miércoles, 31 de enero de 2018

EL ROCIO DIVINO O LA LECHE VIRGINAL





 Envuelto en luz de amor,
en el blando regazo de tu Madre,
¡oh, mi dulce Jesús!,
te muestras a mis ojos,
radiante de amor.
El amor:
misteriosa razón que te alejó
de tu mansión celeste 
y te trajo al destierro.
Deja que yo me esconda bajo el velo
que a la humana mirada te disfraza.
Solamente a tu lado, ¡oh Estrella matutina!,
mi corazón pregusta un avance del cielo.


Cuando al nacer de cada nueva aurora
aparecen del sol los rayos de oro,
la tierna flor que empieza a abrir su cáliz
espera de lo alto un bálsamo precioso:
la rutilante perla matutina,
misteriosa y henchida de frescura,
es la que, produciendo rica savia,
hace abrirse a la flor muy lentamente.


Tú eres, Jesús, la flor que acaba de entreabrirse,

  contemplando aquí estoy tu despertar primero.
Tú eres, Jesús, la encantadora rosa,
el capullito fresco, gracioso y encarnado.
Los purísimos brazos de tu Madre querida
son para ti tu cuna y trono real.
Es tu sol dulce el seno de María,
tu rocío, la leche virginal.


Divino Amado y hermanito mío,
columbro en tu mirada tu futuro:
¡pronto a tu Madre dejarás por mí,
pues ya el amor te empuja al sufrimiento!
Pero sobre la cruz, ¡oh flor abierta!,
reconozco tu aroma matinal,
reconozco las perlas de María:
¡es tu sangre la leche virginal!


Este rocío se esconde en el santuario,
hasta el ángel quisiera poder beber de él:
al ofrecer a Dios su plegaria sublime,
como san Juan repite: «¡Hele aquí!».
¡Oh sí!, miradle aquí a este Verbo hecho Hostia,
  eterno Sacerdote, sacerdotal Cordero.


El que es Hijo de Dios es hijo de María...
¡Se ha hecho pan de los ángeles la leche virginal! 


El serafín se nutre de la gloria,
del puro amor y del perfecto gozo;
yo, pobre y débil niña, sólo veo
en el copón sagrado
de la leche el color y la figura.
Mas la leche es un bien para la infancia.
Del corazón divino el amor no halla igual...
¡Oh tierno amor, potencia incalculable!
¡Mi hostia blanca es la leche virginal! 




2 de febrero de 1893 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías


EL CÁNTICO DE LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR, ALENÇON (1873-1877), MANUSCRITO A

Jesús †                                                  
Enero de 1895 Historia primaveral de una Florecita blanca, escrita por ella misma y dedicada a la Reverenda Madre Inés de Jesús. 


A ti, Madre querida, a ti que eres doblemente mi madre, quiero confiar la historia de mi alma... El día que me pediste que lo hiciera, pensé que eso disiparía mi corazón al ocuparlo de sí mismo; pero después Jesús me hizo comprender que, obedeciendo con total sencillez, le agradaría. Además, sólo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad: «¡¡¡Las misericordias del Señor !!!»...


Antes de coger la pluma, me he arrodillado ante la estatua de María (la que tantas pruebas nos ha dado de las predilecciones maternales de la Reina del cielo por nuestra familia), y le he pedido que guíe mi mano para que no escriba ni una sola línea que no sea de su agrado.

Luego, abriendo el santo Evangelio, mis ojos se posaron en estas palabras: «Subió Jesús a una montaña y llamó a Sí a los que él quiso, y se fueron con él» (San Marcos, cap. III, v. 13).
He ahí todo el misterio de mi vocación, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios de Jesús a mi alma... Él no llama a los que son dignos de él, sino a los que quiere, o, como dice san Pablo: «Dios tiene piedad de quien quiere y trata con misericordia a quien quiere tratar con misericordia. No es, pues, cosa del que quiere o del que corre, sino de Dios que trata con misericordia» (Cta. a los Romanos, cap. IX, v. 15 y 16).


Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no recibían todas las almas el mismo grado de gracias.
Me extrañaba verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían ofendido, como san Pablo o san Agustín, a los que forzaba, por así decirlo, a recibir sus gracias; y cuando leía la vida de los santos a los que Nuestro Señor quiso acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, sin dejar en su camino ningún obstáculo que les impidiera elevarse hacia él y previniendo a esas almas con tales favores que no pudiesen empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en tan gran número sin haber oído ni tan siquiera pronunciar el nombre de Dios...
Jesús se ha dignado instruirme acerca de este misterio.


Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que si todas las florecitas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas... Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. 



 El ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos... 

Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina...
 

Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina al mismo tiempo a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo Nuestro Señor se ocupa tan personalmente de cada alma, como si no hubiera otras como ella.

Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el día señalado se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma.


Seguramente, Madre querida, te estés preguntando extrañada adónde quiero ir a parar, pues hasta ahora nada he dicho todavía que se parezca a la historia de mi vida. Pero me has pedido que escribiera lo que me viniera al pensamiento, sin trabas de ninguna clase. Así que lo que voy a escribir no es mi vida propiamente dicha, sino mis pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme. 
 

Me encuentro en un momento de mi existencia en el que puedo echar una mirada hacia el pasado; mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII: 
«El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas... Aunque camine por cañadas oscuras, ningún mal temeré, ¡porque tú, Señor, vas conmigo!» Conmigo el Señor ha sido siempre compasivo y misericordioso..., lento a la ira y rico en clemencia... (Salmo CII, v. 8). 




Por eso, Madre, vengo feliz a cantar a tu lado las misericordias del Señor... Para ti sola voy a escribir la historia de la florecita cortada por Jesús. Por eso, te hablaré con confianza total, sin preocuparme ni del estilo ni de las numerosas digresiones que pueda hacer. 

Un corazón de madre comprende siempre a su hijo, aun cuando no sepa más que balbucir. Por eso, estoy segura de que voy a ser comprendida y hasta adivinada por ti, que modelaste mi corazón y que se lo ofreciste a Jesús... 

Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No diría, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de todo lo contrario. 

La flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas totalmente gratuitas de Jesús. Reconoce que en ella no había nada capaz de atraer sus miradas divinas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella...

El la hizo nacer en una tierra santa e impregnada toda ella como de un perfume virginal. El hizo que la precedieran ocho lirios deslumbrantes de blancura. Él, en su amor, quiso preservar a su florecita del aliento envenenado del mundo; y apenas empezaba a entreabrirse su corola, este divino Salvador la trasplantó a la montaña del Carmelo, donde los dos lirios que la habían rodeado de cariño y acunado dulcemente en la primavera de su vida expandían ya su suave perfume... 



TERESITA DE NOVICIA EN EL CARMELO



Siete años han pasado desde que la florecilla echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres lirios contándola a ella- cimbrean allí sus corolas perfumadas (Paulina, María y ella), un poco más lejos, otro lirio se está abriendo bajo la mirada de Jesús (Leonia). Y los dos tallos benditos (sus padres) de los que brotaron estas flores están ya reunidos para siempre en la patria celestial... Allí se han encontrado con los otros cuatro lirios (sus hermanitos fallecidos) que no llegaron a abrir sus corolas en la tierra...


ESTA ESTAMPA MUESTRA A SANTA TERESITA EN EL CIELO 
SUS PADRES Y SUS CUATROS HERMANITOS QUE MURIERON
A MUY CORTA EDAD


 ¡Ojalá Jesús tenga a bien no dejar por mucho tiempo en tierra extraña a las flores que aún quedan el destierro! ¡Ojalá que pronto el ramo de lirios se vea completo en el cielo! 
 




Fuente: Historia de un alma (Autobiografía de santa Teresita de Niño Jesús)