonarme,
lo aceptaré sin queja y viviré a tu lado.
Y si tú me dejases, ¡oh divino tesoro!,
aun viéndome privada de tus dulces caricias,
seguiré sonriendo.
En paz yo esperaré, Jesús, tu vuelta,
no interrumpiendo nunca mis cánticos de amor.
Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme,
más alto que la alondra sabe volar mi alma.
Encima de las nubes el cielo es siempre azul,
y se tocan las playas del reino de mi Dios.
Espero en paz la gloria de la celeste patria,
pues hallo en el copón el suave fruto ¡el dulcísimo fruto del amor!
NOTAS
Fecha: 31 de mayo de 1897. - Compuesta para: sor Teresa de San Agustín, a petición suya. - Publicada: HA 98 («L'Abbandon»), tres versos corregidos. - Melodía: Si j'étais grande dame.
Una canción, pero una canción que va más allá de ella misma, una canción para capear «la tormenta» y entregarse de corazón, pero tranquilos, seguros, «en paz» (palabra que se repite cuatro veces). La confianza de las cuatro últimas estrofas no es fingida: es el auténtico «abandono», por encima de los consuelos sensibles. Aunque menos vibrante y más parco en confidencias que Una rosa deshojada, este poema es también un poema personal.
La destinataria, una monja tan virtuosa como severa, había hecho «voto de abandono a todos los deseos de Dios», no sin descontar del todo un cierto complejo «de superioridad en la perfección». Para Teresa, el abandono no es «obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia». Al reconocer en sí misma ese abandono total ante la muerte, rendirá homenaje por ello a su único autor: «Ahora ya estoy en él; Dios me ha hecho llegar a él, me ha tomado en sus brazos y me ha puesto en él...» (CA 7.7.3).
<1> Bella imagen de un árbol «cuya raíz se encuentra en el cielo». El símbolo del árbol es muy poco frecuente en Teresa (ésta es la única vez que se encuentra en las poesías, y en la Cta 137 el árbol de Zaqueo).
<2> Este fruto es la antítesis del fruto del libro del Génesis (3,6): se lo puede tocar sin temor (Gen 3,3) y comer de él; y no trae consigo el desorden del pecado y de la muerte, sino «un mar de paz» y la felicidad ya en esta vida.
<3> En estas estrofas 7-9 volvemos a encontrar el tono y el colorido de P 2, Santa Cecilia (vv. 29-32), «la santa del abandono».
<4> Teresa «espera en paz». Pero es una espera que no tiene nada de ocioso: la fuga repentina de la alondra (est. 16), en una ascensión vertical que rompe la «espesa niebla» (Ms C 5vº), lo dice bien claro. Y evoca irresistiblemente los actos anagógicos de san Juan de la Cruz: para el alma que se ve acosada por la tentación, lo mejor es echarse a volar de un salto hacia Dios...Y Teresa vuela incluso «más alto que la alondra»: la mirada puede seguir al pájaro por el cielo, pero no nos es posible ver volar a la carmelita hasta los confines de esa tierra prometida donde hunde sus raíces el Arbol de la vida.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
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UNA ROSA DESHOJADA
Jesús, cuando te veo
que abandonas los brazos
de tu Madre, y tenido por ella,
ensayas, vacilante,
por nuestra triste tierra
tus indecisos y primeros pasos,
yo quisiera ir delante
deshojando una rosa
blanca y fresca,
y así tu piececito posaría
muy suave y dulcemente
sobre una flor.
La rosa deshojada,
¡oh mi Niño divino!,
es la más fiel imagen
del corazón que quiere
a cada instante por tu amor
inmolarse enteramente.
Hay muchas rosas frescas
que gustan de brillar
en tus altares
y se entregan a ti.
Mas yo anhelo otra cosa:
deshojarme...
La rosa en su esplendor puede,
mi Niño, embellecer tu fiesta.
A la rosa en deshoje se la olvida,
se la tira y arroja
al capricho del viento.
La rosa, deshojándose,
se entrega a cada instante
con ansia de no ser.
Como ella, quiero yo
buscar mi dicha dándome,
mi Jesús, del todo a ti.
Se pasa sobre pétalos de
rosa deshojada, y se pisan sin pena.
Y esos muertos despojos
son un simple ornamento,
dispuestos al azar,
sin arte y sin estudio,
lo comprendo...
Yo prodigué mi vida,
prodigué mi futuro por tu amor,
¡oh Jesús! A los ojos profanos
de los hombres, como rosa
marchita para siempre
un día moriré...
Mas moriré por ti, ¡oh Niño mío,
hermosura <1> suprema!
¡Oh suerte venturosa!
Deshojándome quiero
demostrarte mi amor,
¡oh, mi tesoro...!
A zaga de tus pasos infantiles,
escondida vivir quiero aquí abajo.
Y aun suavizar quisiera
tus últimas pisadas
camino del Calvario...
NOTAS
Fecha: 19 de mayo de 1897. - Compuesta para: María Enriqueta, del Carmelo de París, a petición suya. - Publicación: HA 98 («La rose effeuillée»), cinco versos corregidos. - Melodía: Le fil de la Vierge, o bien La rosse mousse.
La verdad es que pocos místicos han llegado tan lejos como Teresa, minada por la enfermedad, en el límite de sus fuerzas y que ofrece su «nada» arrojándose a los pies de Jesús en un acto de amor puro y total. Así la descubrimos aquí: no pide nada, se entrega por entero, está casi casi al otro lado de la muerte, se diría que al otro lado del amor.
En mayo ya no está en condiciones de participar en la liturgia floral de las novicias (cf P 23). Uno tras otro va renunciando a los actos de comunidad. Ahora le queda una tarea suprema: «Debo morir». Morir disolviéndose al filo de los días, como una «rosa» que se «deshoja». En la más completa oblación: «enteramente, a cada instante, sin pena alguna», sin escenografías («sin arte y sin estudio»). Su generosidad sólo puede compararse con su delicadeza: que su vida así «prodigada» sea sólo dulzura bajo el «piececito» del Niño Jesús y bajo las «últimas pisadas» del Varón de dolores. El símbolo de la rosa deshojada, hoy aparentemente desgastado, surge aquí en toda su patética belleza, con la autenticidad de lo vivido.
Teresa ya no sueña siquiera con entregarse a Jesús, sino con deshojarse bajo sus pasos, con morir disolviéndose. En las estrofas 3 y 4 desarrolla esta idea hasta unos límites a los que antes aún no había llegado: «La rosa en su esplendor puede embellecer tu fiesta, a la rosa en deshoje se la tira y arroja (nótese la fuerza de esta palabra al final del verso) al capricho del viento» (es decir, a ninguna parte, no importa dónde). La rosa deshojada se entrega para ya no ser más («con ansias de no ser»), lo cual es ya el colmo del abandono; ni siquiera se le presta atención (4,13), no es más que unos «muertos despojos». Teresa «lo comprende»: ella «prodigó su vida, prodigó su futuro», está «marchita para siempre, un día morirá...». De esta manera, ofrece la prueba suprema de su amor, sin saber lo que Jesús hará de ella. Ella es sólo una rosa deshojada, es decir, nada.
Teresa responde a una petición de una carmelita de París, antigua priora, que había oído hablar maravillas de sus dotes de poeta y que quiere ponérselas a prueba: «Si es verdad que esa hermanita es una joya (...), que me envíe una de sus poesías, y lo comprobaré por mí misma»; y, según María de la Trinidad, proponía incluso el tema de la rosa deshojada.
»La madre Enriqueta quedó muy contenta (...), pensando únicamente que le faltaba una última estrofa para explicar que, a la hora de mi muerte, Dios recogería esos pétalos para volver a formar con ellos una rosa preciosa que brillaría por toda la eternidad». ¡Qué gran error! Para Teresa, «amar es entregarse» sin pedir nada a cambio. Y contesta: «Que esa buena Madre haga la estrofa tal como lo dice, que yo no me encuentro en absoluto inspirada para hacerlo. Mi deseo es ser deshojada para siempre, para alegrar a Dios. Y se acabó».
<1> Teresa tiene un sentimiento muy agudo de la Belleza (cincuenta y seis veces emplea esa palabra en sus escritos, y veintiocho veces ser trata de la belleza de Jesús). Belleza suprema en P 15,31; 18,2; RP 2,1rº y 8rº; RP 4,3rº.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.